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Lunes, 30 de mayo 2011, 09:25
El brote de 'Escherichia coli', una bacteria, que ha matado a diez personas y enfermado a otro millar en Alemania es hija del mercado común, la globalización y la sociedad urbana. El primero facilita las exportaciones; la segunda, busca el valor añadido de éstas, y la sociedad urbana demanda productos ecológicos. Los pepinos abonados con cucho en Almería son los presuntos causantes de la empidemia en Alemania. Por el medio, distribuidores y unos grandes almacenes prestos a ofrecer verdura ecológica, más cara, a sus clientes . Aunque, también muchos ciudadanos optan por otras vías para conseguir productos de calidad: los grupos de consumo o los huertos urbanos.
A comienzos de los años 90, grupos de personas empezaron a organizarse tímidamente para cubrir sus necesidades alimenticias siguiendo criterios de equidad. Surgieron en gran parte como respuesta a los efectos de la globalización. De este modo nació en 1998 L'Arcu la Vieya, un colectivo que tiene su sede en la calle Postigo Alto. «Éramos gente afín al movimiento antiglobalización que creíamos necesario una tienda de comercio justo», cuenta Guillaume Duval. Los fundadores pertenecían a diferentes movimientos que decidieron unirse y establecer sus propios criterios de consumo ecológico.
Unas pautas que aún siguen y que «no tienen nada que ver con las certificaciones oficiales». Porque tras la crisis de las vacas locas y la gripe aviar, entre otros escándalos, la desconfianza de los consumidores animó el avance de sellos de calidad en los alimentos. «Nosotros buscamos a los productores más cercanos, de pequeño tamaño y que trabajan con criterios sostenibles. No nos interesan los sellos. Sabemos quienes son y cómo trabajan».
Asturias no destaca por su producción agroecológica. Tampoco la demanda es tan relevante como en las grandes ciudades, quizás porque quien más y quien menos conoce a alguien en la zona rural. «Hace 40 años en la sociedad rural asturiana se cultivaba sin productos químicos y hoy en día mucha gente sigue haciendo lo mismo. La carne, la miel y los huevos de la región no tienen la categoría de ecológica, pero los son», apunta José Luis García, consumidor de L'Arcu la Vieya.
En la tienda se pueden adquirir sobre todo hortalizas y verduras, aunque también arroz, aceite y vino, procedente de otras comunidades autónomas. «Los consumidores ecológicos están pasando de ser una marginalidad a una minoría reseñable», así que los miembros de L'Arcu la Vieya se ponen en contacto con otros grupos de consumo de Navarra y Burgos, por ejemplo, para que les suministren tres veces año «alimentos que aquí no se pueden producir». Al final, logran una oferta variada, «acorde a la época del año. No podemos pretender comer de todo durante todos los meses».
¿Qué pasa con el productor?
Hace años el mercado de El Fontán se llenaba de mujeres, que con sus cestas en la cabeza, llegaban desde la estación del tren de El Vasco. Venían a vender los productos recién recolectados en sus huertas de los alrededores de la capital. Hoy cuesta imaginar la estampa. Pero, aunque en peligro de extinción, los pequeños productores siguen existiendo y pueden tener su salvación en el consumo ecológico.
El problema radica en que los compradores no siempre están dispuestos a pagar por los productos, y además les impulsan diferentes motivaciones. «Antes eran personas con una ideología determinada, ahora hay de todo. por salud, por cuidar la imagen... Aunque los líderes de esos grupos siguen siendo personas activas en movimientos sociales».
El grupo de consumo de Cambalache mantiene reuniones periódicas con los productores. El pasado viernes fue la última. Funcionan con un sistema de cestas semanales, que se recogen en el local de la calle Martínez Vigil y que se elaboran en función de un pedido previo. Los miembros del grupo compran de este modo hortalizas y legumbres, según la temporada del año. Y siempre con un compromiso de continuidad, para ofrecer garantías a los productores.
Los precios
Los productos ecológicos son más caros. Un bizcocho con frutos secos, harina y huevos ecológicos cuesta 6,50 euros. «Si lo comparas con los que venden en el supermercado es mucho más caro , pero no es lo mismo. Lo que la gente debería plantearse es cómo es posible que un kilo de tomates que viene de otro país con un montón de intermediarios se venda por 50 céntimos de euro», insisten desde L'Arcu la Vieya.
Otra opción, aún sin desarrollo en la ciudad, son las huertas colectivas, donde todos los socios participan en la siembra y recolecta para autoconsumo de un mismo terrano de cultivo. En grandes ciudades, como Nueva York, los huertos urbanos ocupan azoteas de edificios, «incluso hay gente que es cuidadora de huertos porque los dueños trabajan y no pueden ocuparse del terreno». Incluso hay ciudades que siembran con hortalizas sus parques.
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