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Flannery O'Connor EEUU 1925-1964
Cultura

Flannery O'Connor EEUU 1925-1964

JOSELUÍS GONZÁLEZ

Sábado, 4 de junio 2011, 05:17

En 1945, o sea, con veinte de edad, Flannery O'Connor se graduó en Ciencias Sociales. Uno de sus profesores le procuró una beca para seguir, durante dos años, un curso de creación literaria en la Universidad de Iowa impartido por Paul Engle. Allí aprendió y se acostumbró a sentarse ante la máquina de escribir todas las mañanas, sin dejar una, y a la misma hora, y descubrió a narradores de su tiempo que se habían partido el alma y merecían la pena. Obtuvo en 1947 el Master of Fine Arts con una serie de relatos, entre ellos 'El geranio'. Su primer libro de cuentos, 'A Good Man is Hard to Find' (Difícil encontrar un hombre bueno), en 1955, refrendó el éxito de su primera novela, 'Wise Blood' (Sangre sabia) (1952). Póstumamente, en 1965, apareció 'Everything That Rises Must Converge', traducido al español como 'Las dulzuras del hogar' (título de otro de los relatos). Se sabía influida por las concepciones del New Criticism: había que valorar los textos por sí mismos y que por sí mismos funcionasen, aunque en sus cartas - y respondía a sus lectores, porque era humilde y genial- desliza comentarios y confidencias sobre qué apasionado sentido pretendía alcanzar con sus relatos y qué interpretaciones de los críticos rechazaba. «Tengo comprobado que la mayoría de la gente no sabe qué es un relato hasta que se sienta a escribir uno», aseguró más de una vez. Es la primera lección para contar en folios. Creía en la eficacia narrativa de los detalles -no muy numerosos-, y por tanto en las percepciones de los sentidos, y en su capacidad para convertirse en simbólicos y hacer «crecer la historia en todas las direcciones»: «Si dices que Cézanne pintó manzanas y un mantel, no has dicho qué pintó». Una silla que aparece en la apertura de uno de sus mejores cuentos, alumbrada por la luna de madrugada, está firme contra la pared, «como si estuviera esperando una orden». Harold Bloom, ese buda de la crítica, alaba la astucia narrativa de Flannery O'Connor. Valentía parece mejor palabra para apuntar sus cualidades de narradora. La apreciación por su obra va en aumento. Y las interpretaciones de sus narraciones a veces se disparatan. Ella lo sufrió: Tras la lectura del cuento 'Un hombre bueno es difícil de encontrar' en una universidad, la llevaron a las aulas para someterse a preguntas de docentes y estudiantes. Un profesor joven le preguntó todo serio: «Señorita O'Connor, ¿por qué es negro el sombrero del Inadaptado (o el Desequilibrado, 'The Misfit')? Yo le dije -recordaba la escritora- que la mayoría de los hombres de campo llevaban en Georgia sombreros negros. Me dio la impresión de que se quedaba decepcionado. Luego me dijo: Señorita O'Connor, el Inadaptado representa a Cristo, ¿verdad? Pues no, le dije yo. Tenía pinta de apaleado. Bien, Señorita O'Connor -insistió-, ¿cuál es la significación del sombrero del Inadaptado? Le dije que era la de taparle la cabeza; y después de eso me dejó en paz. Sea como sea, eso le está pasando a la enseñanza de la literatura». Confiaba en tener lectores que descubrieran estratos diferentes en sus narraciones. Se amparaba -porque había leído con sensatez- en las lecturas medievales de la Biblia, el Gran Libro, que entretejían interpretaciones de sentido alegórico (un hecho apunta a otro), de sentido tropológico (o moral: lo que se debería hacer) y sentido anagógico (relacionado «con la vida divina y nuestra participación el ella»). Cosas difíciles, como ponerse un sombrero negro en Georgia o encontrar a alguien bondadosamente completo. Era demócrata y católica en un estado del Sur bíblico y protestante: allí aprendió y enseñó que es más fácil entender la piedad y la compasión si se conoce la historia hebraica de Jacob y su hijo Isaac, a quien tiene que sacrificar pero, finalmente, es que no, y reaparece la vida, más nueva. Cuentos magistrales como 'Los lisiados entran primero', 'La espalda de Parker' -un joven que acaba tatuándose el rostro de Cristo en el eje de su columna vertebral, aunque no pueda verlo él sino con un doble juego de espejos, o su esposa, que no comprende que el amor de Dios no se limita a lo espiritual-, 'Un hombre bueno es difícil de encontrar' -donde los personajes muestran las múltiples caras de la maldad y el miedo-, el divertido, hondo, el que prefirió ella -'El negro artificial'- o 'El Templo del Espíritu Santo' ganan después de dos y más densas lecturas. Para iniciarse en ese mundo arriscado de la narrativa breve de Flannery O'Connor hay que recomendar la selección 'El negro artificial y otros escritos', que preparó y comentó la profesora de la Complutense Guadalupe Arbona Abascal, la imprescindible web del profesor Ángel Ruiz http://flanneryoc.blogspot.com/ o las palabras del escritor Gustavo Martín Garzo. Luego, 'El hábito de ser', sus cartas. Años después -no exagero- puede abrirse la edición de 'Cuentos completos' de Lumen, para encontrar el triple sentido, la profunda verdad, de cada hoja tecleada por aquella mujer admirable. Flannery O'Connor falleció a los 39 años. Andaba con muletas. Los últimos trece de su vida -heredó, como su padre, una enfermedad sin curación- los pasó en la granja familiar de Milledgeille. Criaba pavos reales. En todas las fotos parece sonreír feliz. A mí es la que más me gusta de todo el siglo xx.

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