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¿El hombre más infeliz del mundo?
OPINIÓN ARTICULOS

¿El hombre más infeliz del mundo?

Enfrentar los problemas con un sentimiento positivo de fondo provoca que se abra más el abanico de posibles soluciones, como si nuestro cerebro se expandiera dándonos alternativas

JOSÉ ÁNGEL CAPERÁN

Jueves, 27 de octubre 2011, 04:40

Sentada junto a la puerta de un supermercado, una anciana pedía limosna. Normalmente, la gente no se para a leer los cartelitos que sujetan con las manos, donde exponen en letras mayúsculas el motivo principal de su ruego. Suelen ser textos sencillos y predecibles. Sin embargo, doña Faustina era una mezcla de innovación y sinceridad. Su cartón ponía: «No tengo pensión, soy viuda y mi hijo está divorciado». Probablemente, su hijo estuviera sin blanca por una deuda, un alquiler y una manutención, pero yo sólo me había fijado en que una razón para pedir limosna era estar divorciado. Pensé que por esa regla de tres cualquier contratiempo, no sólo económico, podría ser objeto de mendicidad.

Volviendo a casa, me hice una pregunta que todo el mundo puede responderse muy a su pesar: ¿qué tengo yo que merezca una limosna? Me imaginé a la Duquesa de Alba con su papelito: «Una ayuda, porque todos mis hijos están divorciados». También pensé en Madonna: «Una ayuda, porque todo el mundo se me acerca por mi dinero y no me fio de nadie». Pensé en Cristiano Ronaldo: «Una ayuda, porque soy guapo, rico y buen jugador, y sólo eso». Luego, pensé en Marilyn Monroe, Lady Di, Michael Jackson y Amy Winehouse. También me di cuenta que la mayoría de suicidas del mundo no lo hacen por dinero y me acordé de Cristina Onassis. Todo el mundo tenemos nuestras espinitas; las económicas son muy fáciles de ver, son casi públicas, sobre todo en la clase media y baja. Sin embargo, hay otros tipos de contras que son comunes a cualquier persona, independientemente de sus cuentas bancarias: el estado de las relaciones con la familia, con la pareja, con los hijos; el estado de la salud de uno mismo y de los suyos, y la satisfacción de los objetivos vitales.

Conocí a Braulio, un hombre que tenía una esposa y dos hijos pequeños. Acababan de ser desahuciados de su casa por la ejecución de la hipoteca. Hoy viven en un trastero, él trabaja de camarero esporádicamente y su mujer arregla ropa por la voluntad. Le pregunté con todo ese descaro que muchas veces me ha traído problemas: ¿crees que eres el hombre más infeliz del mundo? Él me respondió: «No, de faltarme algo de lo que más valoro en mi vida, que me falte el dinero». A todos nos falta algo, nadie ha sentido la plenitud en todas la esquinas de su ser, salvo que se sea un dios. La vida del ser humano está incompleta por naturaleza, no importa que sea por el dinero, la salud, un hijo, una pareja deseada o un hito profesional. El hombre vive para lograr completarse hasta que llega a su final. Aquello que sentimos que nos falta es el motor para seguir viviendo. Si naciéramos plenos (con dinero, con salud para nosotros y salud para los nuestros, con amor familiar, con amor de pareja, con amor de hijos y, obviamente, con capacidad para responder al amor con amor), ciertamente no estaríamos naciendo, sino resucitando, como diría un cristiano, o alcanzando el Nirvana, como diría un budista.

El optimismo no es un concepto infantil propio de ingenuos y de gente poco realista. Se trata de la capacidad para valorar primero lo que se tiene. ¿Qué hay más real que lo que uno tiene? Y sentirse aliviado y agradecido por tenerlo. Con ese sentimiento positivo enfocan a continuación lo que no tienen. ¿En qué se diferencia esta manera de abordar la vida desde lo que se tiene de la de pensar primero en la escasez? Pues que enfrentar los problemas con un sentimiento positivo de fondo provoca que se abra más el abanico de posibles soluciones, como si nuestro cerebro se expandiera dándonos alternativas que, de otra manera, estarían escondidas detrás de neuronas congeladas por la depresión.

El optimista se hace, no nace; depende sobre todo de la educación recibida, primero, y de la experiencia vital, después. Puede empezar atendiendo primero a lo que se puede salvar de la realidad negativa. Incluso puede dar un paso más y, una vez identificado lo bueno, puede voltear lo negativo y buscarle una razón de ser. El límite está en nuestra capacidad para desenmarañar el acertijo. ¿Qué puede tener de bueno quedarme en la calle con una deuda tremenda? Braulio me respondió con un valor sorprendente: «Darme cuenta de que tengo una mujer y unos hijos maravillosos; antes, lo maravilloso era mi casa y mi moto; saldré de ésta».

Cuando un optimista se propone algo, no lo dice por decir, está marcando un destino, una visión y, en ese momento, el camino a seguir se hace tan nítido como el objetivo a lograr. Braulio es una persona extremadamente tímida; sin embargo, se ha convertido en el alma de la sidrería donde trabaja. Intenta demostrar a su jefe que se merece un contrato fijo, aunque hay otros compañeros que compiten con él. Siempre está saludando y canturreando; pocas veces se escapa alguien sin haber tomado una segunda copa: «Me cuesta horrores comportarme así; me lo tomo como si estuviera actuando; me muero de vergüenza a veces, pero a la gente parece gustarle y a mi jefe también». Yo le dije: «Estás en el camino y admiro que estés peleando e, incluso, venciendo tus complejos». Braulio me respondió con una frase que refleja la fuerza motriz que, para superar cualquier revés en la vida, representa el sentir agradecimiento por lo que se tiene: «Cuando veo que un grupo de tres amigos se marcha sin haber tomado por lo menos tres botellas de sidra, me voy a por ellos e intento ganármelos con simpatía; sudo la gota gorda porque me da muchísimo 'corte', pero toco la foto de mi familia que llevo en el bolsillo y acaban tomando cinco».

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