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:: ALMUDENA DE CABO
Sábado, 21 de abril 2012, 06:32
La risueña Ursula Plasser de la pequeña localidad austriaca, Braunau am Inn, más tristemente conocida por ser la ciudad donde nació Hitler, nunca pensó de niña que acabaría convirtiéndose en una de las mujeres más importantes del mundo del automóvil. Su pasión por los niños le llevó a formarse como educadora infantil con el objetivo de trabajar en una guardería. Esa misma pasión provocaría un cruce de caminos con el que sería su futuro marido, Ferdinand Piëch, que cambiaría por completo el rumbo de su historia.
Todo comenzó de manera inocente. Una joven Ursula de 25 años años, encargada de una guardería en su pueblo natal en la frontera con Alemania y con ganas de cambiar de aires, contestó a un anuncio en un periódico. El nieto del fundador de Porsche, Ferdinand, de 44 años de edad, por entonces director técnico de la filial de VW, Audi, y su compañera sentimental Marlene Porsche, separada de su primo Gerd Porsche, buscaban una 'gobernanta' para sus dos hijos en común, más dos más «procedentes de otra relación», más otros cinco de su primer matrimonio con Corina Piëch. «Independiente, buena mano con los niños y movilidad» fueron los requisitos que Marlene escribió en el anuncio de empleo. Nada le hacía presagiar que ese sería el principio del fin de sus 12 años de relación con uno de los herederos de Porsche.
De esta manera, Ursula se incorporó a la vida familiar de los Piëch en las Navidades de 1982 en la casa familiar en los Alpes, donde también tuvo que pasar un examen de conducción en todoterreno. «El coche era un Volkswagen Iltis, algo difícil de conducir de por sí. En los tramos más inclinados, siempre con un 17 por ciento de inclinación, le pedía que parase y que volviera a ponerse en marcha. Dos veces ahogó el motor mientras yo sonreía», escribe Ferdinand Piëch en su autobiografía. Ursula lo recuerda de otra forma, «él sonreía y yo pensaba solo ¡qué tío más tonto!». Sin embargo, aquella primera impresión cambió al poco tiempo. La 'canguro' no solo pasó la prueba al volante, sino también la de su corazón y dos años más tarde, en 1984, la austriaca contraería matrimonio con el famoso vienés 19 años mayor que ella.
'Uschi', como la llama cariñosamente su marido, es una mujer con una gran sonrisa que «no se deja gobernar por nadie» describen los que la conocen y no duda en defender su opinión incluso frente a su esposo. A pesar de su buen humor, no le falta habilidad para imponerse cuando es necesario, algo que queda patente, por ejemplo, durante las ferias de automóvil cuando no duda en avisar a su marido de la hora de irse, aunque sea tirando de su manga.
En el imperio de Volkswagen la ven como una figura integradora y mediadora, un talento puesto a prueba en numerosas ocasiones durante las disputas familiares entre los Porsches y los Piëch.
Escotada y de rojo
Alejada de la prensa sensacionalista, la rubia de media melena de corte clásico es calificada por sus amigos como una mujer «vivaracha y elocuente», con un «elevado gusto por los coches» y que ha sabido hacerse un hueco en el complicado y abigarrado consorcio de Volkswagen. Es habitual verla al volante de su Audi Quattro o a manos de su Ferrari por las calles de Braunschweig, donde reside. Sin duda, elegir un coche por la mañana no le debe resultar nada fácil. En el garaje de su casa decorada con los colores blanco y amarillo, al estilo de Salzburgo, duermen a cobijo también un Bentley GTC, un Bugatti Veyron y un Audi R8.
Desde el pasado jueves, Ursula forma parte del consejo de administración del gran consorcio automotriz a propuesta de su marido dentro de su estrategia para salvaguardar su legado a su muerte. Ferdinand Piëch es el tercer hijo de un abogado vienés llamado Anton Piëch y de Louise, hija del legendario Ferdinand Porsche. Como patriarca de una gran familia con una prole de doce hijos no quiere que a su muerte todo acabe en manos de inversores ajenos a la familia. De esta manera ha creado dos fundaciones, Ferdinand Karl Alpha y Ferdinand Karl Beta, donde ha depositado su patrimonio (que hace unos años superaba los 4.000 millones de euros) bajo su control. A su muerte, ese control pasará a manos de su esposa con la única condición de que no vuelva a contraer matrimonio. Sigue así la misma estrategia que ya emprendieron otros como Axel Springer o el gran accionista de BMW, Herbert Quandt. Todos ellos nombraron a sus mujeres como sus sucesoras al cargo de sus empresas.
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