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Gustavo Dudamel, anoche, al frente de la Sinfónica de Gotemburgo en Oviedo. :: PIÑA
Dudamel enciende el fuego sueco
Cultura

Dudamel enciende el fuego sueco

El director de orquesta demostró anoche en Oviedo su calidad de gigante

RAMÓN AVELLO

Viernes, 30 de marzo 2012, 11:35

El director venezolano Gustavo Dudamel es un gigante elevado sobre tres orquestas. Una, la Sinfónica Simón Bolívar, donde ahondan sus raíces. Otra, la Filarmónica de Los Ángeles, donde muestra su poderío. Y finalmente, la Sinfónica de Gotemburgo o Göteborg, donde hace gala de su universalidad y su proyección en Europa. La relación de Gustavo Dudamel con la Orquesta Sinfónica de Gotemburgo dista mucho de ser circunstancial. Desde hace cinco años, Dudamel está modelando esta orquesta sueca con una imagen sonora muy personal. Lo más llamativo que se pudo ver anoche en el Auditorio de Oviedo fue la cuerda. Los violinistas parecían militares prusianos moviendo el arco al unísono, aportando una textura muy tersa y brillante a su música. El metal, con un empaste rotundo, característico de las orquestas nórdicas. Dudamel dirige de memoria y es comedido en los gestos. O así lo fue en la de anoche, su tercera presencia en Asturias.

Estas cualidades sonoras se percibieron en un programa muy atractivo y que traduce la vitalidad del director y la fuerza comunicativa de la orquesta. Comenzó el concierto con el poema sinfónico 'Don Juan', de Richard Strauss. En la concepción de Strauss la figura de 'Don Juan' se identifica, a partir de la vaga idea mozartiana del seductor, con una especie de héroe romántico imbuido de un tono fatalista y trágico. Tres ideas dominan a 'Don Juan'. La primera es el deseo inagotable que se simboliza por el motivo ascendente inicial en las cuerdas. La segunda el tema de la posesión amorosa, el triunfo del seductor, que se presenta en un motivo reiterativo en las trompas. El tercero, la desesperación y la muerte. La versión de ayer de 'Don Juan' fue de una gran tensión. Dinámicas muy contrastantes y un tiempo generalmente vivo.

Más que de un clasicismo sereno, la 'Sinfonía 103 en Mi bemol mayor', de Haydn, apodada 'El redoble del timbal' por el solo de timbales con el que comienza la obra, es una sinfonía imaginativamente romántica y con pinceladas fantasmagóricas, como las alusiones al Dies Irae en el Adagio inicial. Dudamel nos ofreció una versión con una gran voluntad estilística prerromántica, una sonoridad ondulada en las cuerdas, con dinámicas progresivas y acentos en los fraseos que daban a la obra un alto relieve melódico. El segundo movimiento, el 'andante' con variaciones, fue de una elegancia muy apropiada a la música de Haydn.

En la segunda parte, la orquesta sueca volvió de nuevo a Richard Strauss con el poema sinfónico 'Así hablaba Zaratustra'. El pórtico o introducción de esta composición sobre el texto 'El sol se eleva, el individuo se funde con el mundo y el mundo con el individuo' que se popularizó por medio de la película de Kubrick '2001 Odisea del espacio', refleja ya las cualidades interpretativas que Dudamel transmitió en los diferentes números de esta composición: virtuosismo orquestal, tejido contrapuntístico y fabulosos juegos de dinámicas. Más allá de las peroraciones de Zaratustra sobre el superhombre, está esa riqueza musical de primer orden con una orquesta al límite de su poder y de su expresividad. De nuevo hay que resaltar la magia de las cuerdas, y las combinaciones y los empastes con el metal. En una obra como esta de Strauss, la tímbrica llega a extremos increíbles de luminosidad. Unido a una dinámica y, sobre todo, unos detalles de agógica (pequeñas oscilaciones de tiempo) característicos de Dudamel, produjeron una interpretación de auténtica apoteosis.

Tras los aplausos, prolongadísimos, Dudamel dirigió el 'Intermezzo de Cavaleria Rusticana', de Mascagny. Una obra en la que las cuerdas cobran vida propia. Como lo hicieron a lo largo de todo este concierto, excepcional, en el que la hondura musical prevaleció siempre sobre la espectacularidad.

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