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NECROLÓGICA
Miércoles, 16 de noviembre 2011, 03:38
El fútbol que las televisiones agobian con sus estrambóticos horarios, tiene una parte poco visible, pero demasiado importante. Me refiero a los dirigentes del llamado fútbol modesto, los que dedican horas, esfuerzos y dinero por amor a un fútbol cuyas alegrías difícilmente recompensan en un grado justo.
El ejemplo es el recordado Ramón Bernardo Entrialgo, Ramón, el de La Braña, que es como se le conoce en el mundo del fútbol. Tuve el gusto de conocerlo en mi edad juvenil, con el fútbol como pasión y pasatiempo, allá por los años 60, cuando el equipo de Tremañes no tenía campo y se veía en la necesidad de alquilar La Boroñada, que era propiedad de Marino, el del Inter. Para la ropa no había lavadoras industriales y para ducharse después de los entrenamientos no existía aún agua caliente. Tampoco había patrocinadores para desahogar los gastos de las indumentarias y aún no se estilaba la venta de lotería de Navidad, al menos como se hace ahora, con un volumen que permite unos buenos ingresos, que se multiplican si toca una pequeña pedrea, que muchos de los apostantes se olvidan o renuncian a cobrar.
Allí, en La Braña, estaba Ramón para solucionar todos los problemas, para mimar al futbolista, con la colaboración del también bien recordado César. Para los entrenamientos, dos a la semana en aquella época, las botas estaban siempre puntualmente disponibles y la ropa de trabajo cuidadosamente colocada. No faltaba detalle. Recuerdo que el contrato con el Inter concluyó y fue preciso buscar campo. Hubo una época en que el equipo nacido en Tremañes tuvo que pasar a Roces, al viejo Covadonga, por falta de instalaciones en la zona. Y para concluir la temporada, no faltaba la cena de despedida para la plantilla en casa Reculta, cuando ocupaba el cruce de Tremañes.
La Braña era un club emblemático, de los de solera en Asturias. De allí habían salido Neira, García Cuervo y Mamel al Sporting y Viti, al Oviedo. El equipos se codeaba con los mejores de Asturias, con la Juventud Asturiana de los Amarildo y Ventanova, el Cruz Blanca de Lavandera o el Alcázar de Prieto y Tensi, además de hacer frente a los aparentemente más fuertes Sporting y Oviedo. Los demás eran más ocasionales, incluido el Bosco de Quini y Susi Castro, que se difuminó tras la marcha de sus dos fenómenos.
De ese rango y solera que tenía La Braña, la mayor parte del mérito era de Ramón, de la dedicación que daba al club, con un mimo especial en todos los detalles, empezando por el entrenador. En mi época estaba Horacio Peña, suegro del Miluca Alonso, un técnico ejemplar, al que sucedieron Manolo Menéndez y José Fernández 'el negrillo', entusiastas del fútbol y de su enseñanza.
La imagen de La Braña estaba marcada por la seriedad y deportividad que transmitía Ramón, un ejemplo de buen dirigente y mejor persona, que con sus señas de identidad marcó la historia de un club en el que Ramón siempre será recordado como el presidente.
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