Borrar
OPINIÓN ARTICULOS

Leyendas urbanas

FAUSTINO F. ÁLVAREZ

Lunes, 19 de septiembre 2011, 04:37

Miles de jóvenes asturianos se ganan la vida como pueden fuera de su tierra. No es una leyenda urbana, tal como mantenía Álvarez Areces, sino que es una realidad. Todos tenemos algún conocido e incluso algún familiar en ese forzoso desarraigo. No es de cuerdos obsesionarse con que las personas se encadenen a su huerto y a su higuera de por vida sin mirar más allá de los muros de su casa. Marcharse es un derecho, pero hacerlo a la fuerza es una condena. Asturias siempre tuvo en la mano el pañuelo del adiós, y había gentes de la comarca oriental de la región que no conocían Oviedo pero que habían pisado varias veces las calles de La Habana, de México D.F. o de Santiago de Chile. Asturianos del éxodo y del llanto que primero viajaron a Ultramar y, en los años sesenta del pasado siglo, a Bélgica, Suiza, Alemania, Holanda o Francia. Con estos últimos, con los 'belgicanos' he convivido varias veces en París, en Bruselas, en Bonn, en Zúrich. Eran asturianos que llevaban Asturias en el alma, que sentían añoranza de su tierra, que se emocionaban cuando escuchaban una canción de 'El Presi' o cuando descorchaban una botella de sidra. Algunos lo pasaron muy mal. Recuerdo que en Bruselas, la ciudad cuyo cielo es un tejado plomo, había asturianos ingresados en un hospital psiquiátrico, pero no se lo decían a su familia. Aguantaban el tirón, ejercían los oficios que los belgas despreciaban, y aborrecían a la reina Fabiola, que nunca les hizo caso. Un día entrevisté a Jaime de Mora y Aragón para la revista 'Asturias semanal'. Actuaba como pianista en una discoteca de Oviedo, pero lo del piano no era lo suyo sino la histriónica rebeldía. Eran los años setenta y le pedí su opinión sobre la emigración española a Europa. «Yo de eso sé mucho, porque lo tengo en mi familia: mi hermana, casada con el triste Balduino, trabaja de reina en Bélgica».

Hoy el mundo global ha modificado muchas costumbres. Para ir a México no hace falta pasarse tres semanas de travesía marítima, como hizo el poeta Alfonso Camín rumbo a su confuso exilio-emigración. Se cuenta que Alfonso Camín compartía camarote con un viajero que padecía frecuentes ataques de tos. El poeta sospechó que era tuberculoso, cortó por lo sano, y lo arrojó al mar por un ojo de buey, sin declamar piadosamente uno de sus poemas a todos los océanos, frente a la costa de Portugal. Quizá sea otra leyenda urbana.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcomercio Leyendas urbanas