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Una de las escenas de la obra de teatro. :: ANDRÉS CASTILLO
La vida dentro de un patio de vecinos
AVILES

La vida dentro de un patio de vecinos

La creación de Amelia Ochandiano arrancó la carcajada del público asistente a la representación en el Teatro Palacio Valdés 'Mi mapa de Madrid' encierra una tragicomedia en clave costumbrisma sobre la vecindad

DENISE ALDONZA

Lunes, 8 de agosto 2011, 04:39

En mitad de una historia de enredos al más puro estilo costumbrista y con el Madrid obrero como telón de fondo, Margarita Sánchez traza las vidas de los siete personajes anónimos, al fin y al cabo personas corrientes, de 'Mi mapa de Madrid'. Contagiados a ratos por el esperpento valle-inclanista, los diálogos desprenden la calidez de la sangre que corre por la venas de estas gentes, cuya vida ya curtida en adversidades, queda deformada por lo grotesco del panorama que les rodea.

La apuesta de la directora, Amelia Ochandiano, va más allá, poniendo ante nuestras narices los deseos y anhelos de los protagonistas que se desvanecen con el ir y venir de su vida cotidiana. La esperanza de que te toque la lotería, pierda el Real Madrid para frustar los ánimos de tu reciente ex pareja o abrir una tienda de santería, son las máximas aspiraciones por parte del triángulo femenino de la obra, compuesto por Estrella Blanco, Saturna Barrio y Amparo Pamplona.

En definitiva, no es un capricho del destino, que su afán por encontrar a su 'yo' del futuro no esté más lejos de los muros de sus portales y que su credibilidad en el porvenir se sustente con vanos tópicos sentimentalistas.

De cualquier modo, sus vidas ya están marcadas por los barrios que se presentan en la historia: vivir el presente planeando un futuro plano que se conforman con imaginar. Ni Lavapiés ni La Latina crearon el lujo o la autonomía cultural y moral en las mentes de los personajes que van creciendo en esta obra al son de los olores de las cocinas que humean por las ventanas de los diminutos pisos. Pero siempre teniendo presente un alma de vecindad que a veces se cree olvidado en la sociedad actual.

El segundo acto, caracterizado por un tono irónico, presenta la taberna clásica madrileña de café con aguardiente para desayunar. Un lugar reservado para los hombres que templan su cuerpo y su espíritu mientras hablan de fútbol y de sus mujeres con el propósito de alejarse de su propia realidad cotidiana para así poder darle un mero significado a su existencia.

En el camino, la muerte se conjuga con las alegrías cotidianas. Todo ello presentado con un humor al borde de lo absurdo y rozando lo tópico, pero que consiguió durante toda la función arrancar la carcajada de un patio de butacas lleno en el Teatro Palacio Valdés.

Roberto Cairo interpreta con gracia a Julián, un madrileño de los pies a la cabeza, cuya única pretensión es el triunfo del equipo patrio. El resto del reparto masculino, formado por José Luis Gago, Pablo Viña y Ángel Burgos, no deja de atestiguar la mezquindad humana, plasmada en la tacañería de apropiarse de las escasas pertenencias de su vecino muerto.

Mientras tanto, por la escalera bajan el lamento y la esperanza, y en el balcón se asoma el folclore mezclado con la mojigatería de los antiguos velatorios a pie de cama, protagonizados por vecinos comprensivos pero hipócritas que prestan un consuelo siempre interesado y fingido.

Al final, como sacado de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', lo trágico se mezcla con lo cómico de una manera ambigua que levanta hasta el techo del teatro la intriga y arranca el aplauso sentido del público.

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