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Pepe Abad, sentado frente a la cafetería Bariloche. :: JOAQUÍN PAÑEDA
Al otro lado del Bariloche
EL PERFIL PEPE ABAD

Al otro lado del Bariloche

Una compleja historia familiar le llevó a regentar el histórico café en el que jugaba de pequeño

POR DIEGO FIGAREDO

Domingo, 5 de agosto 2012, 13:11

Hablar de Pepe Abad es hablar del Bariloche. Y viceversa. Nacido en Gijón en septiembre de 1966, nunca habría adivinado que aquella cafetería recién abierta -hacía exactamente un año y cuatro meses- en el número uno de la plaza del Parchís, «centro neurálgico» de la ciudad, podría llegar a convertirse algún día en su modo de vida, sus sueños y sus desvelos. Su negocio, a fin de cuentas.

La aventura económica que iniciaran Carmen Casas y Benigno Fernández hace ya hoy 47 años acabó en manos de Pepe Abad a través de una singular historia familiar y como se suele decir, «cosas de la vida». Su madre falleció en un accidente de tráfico cuando él tan solo tenía seis meses. Desde entonces y hasta los ocho años, su abuela, a la que guarda un «infinito cariño», le cuidó como una madre. Fue entonces cuando su padre, el conocido catedrático Mariano Abad, se casó en segundas nupcias con Ángeles Fernández, hija de aquellos emprendedores -Carmen y Benigno- que habían emigrado a Uruguay durante la posguerra.

En tierras sudamericanas se hicieron con el sonoro nombre que luego pondrían a su negocio hostelero, Bariloche, una palabra que denomina al municipio de la Patagonia argentina al pie de los Andes, San Carlos de Bariloche. El vocablo, procedente del idioma de los indios chilenos mapuches, significa literalmente «gente que vive al otro lado de la cordillera». Y allí, al otro lado de la plaza del Parchís, a la vera de las calles de San Bernardo y Jovellanos, jugó el resto de su infancia y adolescencia el pequeño de los Abad.

«Lo que empezó como un juego fue haciéndose cada vez más serio. Con 15 años trabajaba los veranos en la cafetería y en un bar de Somió, el Piscolabis. Al llegar a los 18, me quedé definitivamente en el Bariloche, que por entonces regentaba mi tío Benigno -hijo del fundador-», relata Pepe. «Él me enseñó todo lo que sé de hostelería», reconoce, agradecido por la oportunidad recibida en su primera juventud.

Además, enseguida tuvo claro que lo suyo no eran los libros. Y no sería por no intentarlo, ya que pasó por gran parte de los institutos de la ciudad: «Era bastante mal estudiante», reconoce. Con todo, su capacidad de esfuerzo no es algo de lo que se pueda dudar: las maratonianas jornadas a pie de barra dan buena fe de ello.

Pero no sería hasta octubre de 1992 cuando definitivamente encaminase su vida hacia la hostelería. Después de un breve paso por una tienda de alquiler de vehículos -«quería cambiar, salir del café y probar cosas nuevas»-, tuvo la oportunidad de hacerse cargo del negocio que le había visto crecer. «Falleció repentinamente el hombre que regentaba el Bariloche por aquel entonces y mi tío me lo ofreció», explica. Aunque ahora asegura que no se arrepiente de la decisión tomada hace casi 20 años, seguro que ha meditado sobre ello más de una vez a las cinco de la mañana, hora a la que se levanta para tener el Bariloche a punto para su apertura, dos horas más tarde.

Edificio cortaviento

«Detrás de la barra uno ve cómo cambian los tiempos, cómo varían los hábitos de consumo y todo evoluciona», asegura. Del clásico «café, copa y puro» no quedan más que vestigios. «Ahora es café y punto», sostiene. Respecto a la polémica por el retranqueo de los edificios de la calle Jovellanos no alineados con el resto, Pepe tiene clara su rotunda oposición: «Este edificio cierra la plaza del Parchís y actúa como un cortaviento en una de las calles más ventosas de toda la ciudad». «En todo hay intereses urbanísticos», recalca. Por ello aboga por «dejar las cosas como están», para que el Bariloche pueda cumplir su medio siglo en «la esquina más transitada de Gijón».

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