![La utilidad del sufrimiento](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/pre2017/multimedia/prensa/noticias/201104/24/fotos/6709935.jpg)
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JOSÉ ÁNGEL CAPERÁN
Domingo, 24 de abril 2011, 04:02
A todos nos gustaría cambiar lo que no nos gusta de nosotros mismos, eso sí, sin dolor. Sin embargo, en soledad, el sufrimiento que comporta puede resultarnos irracionalmente insalvable. La habilidad de pedir ayuda es la antesala del cambio, pero, cuando uno no la tiene, debe al menos conocerse en profundidad y estar dispuesto a sufrir. Pero, eso sí, en un grado real no inflamado por el miedo.
En una misma semana, mi buen amigo David me dijo: «Me muero si María me deja». Laura me confesó: «Me muero si tengo que hablar en público». Y, finalmente, Diana me comentó: «Me muero si pierdo mi trabajo». Lo siguiente que me dicen es: «Porque. ¿qué haría yo entonces?».
El problema psicológico de hoy es que no sabemos dar respuesta a esta última pregunta. Por lo que nos quedamos con la drástica imagen de la afirmación exagerada: me muero si. Objetivamente, es poco probable que si pierdo mi trabajo muera, pero debemos hacer un análisis más detallado de esa frase tóxica y limitante. Seamos como los CSI de nuestro lenguaje interno. Realmente, no nos creemos que moriremos; lo que realmente nos estamos diciendo es: «Tengo miedo a sentir el miedo que sentiré si María me deja; no soporto el miedo a sentir miedo de la soledad, del ridículo y de la indiferencia de los demás». Estas traducciones que nos permiten descifrar, por medio del análisis y el uso del lenguaje objetivo, el idioma de las emociones, conforman una especia de película subtitulada donde las frases que aparecen debajo rotuladas nos dicen la verdad sin estrategias ni mecanismos defensivos. Yo los llamo los 'subtítulos emocionales'. Quien domine esta habilidad de interpretar emociones a partir del mero lenguaje verbal se elevará por encima del resto como un sabio que observa las conductas predecibles de las hormigas.
El miedo es la emoción que más frena nuestro desarrollo, pero para ello se inventó la competitividad; para ver que el otro puede y, por lo tanto, si yo no puedo es porque tengo miedo. Por deducción: si él es valiente, es que yo soy un cobarde; como creo que lo que ha hecho tampoco es como para llamarlo valentía, es que yo no quiero hacer el esfuerzo o que yo no lo deseo suficiente. ¿Cuántos nos hemos conformado con el sambenito de «yo es que soy así, no valgo para esto»? Así, hemos aceptado que somos unos cobardes; si no aceptamos este nuevo bautismo, aceptemos por lo menos que somos unos holgazanes: no es que no pueda, es que no quiero, y punto. O, en el mejor de los casos, lo deseo mucho, pero, en serio, no sé cómo hacerlo. Aquí es el momento de buscar ayuda y evitar un círculo de autocomplacencia interminable.
El televisivo 'Dr. House' evita pasar por estos miedos. Esquiva el dolor físico con drogas y el dolor psicológico con sarcasmo, que constituye una especie de ejercicio defensivo de la valoración que tenemos de nosotros mismos. Tal vez sea mejor aguantar el bombardeo de nuestra sobrevalorada autoestima ñoña y frágil. Esquivar los miedos, de cualquier modo posible, evita que maduremos, que nos endurezcamos. Como en la fiesta de San Juan de algunos pueblos, donde los mozos atraviesan las brasas con los pies descalzos, con pasos enérgicos y sin bajar el ritmo. Nunca retroceden porque saben que el mayor dolor se siente en el primer paso y el último paso sobre las brasas ya no es doloroso. Así es como uno se conoce a sí mismo y sabe que su pensamiento está infravalorando su fortaleza. Ya pocas cosas ponen en peligro nuestra vida como para hacer caso a todas las alarmas que disparan nuestros hipocondriacos pensamientos.
Un caso interesante es el de los 'emo', una tribu urbana de adolescentes que se definen a sí mismos como tristes y depresivos y que no esperan vivir más allá de los veinte años. Es más, si un 'emo' tiene marcas de haber intentado cortarse las venas, sube de estatus en una penosa competición por ser el más patético. La adolescencia se inventó con el mismo propósito de quien inventó el entrenamiento deportivo: para aprender, ganar resistencia, fuerza, flexibilidad, padecer agujetas y, tal vez, alguna que otra rotura de fibras o corazones. Es tan necesario pasar dolor entrenando como en esta etapa vital. Es más, aunque suene políticamente incorrecto, un adolescente debería sentirse como una mierda varias veces al año, pero que ello no le impida atravesar la bruma de dudas, de complejos y de miedos que es la adolescencia.
Los 'emo' no caminan a través de este necesario camino de brasas, se paralizan por el miedo y los complejos no les afectan porque han dejado de compararse con los demás, que sí parecen ser felices. Los complejos son impulsos hacia el cambio: «¿Por qué ellos sí y yo no?». Tocamos fondo, conocemos el alcance del dolor a través de la experiencia; lo desmitificamos porque no podemos caer más bajo; no tenemos absolutamente nada que perder porque no somos nadie y, a continuación, o bien nos recluimos en las pastillas para dormir y demás falsas soluciones, o bien empezamos a madurar y. ¡Adolescencia aprobada! Sin embargo, el 'emo' encuentra en el Tuenti quince mil amigos que son como él, que le dicen: «No hace falta que cambies; no te compares con nadie; no es necesario; nosotros te proporcionaremos comodidad: te damos un grupo donde no tienes por qué cambiar: así estás bien».
Sin duda, siendo un autodidacta de la vida, el dolor es la antesala del aprendizaje y tocar fondo es la mecha que enciende la motivación para atravesarlo. Pero pensemos, a estas alturas, ¿quiénes estamos dispuestos a tocar fondo habiendo Tuenti, Facebook, Prozac y padres ultraprotectores?
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