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«La memoria es una carga que trato de evitar»
EDUARDO ARROYO ARTISTA

«La memoria es una carga que trato de evitar»

ÁNGEL ANTONIO RODRÍGUEZ

Sábado, 19 de noviembre 2011, 03:40

En este luminoso estudio que Eduardo Arroyo compró hace un cuarto de siglo, cuando se estableció definitivamente en España, hay pocas obras porque el resto reposa en su casa-estudio de Robles de Laciana, en León, listas para las exposiciones inmediatas. La primera, el 16 de diciembre en la galería Cornión, de Gijón. Esos días este artista clave en la renovación del arte europeo de la segunda mitad del siglo XX será la estrella de AlNorte 2011 la décima Semana de Arte Contemporáneo de EL COMERCIO, que se celebra entre en el 9 y el 16 de diciembre. Pintor y escritor («pintor que escribe», subraya) pero también escultor, escenógrafo, grabador y ceramista, Arroyo residió 40 años en París, donde llegó en 1958 tras licenciarse en Periodismo. Allí formó parte de lo mejor del arte europeo, integrándose en grupos y bienales internacionales antes de volver a España durante la transición democrática. En 1983 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas.Desde entonces ha celebrado un centenar de exposiciones en todos los continentes y hay más de 2.000 obras suyas en museos y colecciones internacionales. Ahora prepara exposiciones para varias galerías europeas, para la Fundación Juan March de Cuenca y Palma de Mallorca, para el Museo del Prado y para el Círculo de Bellas Artes. En Madrid, el próximo viernes, presenta su última obra escrita, la guía del Museo del Prado, una singular visión sobre los fondos del centro. -Han pasado cincuenta y un años desde de su primera exposición. Pero supongo que aún recuerda cómo empezó todo. -Por supuesto. Empecé a pintar casi por casualidad en mi 'autoexilio' de París. Quería ser escritor, pero en Montparnasse eso era difícil porque aquello era un 'gran taller' de pintura. Peter Orlando, un vecino cuyo nombre recordaré toda mi vida, me convenció para enviar mis primeros cuadros al Salón de la Joven Pintura, en el Museo Moderno. Y ahí me seleccionaron por primera vez. Ahí empezó todo. -De forma fulgurante, porque los marchantes y el éxito fueron casi inmediatos. Enseguida le incluyeron en la Nueva Figuración de París, con Aillaud, Recalcati, Francis Biras o el crítico Gerald Gassiot-Talabot. -También tuvimos la suerte de compartir horas con los históricos (Picasso, Ernst, Calder...) habitando aquel París vibrante.Eran encuentros en el bar, comiendo o tomando copas... Giacometti vivía cerca de casa y caminábamos juntos todas las noches. Pero nunca le dije que yo era pintor. -Otros momentos clave, cuando presentó con Aillaud y Recalcati en 1965 la obra 'Vivir y dejar morir. El asesinato de Marcel Duchamp'. O, diez años después, cuando pintó su particular visión de la 'Ronda de noche' de Rembrandt... -Con Aillaud y Recalcati, en aquel famoso cuadro, planteábamos el asesinato del máximo representante de la vanguardia denunciando las complicidades entre vanguardia y capitalismo. Fue un escándalo, pero nos posicionó claramente. Y todo cambió: ventas, exposiciones, contratos... En Berlín, en 1975, mientras pintaba la 'Ronda...', Franco estaba agonizando y supe que mi vida cambiaría pronto. Recuperé mi pasaporte y volví a España. Tenía obsesión por volver, aunque luego comprendí que nadie me esperaba. Se hizo una exposición en Barcelona, que funcionó a medias, y otra en Madrid que fue un desastre. Volví a París. La clave para mi regreso definitivo fue la exposición antológica del Pompidou en 1982, y el posterior Premio de Artes Plásticas en España. Luego ya vino el reconocimiento, la participación en la Bienal de Venecia de 1995 con mi amigo Alfaro... No he parado de trabajar ni un instante. -Hay dos temas fundamentales en su pintura: la situación política y social y la reflexión sobre el papel de la vanguardia y, sobre todo, los pintores. -Esa conciencia viene del contacto con la realidad, en el París de los años sesenta. En ese momento decidí que la pintura era una arma política. Éramos poco conformistas y nuestro comportamiento resultó muy irritante, negando la dictadura y, de paso, la abstracción lírica. Pero