

Secciones
Servicios
Destacamos
ALEJANDRO CARANTOÑA
Jueves, 3 de mayo 2012, 02:36
El catedrático Juan José Moreno preguntó al salón de actos de la Escuela de Ingeniería Informática: «¿Se os ocurre algún avance tecnológico de los últimos cincuenta años que no le debamos a Alan Turing?» Silencio. La respuesta es no: todo aquello que se pueda controlar con un ordenador hoy en día tiene sus raíces en su mente, en su privilegiado intelecto, que allá por los años 40 dio con el concepto de lo que acabarían siendo los ordenadores que hoy conocemos.
Moreno, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, pasó ayer por Oviedo para recordar la breve y fructífera trayectoria del matemático, criptógrafo y humanista, un ídolo de la informática. Su padre, de hecho. Porque este año se celebra el centenario de su nacimiento, apenas unos meses después del hundimiento del Titanic. Entonces, en junio de 1912, comenzaba la andadura de una mente que había de alumbrar una «máquina abstracta», explica Moreno, «que no tenía por qué ser mecánica, sino procesar grandes cantidades de información». Ser capaz de actuar, en fin, con lo que Turing ya intuyó que sería 'inteligencia artificial', aunque aún no había sido bautizada así.
Uno de los primeros problemas, de hecho, que formuló el matemático británico fue el conocido como 'problema de parada', que viene a plantear si es posible crear un programa que sepa detener a otro por sí mismo. Es decir, si la inteligencia artificial que ahora florece podría llegar a rebasar a la de los humanos en algún momento. «No», explica Moreno, «una máquina no puede sentir, ni amar, ni decidir. Puede imitar comportamientos, puede llegar a engañarnos, que es una perspectiva muy interesante, pero en ningún caso puede superarnos».
Siempre se podrá tirar, en fin, del enchufe, algo que el catedrático recomienda vivamente: «Sustituimos con la felicitación generada por ordenador la carta de tres folios escrita a mano. La tecnología mal utilizada», sentencia, «conduce a hacer máquinas más inteligentes para volvernos a nosotros más tontos, más cómodos».
Turing lo vio venir. Sin embargo, de toda su breve vida (murió con 41 años), Moreno destaca su biografía «de película»: gracias a él y a su primer prototipo de ordenador se logró descifrar la famosa máquina Enigma, que los nazis usaban para codificar sus comunicaciones.
«No era un buen estudiante», cuenta Moreno, «como casi todos los genios. Luego sí, luego hizo su tesis doctoral en Princeton y trabajó durante años para el Gobierno».
De ese dilentantismo, de esa parcela de su vida que fue imaginar un mecanismo que pudiera ir más allá de la mera acción reacción, nació «un mundo», ese en el que hoy muchos viven inmersos.
«Pero él mismo guardó un espacio para su intelecto», remata, «era un visionario como pocos que supo intuir que, bien usada, su creación podía satisfacer el progreso, y que mal usada, sería una condena».
Pero la condena le llegó, tan joven, por otro lugar: era homosexual y, al confesarlo, fue detenido. El Gobierno británico, termina su repaso Moreno, «le dio dos opciones: ir a la cárcel, o un proceso de castración química experimental».
Se decantó por este, que le dejó secuelas, y acabaría por suicidarse dos años después mordiendo una manzana envenenada con cianuro. La herencia romántica del cuento de Blancanieves, del literato que llevaba dentro; y la imagen precursora, a la vez, del logo de Apple. «Todo un legado».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.