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MAX VALDÉS
Viernes, 21 de octubre 2011, 04:37
El premio Príncipe de Asturias al maestro italiano Riccardo Muti constituye un reconocimiento a una extraordinaria carrera musical. Su relación con el Principado se remonta al concierto que ofreció con la orquesta de la Scala con motivo de los actos de inauguración del nuevo auditorio de Oviedo.
En tiempos en que el mundo de los directores de orquesta parece dominado por jóvenes talentos, embarcados en carreras planetarias y que dominan las portadas de revistas y periódicos, la personalidad de este maestro, más bien tímido y retraído, parece pertenecer a otra época.
Viéndole trabajar hace pocos meses con la Filarmónica de Nueva York pude comprobar la fuerza con la que expone sus ideas y cómo logra una sonoridad pertinente a cada obra musical. Pareciera que el sonido fuese para él el resultado final de la expresión musical, y todo su gesto directorial es destinado a ese fin. Cada palabra dicha durante ese ensayo me hacía recordar las enseñanzas de quien fuera su profesor de piano, y casualmente también el mío varios años más tarde.
Mi primer encuentro con Muti data de 1979. Algunos alumnos de varias nacionalidades participábamos en un curso de piano dado por el legendario profesor Vincenzo Vitale en Venecia. La veneración que sus alumnos le profesaban era digna de su fama; verdadero mago del piano, había producido los mejores pianistas italianos, entre ellos el joven Muti. Vitale era de Nápoles y se expresaba en un dialecto muy difícil de comprender, por lo que necesitábamos un traductor al italiano para poder seguir sus lecciones. Y ellas consistían siempre en consejos de técnica pianística que permitiese obtener la sonoridad propia de cada compositor. «Cada sonido requiere su propio espacio para expresarse», no se cansaba de repetir, y de ello derivaba los conceptos de tiempo y dinámicas.
Una tarde calurosa, llegó Muti. Era ya director de la orquesta del Maggio Musicale y gozaba de gran reputación. Se sentó al piano y tocó la fantasía de Schumann, dejándonos a todos atónitos. Años más tarde haría gala de su maestría pianística tocando La Traviata en el escenario del teatro de la Scala, rodeado de sus cantantes en reemplazo de la orquesta, que se había declarado en huelga.
Su segundo gran maestro fue el director Antonino Votto. Asistente de Toscanini en la Scala, y de otros dos grandes maestros que se alternaban en el podio del Teatro: de Sábata y Guarnieri. Muti aprendió de ellos la tradición interpretativa, el rigor y la personalidad típicamente italiana que ha caracterizado a esta gran escuela, y es hoy día quien la conserva, no solo en su labor como director de orquesta, sino como defensor de los valores de la cultura italiana.
La carrera de Riccardo Muti -desde sus comienzos en Florencia, luego como director de la Philharmonia de Londres, de la orquesta de Philadelphia, del Teatro de la Scala y actualmente de la Sinfónica de Chicago- es la demostración de su genio y también de su esfuerzo. De su nivel artístico actual como de cada etapa que le ha llevado a este momento. Es un gran músico aclamado en todas partes, que no olvida sus orígenes ni a sus maestros.
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