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ROBERTO FERNÁNDEZ LLERA
Viernes, 22 de abril 2011, 05:12
En Semana Santa, algo de religión es inevitable. Bien es cierto que estos días cada vez son menos religiosos y más fiesteros. Más de turismo que de recogimiento. Más de farturas que de ayunos. Más de sol y playa que de iglesia y vigilia. Parece lógico que sea así. No somos la misma sociedad que hace 40 años (afortunadamente, habría que añadir).
En todo caso, quiero detenerme en uno de los pasajes más conocidos de la Biblia, uno de esos que, de una u otra forma, siempre hemos utilizado para poner ejemplos o para señalar a alguien. Me refiero a la parábola del hijo pródigo, ya se sabe, esa en la que un vástago rebelde pide la parte del legado de su padre, se la dan, la malgasta y, cuando casi se muere en la miseria, vuelve con el rabo entre las piernas a suplicar perdón. Y lo consigue. El padre le perdona y encima monta un festín en su honor.
A mí lo que me falla en esta historia es el papel del otro hijo, el que se quedó con el padre, el que tuvo un comportamiento ejemplar, el que no protestaba. El mismo que cuando vuelve su hermano menor se extraña de que a él nunca le hubiesen hecho esa fiesta. No puedo evitar solidarizarme con este hermano, a quien el padre consuela simplemente con una palmadita en la espalda, diciéndole que «tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo». ¡Y venga; a seguir siendo bueno! (esto último lo añado yo).
Lo cierto es que esto pasa bastante a menudo. En algunas empresas, donde se destaca el logro conseguido un solo día por quien hasta entonces no dio ni golpe. En las familias, donde se compra la bicicleta al hijo que aprueba un examen, pero no a la hija que lleva sacando todos los cursos a la primera. En los partidos políticos, recibiendo con honores a antiguos militantes o incluso a tránsfugas, frente al afiliado de toda la vida, con lealtad y honradez demostradas. Hasta en el fútbol, donde se exagera como una gran gesta el último gol del fichaje estrella, frente al trabajo continuado de un canterano. No es justo. Pero tampoco eficiente. Como diría un economista cursi (espero no serlo yo), estamos rompiendo el esquema de incentivos.
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