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ALEJANDRO CARANTOÑA
Domingo, 29 de enero 2012, 12:03
Alguien exclamó al conocer al tenor Stuart Skelton: «Es un paisano». Este australiano grande, enorme, apasionado del rugby se ha hecho rápidamente a la capital y a sus costumbres. Porque mientras que ha estado preparando su papel protagonista en la última ópera de la temporada, 'Peter Grimes', que estrena hoy, ha encontrado tiempo para ir a un partido de rugby con el presidente de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera, Jaime Martínez, para acercarse a un «chigre a comer fabada», o para perderse por las calles de la capital en busca de («¿Cómo se dice?») bombillas. Pero una vez se pone serio, se pone a hablar de Peter Grimes, todo lo que queda fuera de las paredes del Teatro Campoamor le da igual. Todos se han ido a comer, y cada una de nuestras palabras rebota en todo el recinto. No hay ni un alma, solo el espíritu, lúgubre y flotante, de Peter Grimes.
-El personaje de Peter Grimes fue creado por Benjamin Britten a partir de un poema del siglo XIX, de George Crabbe, a medida de su compañero, el tenor Peter Pears. ¿De qué manera aborda su papel: desde ese aspecto emocional o desde el musical?
-Yo me quedo con lo que Britten nos ha dejado escrito. Pears, por ser el primero, es el punto de partida, pero no debe ser la referencia.
-Las encarnaciones de Grimes por varios tenores le dieron todo tipo de disgustos a Britten: Jon Vickers le traía de cabeza por hacer lo opuesto que Pears. ¿Con quién se queda?
-Sin dejar de ser una interpretación excepcional, creo que Jon Vickers sentó un precedente con el que yo no comulgo: Britten fue tremendamente preciso al escribir la partitura, y yo pienso que eso es por algo. Aunque parezca descontrolada, no lo es, todo tiene un sentido y yo soy de la teoría de que hay que respetarlo. Dicho lo cual, yo no podría cantar como Pears. Procuro mantenerme fiel a la intención musical de Britten con lo que tengo y lo que puedo ofrecer. Es lo primero para un artista: saber qué puede aportar.
-¿«Rendirse» a las propias debilidades?
-Exacto. No se trata de llamar al público y que venga, sino tomarle de la mano y llevarle. Con ello pretendo conseguir, ante todo, que el público se incline hacia adelante en su asiento, y que se quede con la boca abierta. No que se recline hacia atrás y vea cómo la ópera le atropella, le da en la cara sin causarle emoción.
-Hablando de la emoción: parece que tiende a situarse la relación amorosa entre Britten y Pears en el centro de la construcción del personaje de Peter Grimes. ¿Es así?
-Creo que eso da igual. La historia de Peter Grimes va por otro lado y, de hecho, no hay ningún miembro de este equipo, ni nadie con quien yo haya trabajado en un 'Peter Grimes', que haya dicho explícitamente que Grimes es homosexual: no tiene por qué serlo. Es cierto que la muerte de sus aprendices oculta el trasfondo del abuso, pero ese nunca llega a ser el asunto central. Lo importante es la confrontación del mundo de Peter Grimes con el mundo del resto pueblo. En ese conflicto reside su potencia.
-Aquí queríamos llegar: resulta que el pueblo de Peter Grimes, una pequeña villa marinera de la costa oriental inglesa, podría encontrarse perfectamente en el litoral asturiano. ¿Cómo cree que reaccionará el público de la región a este escenario, que puede serle más familiar que a otros?
-La pregunta no es sencilla. Al espectador le va a costar ponerse del lado del uno o de los otros porque este montaje de 'Peter Grimes' no responde a esas cuestiones: es la única forma de hacer esta ópera. En el momento en el que empiecen a decantarse, el «bando» que merece su simpatía hará algo terrible y se la devolverá al otro. Y así toda la obra: es puro teatro. Del mejor.
-Siguiendo con Asturias, quizás sepa que en los últimos días de 2011 se produjo una desgracia en el Puerto de Gijón: un niño desapareció en el mar tras volcar su barco. El suceso ha conmocionado la región entera, porque el mar es algo vivo y muy respetado en el día a día. Y este mar de Britten para 'Peter Grimes', el que acaba con la vida de sus aprendices de una forma u otra, lejos de ser claro, es ominoso, sucio, oscuro. ¿Cómo percibe usted esta sensación?
-Yo me crié saliendo a navegar con mis padres y mi familia en Australia, y siempre he tenido el mar muy presente. Y hay que olerlo. Hay que oler, en la costa inglesa, el mar que inspiró a Britten para 'Peter Grimes': he estado dos veces allí y las dos veces hacía frío y el cielo estaba gris. El mar, en esta ópera, está muy tranquilo, hasta que de pronto se vuelve algo peligroso. Y entonces, cuando se vuelve peligroso, Peter Grimes adquiere su oscuridad y su vida al mismo tiempo: él dice «aquí me quedo», en mitad de la tempestad, mientras que los demás corren a guarecerse al pub. Grimes es una fuerza sobrenatural creada por el mar y dominada por él.
-De hecho, llama mucho la atención que esta ópera parece no tener un final: termina, y ya está.
-Como sabemos muy poco de la génesis de Peter Grimes tal y como lo concibió George Crabbe, yo me lo imagino como un ser salido de una ola y ya hecho, puesto en la arena de la playa tal cual. Por eso ese final, que no lo parece, tiene sentido, porque el mar no hace más que tomar de nuevo lo que es suyo.
-El mar, el final... Parece que está ópera provoca cierto «miedo» por los recursos musicales de los que se sirve Britten. ¿Asusta la ópera moderna?
-¡Ah! Yo siempre lo digo, y no me cansaré: esto no es una ópera moderna. Cada vez que me lo echan en cara, respondo: «Venid, venid, que esto no es nada». Es una música muy escuchable: y sobre todo, no hay que olvidar que no todo Britten suena como suenan momentos muy puntuales. Yo creo que hay que quedarse con que tiene una excepcional escritura lírica, que nada tiene que envidiar a un Puccini o a un Donizetti. ¡Es bel canto del mejor en la primera ópera que escribió en su vida! ¡Es magnífico!
-Tiene usted mucho Wagner y mucho Britten en su repertorio. ¿Hay una conexión?
-Todo lo que ocurrió después de Wagner tiene que ver con Wagner. Es así. Solo que Britten se apartó del camino del resto de «herederos», se desplazó. Y le salió bien.
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