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PACHÉ MERAYO
Jueves, 24 de mayo 2012, 10:44
Se llaman Armando, Luis, Theo, Segundo y Miroslaw. Tienen la vida surcada en sus rostros, los gestos tiznados de carbón y la mina clavada en sus ojos. Son los cinco hombres ante los que el fotógrafo francés, ciudadano de Madrid desde 1988, Pierre Gonnord instaló su cámara. Los mineros que forman su especial galería humana, una de las muchas que ha compuesto en busca del semblante del mundo. En busca también de los mapas de la tierra que habitamos. En realidad, Armando, Luis, Theo, Segundo y Miroslaw, que a partir de hoy se dejarán contemplar en las naves de ATM Contemporary, de Gijón, con el carbón envolviendo sus cuerpos, son un puro paisaje, lleno de llanuras y cumbres borrascosas. Los cinco están retratados en minas asturianas, no en el interior de las galerías, donde el fotógrafo quería captar los negros profundos que le sirven de escenario total, sino a las puertas, donde la seguridad se lo permitió, en el momento mismo de subir a la superficie. Todos conviven en la sala de arte de Deva con dos enormes paisajes: uno de Galicia, otro atrapado en Asturias. Ambos incendiados, atravesados por el fuego, como las vidas de Armando, Luis, Theo, Segundo y Miroslaw aparecen atravesadas por el lado oscuro de la vida.
Serios, casi solemnes, como si no hubieran conocido más luz que la que les hace fotografía, aparecen colgados en las naves, convertidos casi en gigantes por Gonnord, que es, por estos y otros muchos retratos, uno de los grandes fotógrafos de de las últimas décadas. Un fotógrafo que parece perseguir los claroscuros del barroco pictórico, pero que cuando habla de su parentesco con la historia, asegura que si algo le inspira es la literatura. Y es cierto que estos mineros de mirada penetrante más que pinturas parecen personajes de Dostoievski, «aislados en todo caso de la contemporaneidad», como dice el galerista Diego Suárez. Son integrantes de una 'Tierra de nadie', que así se titula la serie a la que pertenecen, con la que el autor ha iniciado un largo recorrido «por los últimos reductos de un mundo olvidado que se deja aplastar por el progreso, resignándose a la desaparición, pero nunca al olvido». La prueba está estos días en las paredes de ATM y en las barricadas de la huelga minera. Coincidencia o, tal vez, metáfora.
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