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Viernes, 22 de abril 2011, 05:10
Son días de vacaciones escolares cuando nos acercamos al Centro de Danza Karel, en la calle Príncipe, de Gijón. Lo que quiere decir que de los centenares de alumnos que pasan a diario por estas aulas, sólo un puñado entre los más vocacionales ocupan posiciones ante los espejos o se han puesto la indumentaria que requiere la especialidad elegida. En la sala más amplia de cuantas se reparten por los dos pisos del edificio, unas jovencitas siguen los compases flamencos de Camarón. Suena 'Soy gitano'. Virginia Herrero (Gijón, 1972), directora artística de la academia, bailarina, coreógrafa y profesora, nos guía por los pasillos laberínticos, mostrándonos despachos, espacios para el baile y la docencia, zonas de maquillaje, un inmenso ropero atestado de trajes... al tiempo que nos va explicando las innumerables fotografías y carteles que nos contemplan desde las paredes. Por ejemplo, el estreno de Cascanueces, en el Teatro Madrid, en el que Virginia Herrero se puso de puntillas junto a una de las figuras excepcionales de la danza en España, Fernando Bujones. Hay muchas dedicatorias de otros grandes, Cristina Hoyos, Tamara Rojo, Merche Esmeralda, Arantxa Argüelles. O de Alfredo Kraus y José Carreras. «No es extraño, después de treinta y ocho años en esta profesión», dice humildemente Virginia, refiriéndose a sus antecedentes, a sus padres, Carmen Elvira e Isidro Herrero, quienes pusieron en pie el Centro de Danza Karel el mismo año que ella venía al mundo, en 1972. «Mi madre era de Madrid, y mi padre, de Zaragoza. Se conocieron en el Ballet Español de Mary Emma. Pero como mi padre además ejercía de médico, lo trasladaron a Gijón. Y aquí comenzó esta historia». Cabría suponer que de casta le viene a la bailarina. Sin embargo, confiesa que alrededor de los siete años, tuvo algunas dudas. «Me escondía en casa para no acudir a las clases. Así que decidieron no obligarme. Transcurrió un curso y me volvieron las ganas, el gusanillo había quedado». Con sabia prudencia, los progenitores no aceptaron la reconversión al instante. Le hicieron sufrir un poquito más. Hasta que el gusanillo y el fruto prohibido terminaron por imponer la evidencia de su pasión. Y los pies se le hicieron alas. Hasta hoy. De los cinco hijos de la familia, sólo ella y uno de sus hermanos mantienen vínculos con la danza. Los otros tres, varones, tomaron el circuito del motociclismo. Una manera diferente de bailar. Virginia Herrero concluyó sus estudios en casa, con prolongaciones de la Royal Academy of Dance de London, que es una de las referencias de Karel. «Sin olvidar la escuela francesa, la rusa o la cubana, por ejemplo, pues queremos que nuestros alumnos posean un conocimiento general de todo». Después, se echó a rodar por la geografía española, perfeccionándose al lado de auténticos nombres estelares, Antonio Gades, Fernando Bujones, Cristina Hoyos, Antonio Márquez, Goyo Montero, Paco Romero, Virginia Valero, Manolo Marín... No obstante, la musa que pone en primer lugar, en particular por lo que concierne al flamenco, es Merche Esmeralda. «En danza clásica, aprendí un poco de todos, porque cada maestrillo tiene su librillo». Se sintió protegida por ellos, con muchos de los cuales su madre había compartido escenario y que la conocían desde niña. Aunque no dejó de sufrir la ardua competencia de una opción artística «en la que resulta más sencillo triunfar si eres hombre, porque hay muy pocos; pero se hace mucho más difícil siendo mujer, teniendo en cuenta que abundamos. Hay quien es capaz de poner cristales en las zapatillas de una compañera». La aclaración numérica se refleja incluso en el Centro de Danza Karel, que entre el enjambre de reinas sólo tiene matriculados a dos chiquillos (uno de ellos, hijo de Virginia). «Hemos tenido alumnos brillantes, como Alberto Blanco, que ha sido elegido por Víctor Ullate para ir a la Escuela del Boston Ballet», matiza. Lo que parece suceder es que hubiera una vuelta atrás en algunos prejuicios que cabría imaginar superados. Ella lo ve así: «En las pequeñas ciudades, continúan existiendo las prevenciones de siempre. Hay niños que tienen problemas en el colegio porque les descubren en el maletín la ropa de baile. Son esas identificaciones que se hacen sobre lo que es y no es masculino. Como si Antonio Gades o Antonio Márquez no fueran muy varoniles... Y, además, el artista es artista, y ya está». Artista en cuerpo y alma enteros, Virginia Herrero ha de subdividirse entre la bailarina, la coreógrafa y la profesora. «Creo que soy un tercio de cada una de esas dedicaciones. Lo que más me gusta es bailar, si no fuera por el impedimento de estar obligada a repartirme, que me impide prepararme del modo en el que quisiera... En fin, la enseñanza y la coreografía también me encantan». Lo cierto es que triunfó en Madrid como bailarina, de la mano de Fernando Bujones, a quien compara con Baryshnikov. Y que el Teatro Campoamor vio su coreografía de Ernani, «en una obra que tal vez por ser demasiado moderna desde el punto de vista escenográfico, no recibió la complacencia del público en ese apartado. Yo quedé satisfecha del modo en el que se aceptó la coreografía». Y por seguir danzando, fue recibida con categoría de 'prima donna' (permítasenos el símil operístico), cuando trasladó a la capital de Egipto, acompañada por la Cairo Symphony Orchesta, las muy españolas 'El amor brujo' y 'La leyenda del beso'. En este mes que tradicionalmente festeja el Día Internacional de la Danza -será el próximo día 29 de abril, en el Teatro Jovellanos- el Centro de Danza Karel ha seguido sus propias costumbres, anticipándose en la conmemoración al 6 de abril. ¿La danza puede expresarlo todo? Virginia Herrero, que no duda ni un instante al respecto, señala una de las partes del espectáculo que presentaron en esa fecha, 'Voces de mujeres que hablan con el alma', donde se unieron interpretación, música y danza. «Cada una de las artes, reflejaba por igual la vida, la muerte, el miedo, la esperanza...». No sorprende que al final, la frase de despedida, sea tan sencilla como verdadera: «La danza es mi vida».
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