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PACHÉ MERAYO
Domingo, 5 de febrero 2012, 11:56
Se sabe muy poco de ella. De lo que realmente significaba, aunque ha traspasado la historia como una diosa. Entre las certezas está su edad. Los estudiosos creen que Venus lleva 20.000 o 22.000 años con nuestra civilización. Es regordeta y levanta no más de 25 centímetros del suelo, aunque la más famosa supera con poco los once y la más pequeña tan solo mide cuatro centímetros. De vientre abultado y enormes senos, ha sido mito literario y es símbolo de fertilidad, de feminidad y de pasado. Hoy esta Venus, que abunda al Norte de los pirineos, -la primera fue hallada a la vera del Danubio-, habla de la entrada en escena de la mujer. Anuncia el dominio de las culturas femeninas que se extendían desde la cordillera francesa hasta las llanuras siberianas del lago Baikal. Su bautizo como Venus pretende remarcar la creencia de que constituía un ideal de belleza prehistórico, y, aunque el mito con el tiempo ha sido rechazado -no hay más que observar lo poco que tienen que ver con los cánones de belleza clásicos que instauraron posteriormente griegos y romanos-, la denominación persiste.
Lo cierto es que Europa entera se pobló de esas figuritas de mujer, pero ninguna de ellas se ha hallado aún en la Península Ibérica. Y es esa inexistencia al Sur de los Pirineos la que da punto de partida a una exposición del Museo de Altamira, titulada, precisamente, 'Al Sur de Venus'. Una exposición que busca la presencia de esa diosa entre los objetos cotidianos, entre los adornos femeninos y la vida de los pobladores prehistóricos. Una exposición, además, que cuenta con materia y talento asturiano, ya que exhibe piezas del Museo Arqueológico del Principado, algunas de ellas de las excavaciones de Javier Fortea, quien fuera hasta su muerte director del equipo de arqueólogos de la cueva de El Sidrón, y está comisariada en parte por Marco de la Rasilla, su actual responsable, que participa en este proyecto como profesor de la Universidad de Oviedo.
La principal institución académica asturiana ha trabajado codo con codo con la Universidad del País Vasco y con el Museo que el Ministerio de Cultura tiene en la vecina Santillana del Mar, donde se muestran los entresijos de 'Al Sur de Venus'. Los mismos que podrían llegarse a contemplar en Asturias si finalmente se cumplen las expectativas de la Dirección General de Patrimonio, que ha mostrado su interés por trasladar el conjunto al Principado, aunque no al Museo Arqueológico al que pertenecen algunas de las piezas exhibidas, «ya que las necesidades espaciales de la muestra no lo permitirían», en palabras de Joaco López, titular de dicho departamento. La intención pasa por desplegarla en la «gran sala de exposiciones temporales del Centro de Arte Rupestre de Tito Bustillo», en la que aún no se ha consolidado proyecto alguno, por lo que 'Al sur de Venus', de llegar a programarse, supondría su inauguración.
Con De la Rasilla han llevado a cabo un comisariado colectivo de la muestra Álvaro Arrizabalaga (Área de Prehistoria, de la Universidad del País Vasco), Carmen de las Heras (conservadora del Museo de Altamira) y José Antonio Lasheras (director del Museo de Altamira). Entre todos se han adentrado en el periodo Gravetiense, un momento de la prehistoria poco conocido que nos hace viajar 25.000 años atrás, a las cuevas que pintaban los habitantes de la cornisa cantábrica. «Personas como nosotros, que usaban las mismas herramientas, cazaban con iguales armas, lucían colgantes similares y, por primera vez, manejaban imágenes y signos cargados de sentido», dicen sus responsables. Unos hombres y unas mujeres entre los que el arte era ya una expresión común.
El Gravetiense, que corresponde al Paleolítico Superior, entre hace 29.000 y 20.000 años, es el primer periodo de la historia con cierta homogeneidad continental. Su cultura se encuentra en la Península Ibérica, Francia, Bélgica, Italia, Europa Central, Ucrania y parte de Rusia y es la primera gran cultura paneuropea, con matices regionales, como narra la exposición. Entre sus características más relevantes se encuentra, precisamente, la expansión de estas esculturas, las mencionadas figuras femeninas, las famosas venus. De ahí que sean conocidas como venus gravetienses.
Esta muestra, que se podrá visitar hasta el 22 de abril, proporciona una visión actualizada de las condiciones ambientales, la cultura material y el arte rupestre y lo hace de una forma sencilla y amena, explicando, por ejemplo, los primeros enterramientos humanos conocidos, que datan de este momento y que son un paso de gigante para la civilización, porque significan el primer tiempo en que el hombre piensa más allá de la materia que le envuelve. De hecho, uno de los atractivos del conjunto expuesto es la reconstrucción del impresionante enterramiento de Sungir (Rusia). Y es que cabe recordar, así lo hacen los expertos que ponen el acento científico en esta muestra, que el homo sapiens sapiens, la única especie existente en Europa desde el Gravetiense, ya disponía de un gran desarrollo social. Se sabe que su cultura era sofisticada y su comportamiento le exigía cuidar a los desfavorecidos y quizá por eso también enterrar a sus muertos.
Entre lo más destacable de 'Al Sur de Venus' está asimismo una importante muestra de la industria lítica, que alcanzó un gran desarrollo en este periodo, en especial para la creación de proyectiles de caza. También se exponen piezas en hueso y asta, materias con las que se elaboraron objetos de uso cotidiano y adorno personal. Llaman la atención los colgantes, algunos de los cuales se prenderían sobre la ropa como broches. Entre las piezas más emblemáticas, un colgante de unos 25.000 años de antigüedad descubierto este mismo año en el yacimiento guipuzcoano de Irikaitz y que es el más antiguo encontrado en una excavación al aire libre en la Península Ibérica. Junto a esas pequeñas piezas decorativas, también se exhiben algunos los collares, como el del Cuco (Cantabria).
El entorno natural de aquella civilización, su fauna y también su arte, todo está en este singular paseo por el Gravetiense, entre cuyos fenómenos más singulares están las representaciones antropomorfas de seres humanos o de partes de ellos, como las conocidas manos en negativo, que también aparecen en Tito Bustillo. Representaciones artísticas también son el mueble sobre hueso y asta y la información de los grabados sobre piedra, entre los que destaca el león de El Castillo (Cantabria) y la cierva de Antoliñako koba (Vizcaya).
Para contar todo ese momento histórico, que culmina con una travesía fotográfica por los mejores ejemplos del arte rupestre de la Cornisa Cantábrica, se han seleccionado objetos comunes de diferentes yacimientos cantábricos y franceses. Las piezas proceden en parte del Museo Arqueológico de Asturias, pero también del de Altamira, del Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, del Arqueológico de Bizkaia, del Centro de Depósito de Materiales Arqueológicos y Paleontológicos de Gipúzcoa, del Museo de Navarra, del de Prehistoria y de Arqueología de Cantabria, de la Direction Régionale des Affaires Culturelles d'Aquitaine y de la de Asociación Gaztelu-Familia Darricau (Francia).
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