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Ochenta almas en una
OSPA ORQUESTA SINFÓNICA DEL PRINCIPADO

Ochenta almas en una

La OSPA es como una enorme torre de babel que de pronto, con un golpe de batuta, se condensa en un solo instrumento. Un instrumento mágico que el maestro que estos días les dirige, Roberto Tolomelli, toca en el aire mientras canta ensimismado las partes vocales. Esto es un día de trabajo en la orquesta que, aún hace una semana, tocaba para el Papa

ALEJANDRO CARANTOÑA

Sábado, 3 de diciembre 2011, 03:39

En el auditorio Príncipe Felipe hay una sala en la que las butacas solo están ocupadas por fundas de instrumentos vacías y abrigos doblados sobre los respaldos. Desde las fundas, una enorme colección de fotos familiares contempla el escenario: allí está su contenido, haciendo sonar 'Norma'. Es la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias la que, bajo la batuta del maestro Roberto Tolomelli, ultima la primera lectura de la partitura completa que se estrena este jueves, en la cuarta obra de la temporada de ópera. Cuando suena la última nota del último compás, Tolomelli se levanta, y no suena ningún aplauso: ha terminado este tramo del ensayo y es el momento de tomarse diez minutos de descanso antes de volver a la labor. Los músicos de la OSPA solo colocan sus instrumentos con cuidado y salen al pasillo a charlar, a mirar el móvil, a estirar las piernas. Y eso a pesar de que aún reverbera la sobrecogedora melodía concebida por Bellini; y eso que la tinta de las notas que van tomando sobre la marcha («¿Lo quiere 'legato', maestro?») aún está fresca. Pero una mezcla de profesionalidad, de rutina laboral, de una solemnidad canónica, de concentración y de cansancio (hace una semana la OSPA estaba actuando ante el Papa Benedicto XVI) evitan que el entusiasmo se desborde. Si alguien se tapase los oídos, todo sería normal. Tolomelli, según explican algunos miembros de la orquesta mientras remueven un café, actúa de la peculiar manera que les es familiar: apoyado sobre una banqueta alta, gesticula mientras dirige, manda callar mientras que pasa páginas, zapatea contra la tarima mientras que golpea con la batuta el atril y, con todo, canta las partes vocales. Paco, percusionista, espera atento su entrada mientras que le observa con curiosidad: el maestro no es, por supuesto, cantante, y lo que sale de su garganta es un recuerdo ensimismado de la melodía que hizo brillar, pongamos, la Callas, antes que una melodía reconocible. Porque Paco -Francisco Revert- y su compañero, el percusionista principal, Rafael -Rafael Casanova-, no han tenido mucha labor en lo que va de ensayo. Concretamente, dos notas han sonado. «Nuestro trabajo», cuentan, «consiste en gran medida en no perder la concentración. Estamos acostumbrados». Su partitura, en efecto, presenta esos dos golpes y un interminable silencio de 'enecientos' compases: se sirven, de esta forma, de la partitura de los violines, la que más actividad tiene, para seguir el desarrollo de la obra. Francisco Barahona, violinista de la OSPA, explica el trabajo del día como un «repaso necesario»: muchos de estos músicos han estudiado y conocen bien 'Norma', pero, a diferencia del director de pelo alborotado, que tiene «toda la obra en la cabeza», hay páginas que «no conocemos». Y las leen sobre la marcha, las pasan con soltura deteniéndose cada poco, escuchando las indicaciones del director en un italiano rasposo y gutural, anotando y volviendo sobre sus pasos: «'Ventiquattro', por favor», pide Tolomelli. Se sitúan, se hablan, se miran, se ubican y sigue sonando la música. «Desde pequeños», prosigue Francisco, «nos enseñan a tocar en grupo». Sí, en grupo, efectivamente se da por hecho que una orquesta sinfónica sonará con unas costuras lo suficientemente sólidas como para que solo el oído entrenado pueda hallar desfases y patinazos. La OSPA es, sin embargo, toda una torre de babel en lo lingüístico, un curioso mejunje de edades y todo un abanico de estilos, que de pronto se compactan bajo el efecto hipnótico de una partitura. Así, ya lejos del café, ya con los móviles apagados y guardados, y con un solo gesto del maestro se tornan una sola masa que va a una. Como un solo instrumento que las manos de Tolomelli tocan en el aire y hacen casar con lo que está sucediendo sobre las tablas. «Ahí», dice el percusionista Rafael como quien descubre una receta bien guardada, «es donde todo cobra sentido». Antes del primer parón, cuando aún quedan un puñado de páginas para terminar de 'pasar' la obra, un hombre vestido con camisa de cuadros, de pelo corto y negro y manos firmes, se acerca con sigilo y un enorme cuidado hasta la posición de Tolomelli. Allí se le queda mirando hasta que el director le ve, y él señala el reloj con discreción: hora de parar un momento. Él es José Tomás, el regidor de la OSPA, el encargado de que todo funcione y se desarrolle según lo previsto. No está presente en el ensayo, está al otro lado del pasillo, en un despacho forrado con enormes armarios de metal, trabajando. Tiene una enorme sonrisa, y una bolsa llena de galletas que ofrece con amabilidad. Al final de ese descanso el concertino, el violín principal de los primeros violines, Alexander Vasiliev, se levanta de su silla, situada justo a la derecha del atril del director y, con gesto ceremonial y protocolario, mira al resto de la OSPA. Luego Tolomelli le estrecha la mano y siguen trabajando. Fuera Paco, el percusionista coprincipal, espera unos minutos antes de volver a entrar: aún no tiene faena. Faena, trabajo: a pesar de la grandiosidad inevitable que destila semejante montaña de instrumentos sonando al mismo tiempo, estos músicos están trabajando. Entre todos, aunque solo sea por la potencia sónica que despliegan, erizan los pelos y los peinan hacia atrás con las ondas que desprenden sus cuerdas, sus vientos, sus metales, sus timbales, su arpa o su percusión. Termina uno de esos pasajes de Bellini y se oye un tosido, alguien limpia la resina de su viola con un gesto inopinado y rápido, sin dejar de fruncir el ceño ante la partitura. Alguien bebe un sorbo de agua. Al cabo de cuatro horas, el ensayo acaba. Ha dado tiempo a llegar al final de 'Norma' y a volver sobre la obertura y un pequeño fragmento del primer acto. Ha dado tiempo a resolver algunas dudas («Maestro, aquí pone 'banda'...») y a abrillantar la partitura. Los músicos de orquesta son rápidos al recoger. Han terminado por hoy y se les ve bajar por las escaleras del auditorio, hacia una plaza de la Gesta que sigue con sus cosas, ajena a lo que allí dentro se fragua. Otros se quedan en el escenario unos minutos y terminan de apuntalar un puñado de notas sueltas, de posar el lápiz sobre sus papeles para luego empezar a recoger. Han cumplido. Han hecho lo que mejor saben hacer, lo que les ha costado años de aprendizaje; han concentrado, otra vez, la pasión que es difícil adivinar en sus rostros en las puntas de los dedos, de los labios. No hay nada de anormal: como decimos, están trabajando. Trabajando con una pasión domada por los años y una tensión relajada por la experiencia. Un día más en la oficina. Solo que en esta oficina, hoy, el jefe no es otro que Bellini.

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