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OPINIÓN CARTAS

La tercera edad

ANTONIO COLAO GRANDA

Viernes, 13 de enero 2012, 03:40

La tercera edad sin esperanza de lo trascendente equivale a una muerte lenta que no pocos suelen adelantar con la eutanasia; inversamente, los que creen en Dios y en sus promesas, sí consiguen superar las dudas que Satanás nos va tendiendo a todos con sus tentaciones. Se puede decir que esa etapa que abarca la vida de los viejecitos es la más provechosa que Dios nos concede, pues lleva consigo la desmemoria, deficiencia auditiva, menosprecio por muchas razones, soledad por no poder costear compañía y un sinnúmero de achaques que sólo las religiosas de conventos pueden con todos porque se agarran a la túnica de Dios.

¿Y dónde está el provecho? «Si no fuérais niños como estos no entraríais en el Reino de los Cielos» (Mt 18, 3). Sí, querido lector, la humildad y el amor que superan todas las virtudes son imprescindibles para hacernos bienaventurados y enaltecernos en la vida espiritual. Hemos de convenir que el mal puede ser bueno y el bien puede no serlo. Cuántos habrá llevado a la vida gloriosa el cáncer, el sida y tantas otras enfermedades terminales que viendo la llegada de la muerte se han confesado minuciosamente. Si analizáramos con paciencia el bien que han hecho los 'males' y el 'mal' que han hecho los bienes, sólo le pediríamos a Dios una sola cosa: «que se haga Su Santa Voluntad en todos los momentos de nuestra vida», y nada le agradaría más a Jesucristo que oír ese pedido.

Todos los católicos pedimos eso mismo cotidianamente, pero lo hacemos de forma tan arbitraria que apenas sabemos lo que estamos pidiendo: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»(Mt 6, 10).

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