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PACHÉ MERAYO
Sábado, 18 de febrero 2012, 03:44
Tiene 84 años. Es veterano en vida y oficio, en ciudades, saberes y misterios. Y todos están en su obra. Una obra que se corona en todos los manuales con las suertes del informalismo, y que él no quiera bautizar con más vocabulario que el que está en el lienzo. Madrileño de Barcelona (donde nació en 1927), neoyorquino durante un tiempo muy grato y prolífico, abrió ayer su tercera gran exposición monográfica en Gijón, la primera con carácter retrospectivo. Y lo hace en la sala Van Dyck.
-¿Qué se siente al observar el trabajo de tantos años?
-Que he envejecido. Eso es lo primero que veo. Pero me siento orgulloso porque al observar la retrospectiva lo que veo es mucho, muchísimo, trabajo, pues esa es mi gran virtud, trabajar mucho. Uno se da cuenta ahora de lo corta que es la vida y sinceramente creo que he sabido sacarle partido.
-A usted no le gusta verbalizar el arte, piensa que no hay teorías, solo misterio.
-Y así es. El arte es un misterio que ningún teórico puede solucionar. Es una atracción que nadie puede explicar. Los críticos le prestan cinco minutos a aquello en lo que tu has invertido días, semanas y creen que por ponerle cuatro verbos pueden identificar ese misterio, pero no es así, por la sencilla razón de que el arte no es una ciencia exacta.
-No puede explicar el qué, pero sí el por qué.
-Es un impulso que nace, que brota de la forma más inesperada. Cuando me pongo delante de un cuadro nunca sé lo que voy a hacer. Es una relación mágica, inexplicable.
-Parece hablar de amor.
-Si quiere llamarlo así.... Para mí es una relación no intelectual, o sí, no lo sé, que supera todo lo explicable y eso es lo que me gusta. Si hubiera descubierto ya el misterio que esconde el arte, probablemente, me dedicaría a otra cosa.
-No tiene en cuenta a los teóricos ¿tampoco a quienes le definen como informalista?
-La verdad es que todas esas etiquetas, informalista, estructuralista, geometrizante parecen conceptos para archivar a alguien en un departamento.
-Dice sentirse orgulloso ante su trabajo. ¿Siempre es así cuando concluye una obra?
-Que va. Soy de los pintores que más obra destruyen. Si algo no funciona, se tira y he tirado muchos cuadros.
-¿Nunca les dio una segunda oportunidad?
-Hombre sí. Les he podido reinventar recuperando la materia, pero yendo por otro camino, es decir que, al final es otro cuadro distinto.
-Sus cuadros están cargados de volúmenes ¿no le atrae la escultura total?
-Siempre me he sentido atraído por el volumen, incluso cuando en mis collages eran una cuestión presente, pero de sugerencia fingida. De hecho empecé con los coudragues (relieves de tela cosidos) para lograr esa tercera dimensión. Cuando encaré los relieves de madera esta ya era muy evidente, pero sigo haciendo cuadros, sigo pendiente de la verticalidad de la pintura.
-La madera se ha convertido en su mejor aliada.
-Fue un hallazgo y hoy necesito su calidez, sus matices y sus posibilidades.
-La obra que viene a Gijón es de su colección particular. ¿Guarda piezas de todas las etapas?
-Eso he pretendido siempre y ahora Van Dyck me ha convencido para que me desprenda de algunos de mis principales tesoros.
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