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PACHÉ MERAYO
Jueves, 5 de julio 2012, 05:54
Hasta la bandera. Fue tal la respuesta pública a la inauguración de la exposición antológica de Javier del Río (Gijón, 1952-2004), primera de las tres organizadas en su memoria, que la visión de las obras colgadas en la sala mayor del Centro de Cultura Antiguo Instituto (CCAI) se hacía a la una de la tarde (hora de la apertura oficial) impracticable. El universo del «genio que buscaba un sueño imposible», como le definió el comisario de la muestra, el crítico de arte de EL COMERCIO, Ángel Antonio Rodríguez, quedaba casi escondido entre una marea de fieles, amigos y también políticos, que no quisieron perderse los primeros instantes de la muestra ya abierta hoy al público. Entre ellos y juntas, ante la causa de Del Río, la actual alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, y la que lo era a la firma del convenio con la familia y la Fundación Masaveu, Paz Fernández Felgueroso. Convenio que hizo posible este tributo expositivo y también el que se presentará el 20 de julio, con formato de libro. Y convenio que rubricó la viuda del creador fallecido, ayer feliz porque «por fin Javier sale de casa». Pero no solo de la suya, donde se atesora gran parte del misterio Del Río, sino de las de quienes custodian parte del legado en diversas colecciones particulares, a las que se ha acudido para dar forma a la exposición, pero sobre todo para que la gran publicación monográfica no deje una sola obra fuera del catálogo.
En realidad, la cita propuesta hasta el 23 de septiembre en el CCAI, la que se abrirá mañana en Cornión y la que se sumará el domingo en el Museo Evaristo Valle, son un primer acercamiento al artista, que quedará para siempre atrapado en las páginas del libro que ultima Laura Mier, bajo la dirección de la catedrática Soledad Álvarez.
A ellas acudirán los autorretratos que saludan al visitante si inicia el recorrido hacia la derecha, en un apartado en el que, con los rasgos del pintor, están los dioses a los que adoraba. Porque en cada representación de si mismo está la memoria de aquellos artistas a los que siempre admiró. Después, en una segunda área, al espectador se le presenta la familia de Del Río. Sus hijos, Tadeo y Alicia, su mujer, Lupe, sus hermanos, su cuñado (el pintor Ramón Prendes), por cierto coronado. Sus amigos. Superado ese espacio familiar llega el Del Río íntimo, el de los cuadernos minuciosos, cargados de leyendas y dibujos. Todos han sido escaneados y son proyectados en un vídeo que permite observar los cientos y cientos de páginas heredadas, mientras a su lado se exponen algunos grabados y en una vitrina algunas de las libretas.
Llega luego la revisión de 'Ecos y homenajes', donde se pueden descubrir cronológicamente sus principales referencias estilísticas. Desde Modigliani, el creador que le descubrió la paleta, hasta Picasso, pasando por las Meninas de Velázquez, Miró, Baco, Rafael o Piero della Francesca. Para seguir la exposición hay que volver al origen. A la zona izquierda de la gran sala de 600 metros cuadrados. En ella están los paisajes de Del Río. Los interiores y también los que tuvo ante sus ojos. Su casa de Lué (Colunga), su querido Lastres, su morada de Galicia. Entre el área de 'Los paisajes' y su última morada pictórica y vital, 'Gijón', con la que se cierra el homenaje, se han situado unas pocas esculturas de piedra arenisca que testimonian en el CCAI el oficio al que dedica íntegramente su espacio expositivo el Evaristo Valle.
Con la aparición de Gijón en su paleta llega la explosión total del artista íntegro, un artista, que como decía ayer su esposa, «fue un paisano de carne y hueso que pasó por aquí y que utilizó todos los materiales que le rodearon para expresarse artísticamente».
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