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El llanisco Benjamín Riestra Amieva nació hace 87 años en el molino de La Huera de Meré y allí continúa atendiendo la instalación. :: G. F. B.
Los últimos molineros
Oriente

Los últimos molineros

Sin rentabilidad económica ni relevo familiar, los molinos empiezan a agonizar

GUILLERMO F. BUERGO

Domingo, 25 de marzo 2012, 11:59

Hace cien años, en los diferentes concejos de la comarca funcionaban centenares de molinos harineros, tal vez por encima de 500. En la actualidad sobran los dedos de una mano para contar los que se mantienen en activo. Además, la edad media de las personas que los atienden supera los 70 años y ante la falta de relevo generacional ellos serán los últimos molineros. Nadie quiere ya trabajar en una actividad carente de rentabilidad económica y sin sentir añoranza por aquellas piedras que con tanto mimo trataban sus antepasados. Los molinos harineros, espacios míticos, lugares con encanto y en su mayor parte pequeñas construcciones al lado de los ríos que se adaptan a los desniveles del terreno, florecieron a partir del siglo XVII con la llegada del maíz a Asturias y perdieron importancia de forma brusca cuando la harina que salía de sus muelas dejó de ser fundamental en la dieta humana. La falta de relevo generacional, la escasez en la demanda y los problemas a la hora de repartir la propiedad, son las tres causas que llevaron a los viejos molinos a convertirse en ruinas invadidas por la maleza. Antes de su despedida, que no está lejana en el tiempo, sería injusto no reconocer en los viejos molinos cuatro características fundamentales: Tienen peculiaridades arquitectónicas; perpetúan un sistema de producción artesanal; son los centros más antiguos de elaboración de harinas y representan la base de importantes cambios tecnológicos, económicos y sociales.

Los cientos de molinos que han dejado de funcionar están asediados por matorral y, en el mejor de los casos, han sido integrados como una estancia más de la casa o rehabilitados en la construcción de nuevas viviendas unifamiliares. Aunque en ambos supuestos se termina desmontando el viejo molino o se mantiene como un mero elemento decorativo. Algunos alcaldes, cuando accedieron al cargo, formularon propuestas de recuperación para esos molinos con el fin integrarlos en el patrimonio cultural de cada municipio pero, ante la titánica labor que les queda por delante, las buenas intenciones se las terminó llevando el viento.

En el concejo de Llanes ni se sabe ya las instalaciones que había en las márgenes de los ríos Ereba, Bedón y Carrocedo. Hoy sólo se mantienen activas la que regenta Amada Sánchez, en Vibaño, y la que atiende Benjamín Riestra Amieva, en la aldea de la Huera de Meré. Benjamín Riestra, de 87 años, administra como colono una propiedad formada por casa, molino, cuadra, dos hórreos y 12 hectáreas de tierra. El propietario vive en México y recibe una renta de 50 euros mensuales. Benjamín reside en Posada y dice que el molino «no tiene ningún futuro entre los miembros de mi familia. Vengo todas las mañanas para que no se cierre pero mis tres hijos tienen sus profesiones y no se van a dedicar a esto».

El molino de la Huera de Meré es de dos muelas y recuerda Benjamín que en los años de mayor gloria llegó a «moler más de 400 kilos diarios. Algunas veces estuve moliendo 24 horas seguidas durante cinco días». Ahora, pasa jornadas «sin moler nada». El anciano descansa en una cómoda butaca y su mayor preocupación es la de prevenir la visita de un halcón que, en vuelo rasante, «me lleva las pitas y las gallinas». Antiguamente tenía un carro y un caballo con el que «repartía la molienda por los pueblos. Incluso venían dos camiones desde Cabrales que me traían maíz para moler para piensos». En los 87 años que lleva en el molino «nunca cambiamos las piedras». Y como averías más frecuentes señala «los rodamientos y las piedras, cuando se desnivelan».

A principios del siglo XIX en el concejo de Cangas de Onís había 71 molinos harineros y hoy sólo permanece activo el que regenta en Corao Bernardo Bulnes Alonso, de 55 años. Su abuelo, José Bulnes, era arrendatario de la familia Mendoza y después de la Guerra Civil les compró la instalación. Se trata del molino mejor dotado de la comarca, con cuatro muelas. Toma agua del río Güeña, en flujo continuo, sin necesidad de embalsar, por lo que «en bastantes ocasiones se inunda». De hecho, en el frontal de la entrada permanece una piedra labraba advirtiendo de hasta dónde llegó el agua en una gran inundación que se produjo el 20 de agosto de 1820. Respecto al relevo generacional dice Bernardo que «tengo un hijo de 16 años que no está muy por la labor, aunque no se sabe las vueltas que puede dar la vida».

En el concejo de Parres llegaron a contabilizarse 68 molinos y hoy sólo produce el de Fíos, llamado de La Teyera, de un solo molar y regentado por el erudito Antonio Soto Díaz, de 87 años. Lo compró con su padre, en 1946, a un vecino que emigraba a Argentina. Asegura que «muelo a diario» y recuerda que ya cambió las piedras «un par de veces, aprovechando las de otros molinos abandonados». Hace 50 años «funcionaba a pleno rendimiento, de día y noche, porque la gente sembraba mucho maíz y la harina era un sustento básico en la alimentación de las familias». Antonio es el que mejor lo tiene de cara al futuro porque recibe la ayuda «de mi hijo Mauricio». Comenta que «hace una semana» recibió la visita de un «vendedor de turbinas» que le propuso arreglos en el molino para la producción de energía eléctrica. Y él contesta que «nunca había pensado en ello. Tal vez la inversión sea muy costosa y no se pueda amortizar en muchos años».

En las orillas del río Espinaredo, en Piloña, estuvieron funcionando seis molinos en menos de cinco kilómetros y hoy sólo trabaja el de Ferrán, gestionado por Constantino Llano Artidiello, de 49 años. Aunque compagina la actividad con un trabajo que tiene en Gijón. Es una infraestructura de dos muelas que conoció sus mejores años en manos de Emilia Vallejo, la abuela de Tino, cuando al molino llegaban a diario varias filas de burros cargados de sacos de maíz. Nunca se le cambiaron las muelas y en la actualidad continúa trabajando bajo el concepto de maquila, un sistema económico de trueque por el que Constantino se queda con el 10% de la molienda. Y en el molino de Ferrán «no tenemos definido un posible relevo generacional».

Los molinos que funcionan en la actualidad permiten imaginar cómo pudo ser la actividad en otros, de porte extraordinario, que se encuentran en completa ruina. Tal es el caso del molino parragués de Sobrepiedra, junto a la ermita de San Bartolo y a orillas del río Sella. El último molinero, hace 50 años, fue Ramiro Tarapiella y recuerda su hijo, también llamado Ramiro, que «era una instalación espectacular, con tres muelas y cada piedra tenía un diámetros de 130 centímetros». Era propiedad de la familia Tarapiella y la historia concluyó en un pleito por la herencia. La discusión acabó en los tribunales y los abogados terminaron quedándose con la propiedad una vez que los herederos no se hicieron cargo de la minuta y los gastos del proceso. Un día, llegó un camión. Cargó las seis piedras y se las llevó como motivo decorativo para un chalet de La Navata, un pueblo del municipio madrileño de Galapagar.

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