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El féretro del guerrillero en Laviana; una imagen de Manuel Alonso González, y el histórico militante comunista, Gerardo Iglesias a su llegada al CIDAN de Laviana . :: FOTOS: JUAN CARLOS ROMÁN Y TPA
Adiós al último de los 'fugaos'
Asturias

Adiós al último de los 'fugaos'

El guerrillero Manuel Alonso González, 'Manolín el de Llorío', fallecía ayer a los 97 años tras una vida marcada por la Guerra Civil Española

RAMÓN LLUIS BANDE

Sábado, 17 de septiembre 2011, 14:31

¿Cómo acercarse a la intensidad? ¿Cómo acercarse, intentando hacer un resumen imposible, a la vida de un hombre que cruzó su destino con el de la historia más negra de su país? ¿Cómo escribir desde la admiración evitando la utilización de palabras desgastadas por el mal uso? Estas son sólo algunas de las preguntas que me acercan al borde del vértigo cuando intento escribir este texto que desearía no haber tenido que escribir nunca. En la mañana de ayer se conocía la muerte de Manuel Alonso González, 'Manolín el de Llorío', el último 'fugáu' vivo en Asturies, pero yo prefiero seguir recordándolo con vida. Como lo encontré la primera vez que nos vimos hace años, a la puerta de su pequeña casa de Llorío, desconfiado y amable; o como lo vi la última vez, elegante y emocionado, dejándose querer por los suyos. Creo que siempre voy a recordarlo vivo, sintiendo el relato de su vida con los matices de su voz, con sus pausas controladas, con su dominio del ritmo de la narración...

Siempre contaba que la Guerra Civil le pilló en el río, pescando truchas a mano, y que cuando un vecino se acercó a él para avisarle, marcharon juntos hasta el local del Partido Comunista en El Condáu a esperar instrucciones. Recordaba de una manera muy vívida el cerco a Uviéu, en el que participó junto a un grupo amplio de camaradas en el Batallón 223. Recordaba que el mando republicano quería tomar Uviéu con 7.000 milicianos en armas en octubre de 1936, como «celebración» de la revolución. Pero no pudo ser y cuando las Columnas Gallegas rompieron el cerco, la autoridad republicana dio por perdida la capital asturiana. Después, en el Frente de Bilbao le llamó la atención como alguna gente creía que Dios podía estar en todos los sitios a la vez: con los fascistas y en las trincheras republicanas, en los altares improvisados de los «gudaris»...

Ya de vuelta, con la derrota republicana en Asturies, en octubre del 37, Manolín, como otros miles de milicianos republicanos, tienen que esconderse en el monte para evitar una muerte segura. Manolín vuelve a Llaviana, a los montes que mejor conocía. En los primeros momentos de vida escondido convive con cinco vecinos de Soto Llorío: Antonio, Lisardo, Fermín, Daniel y Francisco. Más tarde, se uniría al grupo de Los Caxigales, con los que recorrería gran parte de los montes del centro de Asturies y norte de León. «Una vida pésima», era el resumen que siempre hacía Manolín de los siete años que pasó en el monte. Recordaba emocionado el sufrimiento y la fuerte represión sufrida por la familia y contaba con detalle exacto la vida en el monte, pero sin épica en la descripción: «no teníamos una estrategia marcada de resistencia armada, se trataba de seguir vivos». Golpes económicos para conseguir comida, encontronazos constantes con la «fuerza», construcción de cabañas, las dificultades de cocinar sin generar humo, las noches al raso o en cuevas, la contrapartida... «Una vida pésima», sin romanticismos. Otro recuerdo muy vívido era el de su captura, en 1945 en el monte La Corcia de Llavina, después de un fuerte tiroteo y una persecución en la que cayeron dos compañeros más. Uno muerto en el acto, otro asesinado semanas más tarde.

Trece años preso

Después de unos meses en la prisión provincial y un juicio sin derecho a defensa por rebelión militar, bandolerismo y atraco a mano armada, fue condenado a dos penas de muerte, que le fueron conmutadas. Cumplió condena en el penal del Dueso, donde pasó más de trece años. A pesar de la dureza de las condiciones de vida en la prisión -aislamiento constante, mala alimentación, falta de higiene, hacinamiento...-. Manolín siempre prefería recordar lo positivo: la solidaridad entre los presos comunistas, organizados en comunas de apoyo mutuo.

Con la Transición -ese periodo histórico que no hizo justicia a la entrega democrática de miles de personas- el compromiso de Manolín siguió fiel a los mismos principios que le llevaran a coger un arma en defensa de la republica en el 36, llegando a ser concejal del PCE en el Ayuntamiento de Llaviana. Nunca flaqueó, a pesar de los pesares, en su militancia comunista. Hasta los últimos días de sus 97 años se le podía ver repartiendo el 'Mundo Obrero' o participando en las actividades «del Partido».

Ya nunca más podré sentir la voz de Manolín, pero su relato de la historia nunca dejará de escucharse en mi cabeza, como referente de compromiso ético con la humanidad.

La capilla ardiente está instalada en el CIDAN de Laviana, donde permanecerá hasta mañana sábado a las 13 horas, momento en el que tendrá lugar el acto civil de despedida. Por allí se pasaron familiares, amigos y camaradas de Manolín. Entre ellos, Gerardo Iglesias, histórico dirigente comunista asturiano, que le recordó diciendo que «murió como vivió toda la vida, de una forma sencilla y callada».

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