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ALEJANDRO CARANTOÑA
Martes, 31 de enero 2012, 17:44
Se reían, Twitter mediante. Se partían de risa un sábado por la noche: «Haciendo un simpa vía taxi». Y el joven incluía su origen (Oviedo), su destino (Sama de Langreo) y el nombre de su acompañante en la misma red social. Más risas: «El taxista acaba de tirar 38 euros a la basura», y acompañaba con la etiqueta #taxistassubnormales. En este punto de la historia interviene TaxiOviedo, esto es, Rixar García, taxista ovetense tremendamente activo en Twitter que detectó el mensaje y respondió: «y taxistas tuiteros».
En este momento, a los jóvenes se les cae el alma a los pies y se asustan: cierran sus perfiles al público. Pero García ya había capturado imágenes de las caras de ambos (las que incluían en sus perfiles), sus nombres y apellidos, y los tuits, o mensajes, que habían publicado contando la gamberrada. Todo, por si el taxista en cuestión se decidía a denunciarles.
García fue contando la evolución de toda la peripecia en su blog, para luego empezar a retirar información, a lo largo de la tarde del domingo, a medida que descubría que los chavales eran menores de edad y que, además, tenían intención de pedir disculpas y pagar el dinero de la carrera al taxista.
Se pusieron en contacto con él a las ocho de la tarde del domingo: eran dos estudiantes de Bachillerato de la localidad asturiana, de los que, a esas alturas, él ya tenía mucha más información («Ya que la tarde está siendo aburrida»...)
A esta hora todos los detalles de la historia han desaparecido, después de los consiguientes chascarrillos y del arrepentimiento de los chavales. Según explica uno de ellos en un comentario en el blog de TaxiOviedo, «aunque nos hemos disculpado por teléfono, nos gustaría poder hacerlo a la cara también, a la par que abonaros nuestra correspondiente deuda», escribía. Fue, dice, un acto «consecuencia de una noche de fiesta».
Moraleja: la huella digital, como advertía ayer García, es honda, por no decir indeleble. Y lo que no es más que una chiquillada queda grabado en las tripas de Internet. Igual que en la memoria de todos los que, con una sonrisa (o carcajada), han asistido a la anécdota.
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