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Pablo Araújo, responsable municipal de la obra, a los pies de una escalera que lleva al exterior. :: M. A.
La mina de Arnao, un tesoro oculto bajo tierra a punto de volver a ver la luz
Castrillón

La mina de Arnao, un tesoro oculto bajo tierra a punto de volver a ver la luz

Las obras de rehabilitación están concluidas para ofrecer un viaje en el tiempo original

J. F. GALÁN

Sábado, 20 de agosto 2011, 21:02

La historia industrial de Castrillón comenzó a horadarse en Arnao, bajo tierra y bajo el mar. Corría el año 1833 cuando la Real Compañía comenzó a explotar el yacimiento carbonífero, el primer pozo vertical de Europa, el primero en España cuyas galerías se extendieron bajo el lecho marino y también el primero en el que se utilizó el ferrocarril para sacar a superficie el material.

Hay que retroceder otros dos siglos y medio para llegar a los orígenes de la mina de Arnao, hasta 1591. Un buen día, fray Agustín Montero, de Naveces, encontró una piedra negra. La noticia llegó a oídos de Felipe II, que se interesó en el asunto. El emperador respaldó el inicio de la explotación, ordenando que la producción se exportase, a través del puerto de Avilés a Lisboa, sabedor de que en Portugal, que entonces formaba parte de su corona, compraba carbón mineral para utilizarlo como combustible.

La Real Compañía mantuvo la actividad hasta que en 1915 una masiva filtración de agua marina obligó a detener la explotación, esta vez para siempre. Al menos así parecía. Hoy, casi un siglo después, la mina de Arnao está a punto de volver a entrar en actividad. No como filón minero, sino turístico, una mina visitable. Y de verdad, sin trampa ni cartón, sin efectos especiales, tal y como era.

El trabajo de rehabilitación comenzó el año pasado, arriba y abajo, y los cambios se observan nada más cruzar el pequeño túnel que separa el poblado de Arnao, construido alrededor de la mina y de la fábrica, de la playa. El antiguo campo de fútbol se ha convertido en una zona ajardinada y el adoquín ha sustituido al asfalto. Al fondo sobresale el castillete, cuya vestimenta, a base escamas de zinc, le confiere un aspecto singular, único. Anexo a él, formando un todo, está el edificio conocido como el casino.

En sus dos plantas, amplias y diáfanas, se habilitará el centro de interpretación, en el que el visitante encontrará información de la mina, de la fábrica de zinc y de las gentes que allí trabajaron . De ahí se pasa al castillete, quizá el elemento más espectacular. La vista desde el interior no deja indiferente. Revestido de la madera original, con la jaula original, las poleas...

Junto a la jaula primitiva, compartiendo caña, está la nueva, un ascensor acristalado que conduce al interior. Es un viaje vertical de 19 metros que termina en un cruce de galerías, una de las cuales desemboca en la playa. Lo primero que se percibe es un ligero olor a azufre y el ruido que produce el agua al correr. La caña aún desciende otros 60 metros, quizá más, hasta el corazón de la mina, hasta el punto en que las galerías partían en dirección al mar y a la montaña, alcanzando una cota de -200 metros. Hoy, el nivel del agua está apenas un par de metros por debajo del tope del ascensor.

El paseo bajo tierra se extiende unos cien metros, susceptibles de duplicarse o triplicarse. La vista se clava en los arcos, en el entibado, aquí de ladrillo, allí de piedra, más allá de forja o de madera. Hasta en el suelo llama la atención. Hay un par de lugares en el que está acristalado, y al caminar por encima y observar el precipicio, es difícil no sentir vértigo, generado tanto por el vacío como por la imaginación. ¿Cómo se podía trabajar allí en el siglo XIX, sin electricidad y con unas hogueras en superficie que, al aspirar el aire, ejercían de sistema de ventilación?

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