

Secciones
Servicios
Destacamos
ALBERTO DEL RÍO LEGAZPI
Domingo, 6 de mayo 2012, 19:51
Jamás se le hubiera pasado por la cabeza al marqués de Camposagrado, si cuando terminó de modernizar su palacio -a finales del siglo XVII- llegase a saber que el monumental edificio originaría el que muchos años más tarde -a principios del siglo XXI- más de 11.000 (once mil) personas, lo visitaran en el corto espacio de una semana. Le hubiera dado un soponcio, al linajudo avilesino.
Y eso ocurrió entre el 21 y el 28 de agosto de 2004, cuando -después de que Ayuntamiento y Principado hubiesen adquirido y rehabilitado el palacio- se abriera éste a la curiosidad de Avilés y se organizaran visitas guiadas para que la expectación quedase satisfecha: más de 1.500 personas diarias. Que así de apreciado es este edificio de marqueses y condesas, de tornillos y tuercas, que en él estuvo un tiempo domiciliada la renombrada ferretería 'Los Castros'.
Camposagrado, comenzó a crecer en el siglo XVII, partiendo del núcleo medieval de otro palacio, de la poderosa familia Las Alas, ubicado en este lugar. Lo que hizo el primer marqués (que se había casado con 'una Alas') fue ensanchar el antiguo edificio en todos los sentidos. En 1646 hacia el Norte, o sea hacia el mar, saltando incluso sobre las murallas medievales que en este sitio eran fronterizas con el puerto de Avilés, que estaba -entonces- literalmente a sus pies.
La construcción avanzó hacía la actual calle de La Muralla, saltándose la muralla misma (de tres metros de anchura) y adentrándose una distancia muy similar en las aguas que, entonces, rodeaban esta zona. En la fachada que da a la Cuesta de La Molinera se puede apreciar por donde iba la muralla, marcada con losetas oscuras en el firme de la calle y su altura se puede ver en la fachada del palacio. En el interior de Camposagrado, episodio aparte, se puede contemplar perfectamente el lienzo de la muralla.
Esta fachada norte, por dar al mar, era defensiva. Sin embargo, la Sur, o sea la que, vertiendo hacia la actual plaza de Camposagrado, mira hacia la villa, es ornamental, de exhibición.
Una obra de arte, diseñada entre 1693 y 1696 por los arquitectos avilesinos Menéndez Camina (cosa dada por supuesta, ya que trabajaban sistemáticamente para los marqueses de Camposagrado), y ejecutada bajo la dirección de los maestros de cantería: Domingo de Festas, Isidoro Martínez y Agustín Martínez.
Una de las principales arterias de la antigua ciudadela amurallada, la popular calle de La Fruta disfrutaba estrellándose, casi bruscamente, contra esta imponente fachada nobiliaria.
Este palacio es el contrapunto del de Ferrera, construido fuera de las murallas y que constituye uno de los símbolos de un progreso urbano y social histórico: aquel ensanche barroco (la singular plaza de El Parche y las soportaladas calles de Rivero y Galiana) que transformó la villa en el siglo XVII y que tanto la distingue.
Desde la torre derecha de Camposagrado se divisa perfectamente la fachada principal del Ferrera, y viceversa. Están separados, en línea recta, por cerca de 200 metros.
Unos trescientos años, más o menos, llevan enfrentados, espacialmente, ambos edificios erigidos en el XVII, como residencias de familias pudientes y que el siglo XXI han sido rehabilitados y remozados. Los continentes han sido lavados y peinados. Los contenidos han sido tan revolucionados que resultarían, hoy, irreconocibles para aquellos marqueses que en su tiempo manejaron la vida ciudadana de Avilés.
¿Quién le iba a decir al de Ferrera que sus posesiones palaciegas podrían ser alquiladas como hotel y su enorme jardín sería disfrutado públicamente por los descendientes de sus antiguos siervos? ¿O a este de Camposagrado, que sus dependencias albergarían la Escuela Superior de Arte del Principado de Asturias?
El palacio de Camposagrado es la joya de la corona del patrimonio histórico-artístico avilesino y paradigma de cualquier ciudad marítima que se precie de tal, por su racional y estratégica ubicación.
Si a ello se une la abundancia de elementos decorativos, en su fachada sur, así como al cambiante estilo de las columnas del edificio central -desde que nacen en el espectacular escudo central hasta que aterrizan en la puerta principal- componiendo un soberbio retablo, entonces la cosa es magistral. Es la monda.
Opiniones autorizadas lo señalan como el mejor ejemplo del barroco asturiano. En cualquier caso, es espectacular la exhibición artística de este palacio avilesino, construido con tanto tino.
Y con tanto talante como talento.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.