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XUAN BELLO
Domingo, 26 de junio 2011, 04:39
Sergio es un chaval normal de trece para catorce años. Como él me dice, mirando hacia abajo y sonriendo, todos los chavales son normales pero cada uno lo es de una manera diferente. A él, como a todos, le importan muchas cosas y no le da demasiada importancia a una de sus características más notables: su coeficiente de inteligencia está por encima de los 130. Los psicólogos lo han catalogado como 'superdotado', una característica que tan sólo se da entre un 2 % de la población, y esta circunstancia, lejos a veces de representar una ventaja, puede suponer para estos muchachos un motivo de aislamiento. Las escuelas no están exactamente preparadas para personas que entienden y retienen conceptos a la primera. Se repiten una y otra vez, como es natural, para que todos los entiendan, y los niños 'superdotados' se aburren y se van a su mundo donde todo responde a una lógica exacta y confortable.
Marta, su madre, una persona combativa y muy orgullosa de su hijo, no ha cejado de luchar desde que un psicólogo descubrió el secreto de Sergio. Se niega a que las altas capacidades intelectuales de su hijo puedan llegar a ser una rémora en el desarrollo intelectual de su hijo. Y ha tenido que luchar mucho, y sigue luchando, porque su hijo tenga una educación adecuada.
Sergio va a un instituto público y va haciendo sus cursos de la ESO. Le gusta la magia -va a clases con un mago-- y le apasiona la paleontología y la mitología. Le costó aprender a leer porque los libros infantiles que le daban no le gustaban para nada. Un día le dijo a su madre:
-¿Sabes, Marta? Cuando yo sepa leer no leeré esos libros que les gustan a los niños; leeré esos otros de mayores. Un chaval normal de trece para catorce años se encuentra, como todos los adolescentes, de bruces con el enigma de la vida social.
Unos lo llevan mejor, otros peor. No le pregunté a Sergio, y bien que me pesa ahora que transcribo mis notas, si ha leído ya 'El guardián entre el centeno', de Salinger. Si no lo ha hecho, es una felicidad que le espera; si lo ha hecho, ya sabrá que la felicidad, incluso la menos esquiva, tiene algo de triste que perdura.
Le pregunto si le gusta el ajedrez, por ver si el tópico tiene alguna razón de ser, y me dice que jugó a los once años, ganó y se aburrió. Se encoge de hombros y rápidamente me aclara que lo suyo no son las matemáticas.
A Sergio le gusta leer y dibujar. Le apasionan los cómics, pero no por su historia externa sino por la historia escondida que trazan los dibujos. Nos vemos en el parque que queda al lado de su casa y tal vez hubiese sido mejor vernos en su habitación. Una habitación acaba siempre por adquirir la forma del alma de su habitante. Quizás allí podría haber visto sus dibujos, la tristeza y la alegría de la mano tendidas en una misma perspectiva.
Su madre pone sobre el tapete la cuestión: Sergio tiene probadas altas calificaciones intelectuales, pero también una inadecuada integración social. Esta última es una característica que yo me he encontrado muy a menudo: los sabios suelen ser muy tímidos. Sergio necesita un refuerzo que le ayude a encontrar su centro de intereses. Cualquier ventaja puede convertirse en obstáculo. Marta me aclara que el hecho de que sea un chaval con aptitudes intelectuales muy desarrolladas, no implica que no pueda presentar algún tipo de problema de aprendizaje ni tampoco que no necesite de apoyo en alguna materia concreta.
EL COMERCIO informaba, hace poco, de que Francisco Martín del Buey, catedrático de Psicología Evolutiva, había presentado un informe sobre la personalidad de los 'superdotados' . «Los adolescentes con alta capacidad presentan ansiedad social y timidez», decía.
Desde APADAC, la asociación de padres de estos niños, se buscan y reclaman soluciones. Tienen algo muy claro: el talento innato no perdura si no se cultiva convenientemente.
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