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Viernes, 28 de octubre 2011, 10:19
Toda actividad humana tiene unos efectos positivos y otros negativos sobre su entorno. En el caso de la pesca, las afecciones sobre las aves marinas también se pueden dividir en ambas categorías:
Positivas: los desechos de los peces que genera la pesca (los llamados descartes) sirven de alimento a muchas aves. Todas las aves marinas se aprovechan de ellos, unas más que otras. Así, cuando los barcos de arrastre se dirigen a puerto, van tirando todo aquel pescado que no venderán (por no ser comercial o por estar dañado), y muchas aves van detrás para consumirlo: pardelas, alcatraces, cormoranes, gaviotas, charranes, etc.
Negativas: la dependencia de los descartes ha causado que las poblaciones de algunas especies de aves aumenten más de la capacidad de carga del medio, es decir, que sin los descartes esas poblaciones no serían sostenibles y disminuirían.
Un caso típico es el de las gaviotas. En Asturias, de forma tradicional las gaviotas vivían de lo que pescaban en la mar, complementando su dieta con los descartes. Al aumentar la productividad de la flota aumentaron los descartes, y como las gaviotas son oportunistas, se alimentaban más y más de éstos, convirtiéndose en algunos lugares en más del 50% de todo lo que comían. Cuando apareció otro recurso fácil, como fue el vertedero central de Asturias, modificaron su dieta, consumiendo un 80% de basura y un 20% de recursos marinos (principalmente descartes). Al impedir que coman en el vertedero mediante el uso de halcones, la proporción se invirtió, pasando a un 20 % de basuras y un 80 % de recursos marinos. ¿Qué pasaría si se prohibiesen los descartes? Pues que unas gaviotas morirían, otras se marcharían y otras se adaptarían con otros recursos del entorno. La Unión Europea quiere prohibir los descartes dentro de unos pocos años.
Un ejemplo de estos efectos negativos ocurrió con la gaviota de Audouín, que es una especie mediterránea amenazada. Esta gaviota se acostumbró tanto a los descartes, que durante unos años de paro biológico de la pesca de arrastre, sus poblaciones disminuyeron mucho. Esto indica que las relaciones del ecosistema son complejas, y cuando una actividad humana se imbrica mucho en él, su desaparición afecta a muchas especies.
Un accidente con los descartes lo observamos hace unos días en la Ensenada de Llodero, cuando un cormorán tragó varios peces y unas espinas se le incrustaron en la garganta, muriendo asfixiado.
Otro gran problema son los cebos. Muchas aves intentan capturar los cebos de los anzuelos, acabando con su vida en muchas ocasiones. Se han inventado algunos métodos para evitarlo, como sistemas para espantar a las aves al lanzar los aparejos, pesos para hundir rápidamente los anzuelos, incluso anzuelos con formas diferentes para que las aves no se enganchen en ellos.
El efecto negativo que más observamos en la costa es la suciedad que generan los pescadores. Este colectivo es uno de los más sucios de nuestra sociedad. En alta mar se tira todo por la borda, además de los continuos vertidos de combustible y limpiezas (sentinazos). Los hidrocarburos matan a muchos animales por ingestión o por hipotermia. Los restos de redes atrapan a peces, tortugas, aves marinas y cetáceos.
En la costa, los pescadores de a pie suelen dejar restos de sedales y anzuelos, sin molestarse en la mayoría de los casos en recogerlos. Y claro, estos restos suponen una trampa mortal para muchas especies. Por desgracia es frecuente ver gaviotas con anzuelos clavados, tanto superficialmente como tragados, lo que finalmente les provoca la muerte. ¿La solución a esto? Una mayor concienciación ambiental de los pescadores.
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