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Cultura

'Nobleza y emoción', Ramón Avello

RAMÓN AVELLO

Viernes, 21 de octubre 2011, 04:37

El concierto de la víspera de los premios, tiene varias razones de ser. Una razón es la de ser el preludio al día de la entrega de los premios Príncipe de Asturias. Otra, clausurar la XX Semana de la Música de Cajastur. Pero además, en este año, hay que añadir al concierto una triple funcionalidad. La primera, servir de proyección al Coro Príncipe de Asturias y presentar en nuestra comunidad a la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, uno de los empeños estéticos, pedagógicos y éticos de Riccardo Muti. La segunda, admirar la personalidad del Premio Príncipe de Asturias de las Artes, y la tercera, emocionarse con una obra bellísima de Cherubini, bien conocida por los intérpretes de la orquesta -al autor lo llevan en su apellido- y seriamente ensayada por el coro de la Fundación. En música no hay réquiem malo. Pero además, la Misa de Réquiem en do menor, compuesta por Cherubini en 1816 a la memoria de Luis XVI, aquel tío tatarabuelo de nuestro Príncipe Felipe que perdió la cabeza -nos referimos, por supuesto al tío- durante la Revolución Francesa.

Beethoven consideraba que el Réquiem de Cherubini era el modelo más perfecto del género, por la solemnidad, la nobleza de la expresión, y por esa mezcla de aflición y de esperanza, de tristeza -un réquiem, claro, nunca es una fiesta- y de optimismo consolador, como si se quisiese decir, tras el telón, hay algo más que Cherubini nos sugiere en ese do mayor con el que cierra la obra.

Pero dejemos el más allá para centraronos en la versión de Muti. En ella, coincidieron dos intenciones: una, un academicismo clásico, pero nunca frío, de cierta severidad en cuanto al carácter y control exhaustivo de las voces, impregnadas de gravedad. La otra, una fluida emoción de cuño prerromántico con acentos patéticos, especialmente en el tenso 'Confutatis' y el 'Lacrimosa', del Dies Irae. La síntesis de estas dos cualidades, severidad académica y emoción romántica fue una interpretación expresiva y conmovedora, coloreada por la orquesta -perfecta la afinación de los vientos y las cuerdas- y protagonizada por el Coro Príncipe de Asturias.

Con equilibrio y empaste entre las voces, variedad en los matices, tersa y bella sonoridad tímbrica y ese plus de lirismo intimista y emoción, propio de las grandes versiones que sólo se dan en las buenas ocasiones. Y ayer, fue una.

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