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IDOYA REY
Domingo, 13 de noviembre 2011, 11:42
En el Campo de San Francisco se encuentra un monumento, los restos de la puerta de una iglesia antigua, que confunden a algunos visitantes. Se piensa que es parte del antiguo convento de los franciscanos cuando en realidad son las únicas piedras que se conservan de la iglesia de San Isidoro El Real. El templo, fundado hacia el año 1200, se ubicaba en la plaza del Paraguas. Fue demolido sin mayores lamentaciones en 1923, aunque ya de aquélla surgieron los primeros conservacionistas que pelearon para que parte de la fachada se conservara. Fue tal vez la raíz para mantener los edificios de interés histórico de la ciudad; un germen que se intensificó al año siguiente, en 1924, con la remodelación de la plaza de la Catedral y que se ha repetido hasta la actualidad.
Hace quince días, un edificio de la Universidad de Oviedo, en la calle Argüelles, se derrumbó sin dejar más salida que el derribo de la fachada protegida. En la pasada década al menos 15 inmuebles corrieron similar suerte. Entonces surge una pregunta: ¿Hay que reconstruir o modernizar? Cuando el Ayuntamiento propuso el derribo de 'la placina', ahora la plaza de La Catedral, Víctor Hevia, Gerardo Zaragoza y los Menéndez Pidal se opusieron con contundencia a la idea. Aún lamentaban la desaparición de la iglesia románica de San Isidoro el Real. El Cabildo, sin embargo, reclamaba el ensanche de la plaza cuya estrechez no dejaba contemplar la majestuosidad de la Catedral ni el tránsito de las procesiones. Llegó a intervenir la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que reconoció el extraordinario interés artístico del entorno. Pero el derribo ya estaba avanzado.
Vinieron a continuación tiempos difíciles para la arquitectura de la ciudad. La revolución del 34 y la guerra civil causaron importantes daños en los edificios, que fueron reconstruidos a toda prisa. La rehabilitación actual de esos inmuebles ha generado en la última década un puñado de polémicas. Se habla de posibles negligencias en derrumbes de inmuebles, y sobre todo, se abre el debate sobre el futuro de los mismos. El último ejemplo lo protagoniza el edificio de la Universidad de Oviedo en la calle Argüelles. Puede haber más.
El concejal de Urbanismo, Alberto Mortera, descartó la pasada semana que hubiera más con posibilidad de derrumbe. Sin embargo, el arquitecto José Ramón Fernández Molina, autor del catálogo de edificios protegidos de la ciudad, aprobado en marzo de 2005, asegura que «hay aproximadamente un centenar reconstruidos entre 1934 y 1940 que podrían estar en la misma situación». Es decir, que existen construcciones con posibles dificultades técnicas a la hora de su rehabilitación.
«Muchas cosas no se descubren hasta que no estás dentro. Somos como los cirujanos: parece que todo está bien, pero a veces al abrir aparecen cosas que no se ven. Una vez entré con total tranquilidad en un edificio de los años 40 y al escanear las paredes nos encontramos con un cadáver», relata.
Aunque para Molina, «la ley está para cumplirla y explica lo que hay que hacer en cada caso. Si se cae una fachada protegida hay que reconstuirla».
El primer catálogo
Ya en los años 70, un grupo de historiadores, artistas, arquitectos y catedráticos universitarios retomaron el ejemplo de defensa del patrimonio iniciado en la placina de la Catedral. La autorización para el derribo del chalé de Concha Heres, puso en pie de guerra a los conservacionistas. La preservación de la casa, rodeada de álamos, cedros, magnolios y castaños, fundó la Plataforma por la Defensa del Patrimonio Artístico y Cultural de Asturias. Sus miembros perdieron la batalla. El 27 de junio de 1978, a las ocho de la mañana y sin previo aviso, se inició el derribo.
El colectivo logró que no se levantara una torre de 28 pisos pero, a cambio, apareció la sede del Banco de España; una especie de búnker sin ventanas, tan innovador para la época que generaba claustrofobia entre algunos empleados. Después se elaboró un catálogo de edificios singulares que se sustituyó en 2005 por otro de validez normativa. «Fue fruto de un proceso de maduración social y de un desarrollo de instrumentos para la reordenación de la ciudad. Creo que tiene gran potencia como instrumento regulador», valora Fernández Molina. Hasta su llegada muchos edificios se esfumaron.
En 1999 hubo dos sonados derrumbes que llegaron incluso a los tribunales por posibles imprudencias, aunque las demandas no prosperaron. Fueron el del número 47 de la calle Azcárraga, que se vino abajo 15 minutos después de la salida de los vecinos; y el del número 1 de El Peso, cuya pared se desplomó mientras los inquilinos estaban ausentes. Los vecinos de este último apuntaron a las obras del solar anejo como culpables del derrumbe. Al final, la propiedad realizó una reconstrucción y el Ayuntamiento lo alquiló.
Ya con el catálogo recién nacido, la parte más señorial de la ciudad sufrió bajas. En diciembre de 2005, el Consistorio consintió la demolición de la fachada de El Chiquito, en la plaza de La Constitución, para levantar un inmueble con el objeto de instalar la Oficina Municipal de Turismo. El mismo año, las excavadoras abatieron dos edificios de 1867 en los números 23 y 25 de Campomanes. El Ayuntamiento retiró la protección parcial a cambio de un acceso a los jardines de La Rodriga. Nada quedó de sus fachadas.
¿Qué pasará en Argüelles?
Algo parecido a lo que ocurrió, también en 2005, con los bloques del lateral derecho de la calle Altamirano, esquina con Cimadevilla. Pero, ¿qué dice el catálogo sobre las fachadas protegidas? «Primero, la ley pide garantías y en casos como el de la calle Argüelles, en los que hubo que derribar la fachada porque el edificio se venía abajo, es decir, en casos excepcionales, hay que hacer una reconstrucción filológica de la fachada tal y como estaba», insiste Molina.
Lo que no se puede aprovechar es «que el río Pisuerga pasa por Valladolid para hacer un proyecto más modernista. Si alguien quiere eso tendrá que promover una modificación de la norma», insiste. Lo dice porque tras el derrumbe de hace quince días, se ha contemplado la posibilidad de ocupar la parcela con un proyecto diferente. El concejal de licencias, Alberto Mortera, prometió el apoyo municipal a otras ideas. Y mientras, el solar de la calle Argüelles sigue vacío.
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