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Sábado, 7 de mayo 2011, 05:08
Francisco J. Lauriño (Langreo, 1962) define su relación con el mundo de las letras al modo en el que pueden permitírselo aquellos que no han hecho de la ambición superficial y el lustre del betún una idea de lo que debería ser el territorio del arte. «No aspiro a vivir de la literatura, sino para la literatura», dice con gran sosiego, mientras a nuestro alrededor se pasea el gato Ico, seis kilos de minino que rebosa la misma tranquilidad. Lo adoptó junto a su mujer, Teresa Martín, profesora de inglés y también escritora, tras rescatarlo de una asociación protectora de animales. Tal vez el autor de 'Muñecos de sombras' sea la reencarnación de un gato, pues con esa serenidad ultima la que será su próxima novela, titulada provisionalmente 'Ruinas'. En el vestíbulo de su casa, te reciben sobre un mueble una fotografía de Cartier-Bresson, otra propia del Big-Ben londinense y las obras completas de Ramón de Campoamor, sobre un atril, en edición contemporánea del autor asturiano, de 1888. Un muestrario indicativo de las dedicaciones y devociones de este licenciado en filología hispánica, en la rama de literatura española, que se gana los garbanzos como funcionario en el tiempo que no está absorto en una creatividad incesante. Por las paredes del despacho, otras instantáneas de su firma, correspondientes a la exposición que realizó en la Galería Mediadvanced, de Gijón, titulada 'Spaces and Settings'. O la reproducción de la famosa y debatida 'El beso del Hotel de Ville', de Robert Doisneau. Y, por supuesto, libros y libros en los abarrotados -aunque muy bien ordenados- anaqueles de las bibliotecas. Encima de la mesa de trabajo, sus lecturas recientes: 'Caligrafía de los sueños', de Juan Marsé, y 'Escribir la luz. Foto y literatura', de la revista 'Litoral'. Del amor que tiene a los libros, da cuenta la irónica inscripción que se trajo una vez de Toledo. Reza así: «Hai Excomunión Reservada a Su Santidad contra cualesquiera personas que quitaren, distrayeren, o de cualquier otro modo, enagenaren algún libro, pergamino, o papel de esta biblioteca». Queden, pues avisados, los furtivos cacos de ajenas propiedades librescas. A estas alturas de la definición, ya no será necesario explicar que la literatura y la fotografía son ejes centrales de su vida. En cuanto a la primera, Lauriño rememora la influencia del doctor Eugenio Torrecilla en diversas fases de su existencia, tanto en la infancia en la que ya le atendió como pediatra y se hizo amigo de la familia, como en la tertulia literaria de Langreo, donde Torrecilla despertó el interés por páginas inéditas, de las que también supieron en su momento, por ejemplo, los poetas Ricardo Labra y Alberto Vega o el escritor Pepe Monteserín. Cuando llegó a la Universidad, «contaba con un bagaje importante». Hubo una época, que considera «prehistórica», en la que discurrió «por experiencias underground, prestando atención a la generación beat americana». Ahí tuvo sus primeras participaciones el obras colectivas, como aquella que congregó a varios jóvenes del Valle del Nalón, enmendándole la plana ni más ni menos que a Ionesco, poniendo en el título 'La cantante melenuda". Confiesa que aquel vanguardismo propio de la edad, le queda bastante atrás. Y que, si se quiere, sus gustos actuales «son más burgueses», por lo que a la música de fondo se refiere, optando por los clásicos y las polifonías. De otro lado, mantiene fidelidades permanentes. Y ahí menciona, entre los escritores, a Juan Marsé, a Mario Vargas Llosa, a Jorge Luis Borges o a Víctor Hugo. O las incursiones que le han devuelto a las esencias, «a la lírica griega, a Safo de Lesbos o a Píndaro, a los orígenes». Estima que su obra comienza a parecerse a sí mismo a partir de 'Su crimen', «una antología de relatos que había escrito entre 1985 y 2005, de carácter no unitario». 'El estanque de azufre', de 2007, auspiciada por la Consejería de Cultura del Principado de Asturias, ya ponía en las narraciones «una conexión interna, que favorecía la lectura de cada una de ellas de forma individual o en un entramado de conjunto». Se advertirá que el afán experimental no le abandona, pese a que el vanguardismo juvenil se haya quedado en la retaguardia. «Se sigue haciendo demasiado realismo y naturalismo», comenta. 'Muñecos de sombras' fue su primera novela, editada a través de internet en Bubok, en 2009. Dice que la historia venía urdiéndose desde varios años atrás, «pero carecía de la perspectiva suficiente para abordarla». Finalmente, tras un trabajo que le ocupó casi un lustro, con la calma del gato, vio la luz «una novela de la cuenca con vocación universal». Matiza, queriendo evitar cualquier grandilocuencia: «La geografía y la gente son de aquí, en el periodo que va de la guerra civil hasta nuestros días, pero el dibujo de los personajes trasciende ese marco». Respecto de las ediciones literarias en la red, se muestra reflexivamente animoso. «Internet es como la vida. Para orientarse, hay que emplear el sentido común». E incluso establece analogías entre la literatura y las redes, «por lo que tienen de fusión de lo real y lo ficticio». No obstante, confía en que las nuevas levas de estudiantes tengan esta materia en su formación educativa, «para que les ayude al discernimiento y eleve la capacidad crítica». Y volviendo a lo suyo, anticipa que 'Ruinas' «es técnicamente más arriesgada que mi novela anterior, dividida en cuadros que oscilan entre el medio folio y el folio medio, nunca más extensos». El propósito es lograr que cada cuadro sea el fragmento de una historia. Y en esta ocasión se aleja de los parajes locales. «Buena parte transcurre en la antigua Unión Soviética y en Alemania del Este», que conoció antes de la caída del Muro. Ico nos sigue mirando cuando vamos llegando a la desembocadura.. «Los gatos son libres porque nosotros somos sus mascotas», dice Lauriño, un hombre tan libre como su gato.
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