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OPINIÓN CARTAS

'Botellón' y salubridad

JOSÉ A. MUÑIZ GONZÁLEZ

Sábado, 24 de septiembre 2011, 04:40

Después de muchos años y aprovechando que se celebraban las fiestas de la Soledad, en Cimadevilla, decidimos mi esposa, mis hijas y nietos acercarnos al barrio y disfrutar del ambiente en sus calles y establecimientos de ocio. Pues bien, después de una muy agradable cena, nos acercamos hasta la carpa instalada en el cerro de Santa Catalina con la intención de escuchar un poco de música y a la vez dar algún que otro paso al ritmo de las canciones que nos ofrecía la orquesta. Sobre la una y veinte de la madrugada consideramos que era una hora prudente para retirarnos (ya tenemos cierta edad) y comenzamos el descenso hacia la plaza del Marqués. Debo confesar que jamás pude imaginar lo que íbamos encontrando en nuestro camino.

Los alrededores de la pista en que se celebraba la verbena, los muros del edificio del colegio San Eutiquio y, en general, allí donde la luz era más bien escasa se habían convertido en urinarios donde sin el más mínimo recato y respeto hacia nada ni hacia nadie se descargaban las vejigas. Las aceras eran invadidas por jóvenes y muy jóvenes con sus correspondientes bolsas de plástico que ya habían sido abandonadas a su suerte, así como las botellas, vasos y latas que antes habían contenido. En algunas calles, o mejor callejones, a su estrechez natural había que añadir los contenedores de basura que en las mismas te encontraban y tras los cuales te podías topar con personas (no creo que merezcan este calificativo quien así se comporta) que hacían sus necesidades sin el menor reparo.

El hedor que emanaba de aquel lugar era realmente irrespirable y, lo que aún es más asqueroso, la cantidad de orines que descendía por ese callejón era tal que nos obligó (y no estoy exagerando lo más mínimo) a arremangar los pantalones y andar de puntillas para evitar empapar los bajos de la ropa de dicho líquido. Realmente vergonzoso y vergonzante; no resultan, por tanto, extrañas las quejas y denuncias de vecinos, hosteleros y ciudadanos en general; creo que no se puede ni se deben consentir conductas de tamaño incivismo, desvergüenza y falta de respeto. Algo habrá que hacer desde las instancias gubernativas para poner orden ante una situación que, desgraciadamente, se repite cada fin de semana o cada vez que se celebra alguna fiesta o acontecimiento popular; o se prohíbe beber en la calle o se acondiciona un lugar o varios con sanitarios móviles donde puedan hacer sus necesidades los que a esos lugares acudan y no conviertan nuestras calles, plazas y parques en verdaderos mingitorios al aire libre.

Si como dicen quienes defienden este fenómeno juvenil, se trata de un problema de educación, difícil me lo ponéis, pues es precisamente su ausencia la que provoca estas conductas más propias de animales que de seres racionales. Si ni en el seno de la familia ni mucho menos en el colegio o la escuela son capaces los padres y los educadores de inculcar y si lo hacen está claro que no lo consiguen, principios básicos como el respeto a los demás difícilmente se puede lograr que quienes así actúan cambien su forma de proceder en público.

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