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Agustín Iglesias Caunedo. :: M. R.
Bardot y los gatos
SILLA DE PISTA

Bardot y los gatos

FAUSTINO F. ÁLVAREZ

Domingo, 4 de marzo 2012, 03:38

Uno a veces se percibe como un felino sin dueño, un gato de los definidos por Jorge Luis Borges como la oportunidad que Dios dio al hombre para acariciar al tigre. Gracias, Brigitte Bardot, por haber salido en defensa de los gatos errantes de Vetusta, de los gatos del Trastévere romano, de los gatos de Sitges, de todos los gatos silenciosos y políglotas del mundo. Mi gratitud a la dama de 'Y Dios creó la mujer' es puro egoísmo, es por el mismo instinto de supervivencia por el que estoy en contra del aborto concebido como una rutina social. Los gatos de Oviedo son prerrománicos y tienen la sabiduría de una ciudad que sobrevivió a asedios comiendo ratas y gatos en la misma cazuela. Si hay algo más hermoso que la mirada de Brigitte Bardot en los tiempos del cólera son los ojos de un gato: tiernos, observadores, traviesos, con el encanto azulado de los miopes y con el punzón sabio de los egipcios. El alcalde Agustín Iglesias Caunedo, a quien se dirigió epistolarmente el sex-symbol francés, lanceado pero no derrotado por el tiempo, tiene la obligación moral de erigir en Oviedo un monumento al gato, por mucho que las arcas municipales no estén para ruidos ni para alegrías.

Mantienen viajeros experimentados y cosmopolitas infatigables que para poner el termómetro a la actitud moral de una ciudad no hay más que fijarse en cómo son tratados los niños y los viejos, que vienen a ser lo mismo, el alfa y el omega de una incertidumbre. Habría que añadir a los gatos en esa evaluación. Comprendo que las gentes del entorno del colegio Veneranda Manzano estén hasta el gorro de los gatos, de sus eventuales clubs de fans, de la comida que les tributan para la supervivencia, de las excursiones de mininos en los tiempos de celo, de las cagadas, meadas, maullidos y piruetas, de los ovillos en que se convierten cuando quieren llamar la atención.

Todo eso es muy respetable, como la queja de los vecinos de Porlier hacia las palomas y las gaviotas que traen, en la inocencia de sus plumas, semillas de histoplasmosis, de neumonía, de salmonelosis y demás maldiciones de galenos cultos. También sus heces corroen las piedras de los edificios centenarios, desvencijan los tejados, y a veces se hace difícil entender que las palomas picassianas o atortoladas sean los animales de compañía de las estatuas.

Pero algo habrá que hacer, señor alcalde, para evitar eso tan municipal y espeso como es prohibir por prohibir, ya sean los patinetes o los borrachos. Algún clariso local, de honda y tradicional raigambre ovetense, le podrá sugerir que meta en una jaula a los gatos de Oviedo y se los envía a la alcaldesa de Gijón, doctora Moriyón, para que los castre y los envía a hacer 'footing' por el cerro de Santa Catalina. Si Mercedes Fernández, que es gatita en el alambre, se ha venido a vivir a Oviedo, compense a sus paisanos playos con un ejército de gatos de pardo saber, sentenciosos, divertidos, resentidos, gramáticos, científicos, informáticos, físicos, astrónomos o doctores en lenguas muertas, de maullido operístico, de rezongar zarzuelero, y reencarnación trashumante de la gloriosa Extensión Universitaria de otros tiempos.

Los gatos tienen siete vidas, dice el dicho. Otras tantas nos merecemos los asturianos para que finalicen las obras de la autovía del Cantábrico, para que el AVE llegue a Gijón y para saber si las segundas urnas del 25-M nos van a traer algo distinto que más paro y más palos en el espinazo; en fin, para evitar que nos dén gato por liebre.

El gran Paco Ignacio Taibo sobrevivió en México dibujando un gato sabio en un diario local: un bicho sentencioso que odiaba a los ratones y al gobierno. En la ínsula asturiana de micifuz siempre se aprecia el lomo arqueado y sin flecha de un pobre gato sobre el hogareño regazo de Brigitte Bardot. Erija una estatua a la conversa señora de las focas, y póngale el Praxíteles local un minino anudado al cuello cuarteado de la musa en que tantos reclutas amarramos los sueños de la inocencia.

Una carta de Brigitte Bardot no se recibe todos los días por lo que, señor alcalde de carambola, ya puede usted estar contento y satisfecho. Por la buhardilla del cielo va un gato que apenas pisa las nubes de algodón y que lleva a Iglesias Caunedo de la mano. Cuide los gatos, alcalde, llévelos a los plenos municipales a que se duerman entre los micrófonos, a que traguen un sapo y vomiten una sardina, y misión cumplida.

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