nuestra obra interesó también a algunos informalistas, por ejemplo, a los miembros del grupo El Paso. Sobre todo Saura, Millares y Lucio Muñoz, con quienes teníamos buena relación. -Esa militancia política y ese compromiso de sus pinturas no encaja mucho con el manido término 'por-art'... -Es que en Londres, Nueva York y París se reaccionaba contra el poder de forma diferente. Los ingleses no militaban políticamente, su 'pop' era lúdico, cercano a la escena musical. Los americanos reivindicaban la idiosincrasia americana negando el expresionismo abstracto. Nosotros íbamos contra la abstracción y las galerías francesas bajo una perspectiva básicamente politizada y muy, muy literaria. -La literatura, una de sus grandes pasiones, como los toros, el fútbol y el boxeo. Pero en su pintura no se evidencian formalmente, no es frecuente el uso de esos arquetipos que ha defendido tanto como escritor. -No, no es fácil pintar las pasiones ni las obsesiones. Los toros apenas los traté, supongo que por respeto a los grandes de la tauromaquia (Goya, Picasso, mi amigo Gilles Allaud...), tan solo los he incluido en algún trabajo esporádico, como la reciente ilustración de 'Sangre y arena' de Vicente Blasco Ibáñez. Sobre boxeo pinté solamente los ocho cuadros de la serie 'La forza del destino', que presenté en Milán.Eso sí, he escrito muchas cosas sobre boxeo (Arroyo posee una biblioteca con más de 4.000 volúmenes sobre este deporte): la biografía de Al Brown, la investigación sobre Jacobo y el Ángel, y un montón de ensayos... pero, en fin... ya se sabe que el boxeo hoy no existe, que apenas es una mera melancolía... -¿Melancolía, como memoria de otros tiempos mejores? -Quizás, en el caso del boxeo, pero no en mi vida cotidiana. No suelo admirar mis cuadros ni releer mis textos... prefiero mirar hacia delante. Me interesa lo que estoy haciendo en cada momento. Mi única rutina es llegar al estudio, y trabajar. La memoria te conduce a la melancolía, y esa es una carga que siempre trato de evitar. -Su actividad como escenógrafo tuvo uno de sus hitos en 1982, con 'La vida es sueño' de Calderón de la Barca, bajo dirección de José Luis Gómez. En 1999 montó con Grüber la ópera 'Tristán e Isolda', de Wagner, en el Festival de Salzburgo... -Siempre me gustó la escenografía teatral porque implica, como la pintura, un trabajo sin intermediarios. Me resulta más difícil entrar en otros campos, como la fotografía o el cine, quizás porque implican obstáculos que no permiten esa acción tan directa. Por eso no me gustan tampoco los aparatos, ni las motos, ni los coches. No sé conducir. Y me gusta más el norte que el sur, la montaña más que la llanura y lo urbano más que lo rural, aunque paso mucho tiempo allí en el valle leonés Laciana, donde me siento muy cómodo. -Mercado, crisis... ¿cómo se armonizan hoy estos terminos? -Me interesa el mercado, me parece una cosa saludable, lo que no me gusta es ese 'doble mercado' de los artistas oficiales y sus encargos públicos, que nació con Duchamp y hoy se mantiene. Es lo que yo suelo llamar 'la sovietización del sistema', o sea, la proliferación de artistas que trabajan exclusivamente para el Estado.En cuanto a esta crisis que, sin duda, es la más complicada que hemos vivido, yo espero que pase pronto y creo que, cuando se supere, habrá resultado positiva. Estoy seguro de que saldremos reforzados de este problema. Aunque imagino que algunos partidos tendrán que reformularse muchas cosas. -Se refiere a los socialistas, supongo. -No he visto un país peor gobernado en mi vida. Pero no importa. Yo viví la travesía del desierto del partido comunista francés, y todo se supera. Para un hombre de izquierdas es muy sano estar en la oposición. Se trabaja mejor en la oposición. -¿Ha cambiado mucho Arroyo en cincuenta largos años de carrera? -Yo creía que sí, pero parece ser que no. Annaud, que está rematando una película sobre mi vida para el Círculo de Bellas Artes (para la exposición 'Bazar Arroyo. Todo a 100', que se presentará durante Arco 2012) me ha dicho que, tras ver las 24 horas de sesión grabadas donde hablo sin parar, sigo con las mismas obsesiones de siempre. Esto, la verdad, me preocupa un poco...

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