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Domingo, 29 de mayo 2011, 12:20
A Antonio Vázquez 'El Ruso', se le podrán conocer adversarios políticos, pero será difícil encontrarle enemigos en Trasona. Allí vive y se ha destacado como un activista tan convencido de que el comunismo traerá un mundo más justo e igualitario, que para sí lo quisieran en las asambleas del 15M.
Trabajó, políticamente, en la clandestinidad a la que le obligó el franquismo. Pionero del 'grafiti' político, durante la transición fue el mayor propagandista de la Unión Soviética con multitud de charlas, proyecciones y reparto de panfletos. También se ha sentido defraudado y traicionado -la última vez con el pobre resultado del Frente de la Izquierda en las pasadas municipales-, pero a sus 85 años mantiene ilusión y fe en un ideal comunista «que algún día será realidad». Y ello pese a que sostiene con amargura la carta en la que el PCE le comunica su suspensión de militancia. «Ya no hay comunistas en Izquierda Unida», lamenta.
Esa obsesión suya de 'viejo combatiente' por la coherencia política tiene mucho que ver con una biografía, la de 'El Ruso', que es reflejo de la convulsa historia reciente de Europa.
Antonio Vázquez nació el 9 de diciembre de 1925 en una aldea próxima a Sama de Langreo. «Yo era un niño muy travieso. Pasé la infancia 'robando piescos y castañes'», recuerda. Su padre, socialista de los de entonces, se lanzó activamente «a la Revolución del 34», lo que le valió el destierro. «Estuvo dos años en Galicia, y cuando volvió estalló la guerra. Y lo mataron». Su hermana, mayor que él, simpatizaba por el comunismo y se hizo miliciana.
Su madre decidió entonces sacarle de aquella situación y lo puso en manos del Socorro Rojo Internacional. Primero le alojaron en Gijón, «en el Orfanato Miliciano», hasta su evacuación a Rusia vía Londres. «Mi madre siempre decidió qué iban a hacer conmigo y siempre supo dónde estaba», apunta acerca de una de esas «tergiversaciones» interesadas que, dice, pueblan la visión que ahora se transmite de todo lo que tiene que ver con el comunismo. «Yo no puedo más que estar enormemente agradecido al pueblo soviético. Se volcaron con nosotros, nos dieron todo... Primero éramos nosotros y luego ellos», dice de su recuerdo en aquella «Casa de Niños» en la que fueron alojados los niños desplazados por la guerra de España.
Tanto él como sus compañeros conocieron a su llegada lo que él denomina «el comunismo total», siempre con la mente puesta en el regreso. «Nos daban clase en ruso y en castellano, para que no perdiéramos el idioma», recuerda. Pero aquella placidez inicial se vio truncada a los pocos años, con el avance de la Segunda Guerra Mundial. «Nos evacuaron porque los nazis habían entrado en Rusia». Pero no tuvieron tiempo a sacarles de la ciudad: Stalingrado. «Éramos veinte o treinta chicos y chicas de 14 a 16 años que trabajábamos en una escuela de aprendices».
Batalla de Stalingrado
Y se les echó la guerra encima. Los duros bombardeos de la Alemania nazi reventaron el refugio en el que se habían escondido, en el puerto, y del que él se había apartado unos metros. Murieron dos de sus compañeros. El resto salió arrastrándose y pudo ver la imagen, -narrada muchas veces por los testigos de la batalla-, de la superficie roja del Volga por la diferente densidad de la sangre y el agua del río. La otra imagen que le queda de aquel episodio son los indiscriminados ataques aéreos «con ametralladoras y bombas», que sembraron la ciudad de muertos inocentes. Ni los trenes de evacuados en los que fueron introducidos aquellos adolescentes huidos de la guerra civil española se libraban de ellos.
Superado aquel nuevo trance bélico, los chicos fueron trasladados a diversas ciudades de Rusia, pero también de Ucrania, Bielorrusia o, como fue su caso, a Georgia, país del que no guarda precisamente buen recuerdo. «De allí era Stalin», apunta acerca de un personaje al que no duda en considerar «un cabrón» por cómo impuso un sistema «muy estricto» que «llevaba a campos de trabajo durante dos o tres años a alguien por robar una manzana». Aquella época, recuerda, fue dura en una Rusia «en la que se pasó hambre, pero hambre de verdad... no solo apetito».
Él fue de un lado para otro durante aquellos años hasta que se reencontró en Stalingrado -hoy Volgogrado- con una mujer que había ejercido como maestra de su grupo de adolescentes españoles. «Me animó a estudiar. Yo seguía siendo un golfete, pero me convenció. Me convertí en técnico forestal, y mi vida se formalizó», recuerda.
Al poco leyó en el periódico -recita de memoria, en ruso, el titular-, que los niños de la guerra civil podían regresar a España. «Me entró una nostalgia enorme y me apunté». Con el billete del buque 'Crimea' en el que desembarcó en 1957 en Castellón en la mano, Antonio Vázquez recuerda el impacto que le produjo el regreso a casa de su madre. «Salí de una Rusia que en aquellos años se había convertido en un país próspero. Donde la vida había mejorado mucho para todos. Y volví a Langreo, donde todo era oscuro y triste, todas las mujeres iban de luto...», recuerda.
Ya en España, al tiempo que le homologaban su título de Forestales soviético para trabajar en la gestión de Muniellos, contactaban con él militantes comunistas. «Pero yo, entonces, no estaba muy implicado, viví lo que viví en la Unión Soviética, pero no entré en el partido».
'El Ruso' no encontraba su lugar en aquella España. Probó a emigrar, también como ilegal, a varios países europeos, pero regresó. Y poco a poco, fue haciendo su vida en Asturias. «Me casé, entré a trabajar en Ensidesa...», y tuvo tres hijos, de los que se tuvo que hacer cargo en solitario al enviudar. «Mi mujer tenía 43 años cuando murió», recuerda. Pero «con la ayuda de mis hijos, especialmente de mi hija, la mayor, que entonces tenía ocho o nueve años, salimos adelante».
El paso del tiempo, con todo, no le desvinculó de aquellos comunistas que le dieron la bienvenida a su regreso de Rusia, y fue acentuándose su militancia. «Puedo decir que fui 'un poco' fundador de Comisiones Obreras, y al final acabé dándolo todo por el partido». Ahora, después de tantos años, echa en falta que todo ese trabajo no tenga otros resultados. «Hace años había más conciencia de que lo que se hacía tenía que basarse en la defensa de la clase trabajadora, ahora no», critica de la izquierda política hegemónica. Pero él, con una sonrisa, no pierde la esperanza en el futuro. «El comunismo tardará más o menos, pero llegará».
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