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FULGENCIO ARGÜELLES
Sábado, 30 de abril 2011, 05:18
En estos tiempos de suspicacias y desconfianzas, cuando no de rechazos manifiestos, hacia todo cuanto tenga que ver con la política o los políticos, es gratificante e intelectualmente saludable acercarse a algunos libros que nos refieren la esencia misma de la política, su razón de ser, su enraizamiento con la circunstancia ineludible al ser humano de vivir en colectividad, la nobleza que la configura y la solidaridad que debe generar. Esta recuperación, muy necesaria en la actualidad, de la vivacidad, la imperturbabilidad, la limpieza y la naturalidad de la política puede provenir, en muchos casos, del acercamiento a textos o documentos como el que la Editorial Acantilado nos acaba de presentar, en el que, a través de la vida de una persona completamente entregada al servicio de su pueblo, se nos expone de forma transparente el esqueleto mismo de la política, con sus articulaciones, sus fragilidades, sus correspondencias, sus fortalezas y sus consecuencias, pero, sobre todo, con sus fundamentos.
El polaco Jan Karski publicó su libro 'Historia de un Estado clandestino' en Estados Unidos, en 1944 y en una edición de cuatrocientos mil ejemplares rápidamente agotada. Hasta 1948 el libro fue reeditado y traducido a varios idiomas. Sin duda, se trata de un libro de aventuras. La aventura de un hombre, contada por él mismo, que comienza cuando los alemanes invaden su país, Polonia, y transcurre durante la guerra por trincheras, cárceles, despachos clandestinos, guetos y campos de concentración, y termina con un grito de denuncia, con un testimonio contundente y decisivo ante las personalidades más relevantes del momento y ante el mundo entero. El joven Jan Karski se ocupa de la misión de servir de correo entre el Gobierno polaco en el exilio (primero en Francia, después en Londres) y la Resistencia, que opera desde la Polonia ocupada. Es una historia de espionaje y detenciones, de muerte y tortura, de acciones solidarias y de traiciones, de viajes de ida y vuelta, de destrucciones y de ilusiones, pero, sobre todo, es un libro que muestra el lado necesario y noble de la política, el lado grande de la política como la fórmula necesaria para aglutinar y generar ideas que conduzcan a la instauración de la convivencia feliz y a la consecución de la justicia y la libertad para todos los seres humanos. Jan Karski sabía en todo momento que luchaba por lo que era justo y para ello se olvidaba de su propia vida. La vida individual no tiene sentido cuando se pertenece a una colectividad amenazada. Él sabía que estaba en el lado correcto, y es exigencia política (olvidada frecuentemente) procurar estar en el lugar que la conciencia señala como correcto, aun sabiendo que tal posición llevará a la derrota. Las fuerzas se agotan, las ideas se agrandan.
Más de quinientas páginas escritas por Jan Karski (seudónimo de Jan Kozielewski, Lódz, 1914-Washinrton, 2000) un año después de la ocurrencia de los hechos. Una narración intensa construida de manera lineal a modo de novela en la que destacan la tensión narrativa permanente, con una descripción ágil, precisa y nunca descuidada de las escenas más sobrecogedoras, y los retratos detallados y siempre referenciados psicológicamente de las personas intervinientes. El libro está plagado de abundantes e inteligentes reflexiones sobre la acción política. Me resultó sorprendente averiguar los entresijos de una resistencia polaca organizada en la clandestinidad tan minuciosamente que era capaz, por ejemplo, de mantener un sistema de enseñanza clandestino (los alemanes habían prohibido a los polacos ir más allá de los estudios primarios) como resistencia a la germanización y el analfabetismo, a base de profesores altruistas que enseñaban en lugares ocultos. En Varsovia llegaron a expedirse más de seis mil títulos clandestinos de bachillerato, y había cerca de cinco mil estudiantes furtivos en la enseñanza superior. El pueblo polaco jamás reconoció la ocupación alemana y fue el único país, de todos los ocupados, en el que nunca surgieron cuerpos legales que colaborasen con los nazis. Se aceptó el principio de la continuidad del Estado y mediante un acuerdo singular y solidario de los cuatro partidos (Socialista, Nacional, Campesino y Cristiano del Trabajo) se creó una espectacular estructura, tan sólida como secreta, que abarcó todos y cada uno de los ámbitos políticos de gobierno, una organización que desarrollaba recursos financieros, fabricaba documentos, manejaba armamento, contaba con servicio de propaganda y dictaba sentencias. Una red de agentes de enlace y funcionarios cubría todo el país en un organigrama perfectamente trazado y sostenido por la idea política de la unidad en la lucha contra el invasor, de la conservación de la propia nación y de la recuperación de la democracia y la libertad.
Las descripciones que realiza Jan Karski del gueto de Varsovia, del campo de exterminio, de las torturas sufridas en sus propias carnes o de los numerosos viajes clandestinos, por la tensión narrativa, por el manejo preciso de los diálogos y por la emoción transmitida se conforman, sin duda, como fragmentos dignos de ser calificados con los atributos de la mejor literatura. Jan Karski fue un político. Toda su vida se conformó en torno a la política. Él fue de los primeros que advirtieron al mundo de los horrores provocados por la maquinaria de guerra alemana (la más formidable y despiadada que haya existido jamás), de los primeros que describieron el exterminio de los judíos ante auditorios internacionales pasivos y acomodados, de los primeros que abogaron a voz en grito por la permanencia de unos principios morales sin los cuales las naciones no podrían convivir.
Acercándose a la vida de Karski, uno se olvida de la empalagosa simpatía que siente el poder hacia sí mismo, uno recupera la confianza en la verdadera política, aquella que se configura como servicio incondicional y altruista hacia la comunidad.
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