

Secciones
Servicios
Destacamos
RAFAEL FERNÁNDEZ TOMÁS
Jueves, 14 de abril 2011, 05:20
Sentados cómodamente en la gijonesa plaza del Parchís, haciendo un alto en el paseo, abuelo y nieto observan el paso continuo de la gente, los automóviles y las risas de los niños. Mientras el abuelo lee EL COMERCIO, el niño, curioso, se fija en un viejo edificio de piedra gris, de seis pisos, donde en una ventana del 4ºse podía leer: «Partido Popular». Interesado el abuelo por la inquietud del chaval, le dice que le va a contar un cuento de asturianos. «Es una historia reciente, pero casi nadie la conoce.», le susurra a su nieto. Hace algo más de cien años, Asturias y Gijón no eran, ni mucho menos, como ahora. Lograr que las minas de carbón del Nalón y del Caudal empezasen a explotarse y que fuera necesario habilitar un tren para llevar hasta El Musel aquella riqueza (arrebatada del fondo de la tierra por aquellos topos humanos que por un sueldo miserable trabajaban todo el día a centenares de metros bajo de la tierra para sobrevivir y sacar adelante a sus familias) hizo posible que se industrializase aquella zona y que, paralelamente, empezara a surgir una clase trabajadora sin estudios que luchaba a diario con la adversidad para sobrevivir, mientras veían cómo unos cuantos dueños de las minas se enriquecían a su costa.
Un día, un minero que acababa de llegar de Francia (allí los obreros se organizaban para defender sus derechos), de nombre Manuel Llaneza, muy inteligente, decidió crear un sindicato, una organización de mineros. Era 1910 y su lucidez atrajo a muchos al Alto de Santo Emiliano (límite entre los concejos de Langreo y Mieres), donde se formó el Sindicato de Obreros Mineros Asturianos (SOMA). Entre los más precoces en entrar a la mina estaba un niño de 10 años, al que Llaneza bautizó como 'El Guaje'.
Aquellos hombres y mujeres que fueron organizándose vieron cómo en 1917 estallaba una gran huelga en España, a la cual se unieron todos de inmediato. La huelga general fue un fracaso, pero los mineros asturianos -entre ellos, 'El Guaje'- se dieron cuenta de que los únicos que habían resistido hasta el final habían sido ellos. Por primera vez, los asturianos sintieron que eran los únicos capaces de mantener su palabra hasta sus últimas consecuencias.
Una vez reprimida la huelga y encarcelados sus líderes, algunos otros tuvieron que huir para protegerse y sobrevivir junto con sus familias.
Cuando pudieron regresar, en 1919, Llaneza propone al «duro» del SOMA, un tal Belarmino Tomás (que era el nombre real de aquel 'Guaje') para presidir el sindicato. En octubre de ese año, bajo su presidencia, se logra la conquista laboral más grande en la historia del SOMA: la jornada de siete horas en el interior de la mina, lo que hace declarar a Manuel Llaneza: «Esta conquista es el triunfo más grande alcanzado por el obrero minero, no sólo de Asturias y de España, sino del mundo entero».
En aquel momento, a su 27 años, Belarmino Tomás comentaría para sus adentros que «todo se puede». Años antes, había logrado conquistar a Severina, una joven muy guapa y muy disputada, hija de pequeños propietarios rurales, a quien cortejaban muchos jóvenes. Muchos años más tarde, Severina, ya viuda y a miles de kilómetros de distancia, decía a sus nietos: «Era feísimo, pero tenía un sé qué.».
Tanta lucha en toda España de aquellos sin nombre llevó a que se convocase un referéndum para saber si el Rey seguía en el poder o abdicaba y se instauraba la República como forma de gobierno. La decisión fue clara: Alfonso XIII, abuelo del actual Rey de España, tuvo que irse a Italia y en España se instauró la II República el 14 de abril de 1931. Por cierto, el himno de esa República lo compuso un asturiano: el general Riego.
Aquel 14 de abril de 1931 fue el día de los sueños en España. Habría democracia política y económica, el Estado estaría con las mayorías, la Iglesia Católica se dedicaría a su papel pastoral y los militares dejarían de proteger esos intereses. Las primeras elecciones fueron ganadas por la izquierda; las segundas, por la derecha en 1933. Hasta que, de regreso del congreso de Nuremberg, con Hitler y con el fascista austriaco Dolfus, que reprimiría violentamente a los socialdemócratas austriacos, el líder de la derecha española, José María Gil Robles, declara el 15 de octubre de 1933 en Madrid: «Necesitamos el poder íntegro, y eso es lo que pedimos. La democracia para nosotros no es un fin, sino un medio. Llegado el momento, el Parlamento o se somete o lo hacemos desaparecer».
Preocupados ante al ascenso del fascismo en Europa y después de estas declaraciones, aquellos miles y miles de trabajadores, sus organizaciones políticas y sindicales, se prepararon para un ataque a la República por parte de la derecha. El 5 de octubre de 1934 declaran una huelga general en toda España para frenar esas intenciones. Pero de nuevo fracasa y, una vez más, dejan solos a los asturianos. Reunidos en la plaza de Sama, Belarmino Tomás habla desde el balcón y se ofrece a ir solo a Oviedo a negociar la rendición. Quería evitar la brutal represión que habría si entraban aquellos 23.000 hombres fuertemente armados y con el ejército moro al frente.
Y el 'feu' del que más adelante hablaría Severina se armó de avalor y se presentó solo en Oviedo ante el general López Ochoa, al que en pleno cuartel le espetó: «Antes que nada quiero decirle que esta conversación es de general a general: usted es el general del ejército y yo, el de los revolucionarios». La brutal represión que siguió a tal conversación por parte de las tropas del general Francisco Franco (el pueblo asturiano fue masacrado a pesar de lo pactado) hizo reflexionar a 'El Guaje', que acabaría con sus huesos en la cárcel. Por segunda vez en su vida, a los asturianos los habían dejado sólos, algo que no olvidaría nunca, ni él, ni Amador Fernández, ni todos sus compañeros. Porque esta lucha no era de un hombre, sino de toda una generación ejemplar hoy olvidada...
Celebradas las terceras elecciones democráticas de la II República, en febrero de 1936 vuelve a ganarlas la izquierda, y salen de la cárcel los principales dirigentes, entre ellos, 'El Guaje' Belarmino. Por supuesto, esto era demasiado para que los dueños de siempre lo soportaran. Así que el 18 de julio de 1936, un general se levantó en armas contra el Gobierno legítimamente constituido.
Ante el golpe militar, los gobiernos de toda España se convierten en consejos provinciales. En nuestra región, en concreto en Gijón, se constituye el Consejo Interprovincial de Asturias y León, que a la larga sería el último órgano legal de la II República. Por decisión de todas las fuerzas políticas que habían ganado los elecciones, nombran presidente de dicho Consejo a Belarmino Tomás, que, con catorce dirigentes más, como Amador Fernández, Juan Amboau, Segundo Blanco, González Peña y Rafael Fernández, como parte de una ejemplar generación de asturianos con mayúsculas, se encuentran en Gijón ante dos grandes retos: gobernar Asturias y defenderla de los ataques por tierra, mar y aire de los militares sublevados. El ejército franquista, con su acorazado 'Cervera', bombardea la ciudad de Gijón desde la playa de San Lorenzo y la alemana Legión Cóndor lleva a cabo con sus aviones lo que luego sería el primer ensayo antes de la Segunda Guerra Mundial.
Fue así cómo se formarían los milicianos y se harían los refugios para llevar a cabo una estrategia de guerra que durante casi 500 días mantendría el Gobierno de Asturias. Durante ese tiempo, se reorganizaría el orden público y la economía, hasta el punto de imprimirse papel moneda y establecerse un sistema postal ejemplar. El 27 de agosto de 1937, ese pueblo heroico y aquellos dirigentes que habían sentido en carne propia cómo en 1917 y en 1934 les habían dejado solos, al estar a 200 kilómetros de las instituciones republicanas, deciden (no como otros pueblos de España, que apelan a la independencia de sus regiones con actos celebrados siglos atrás por aristócratas y reyes) declarar, junto con los trabajadores asturianos y como medida de supervivencia pura y dura, la soberanía de Asturias. Para ello, se dirigen directamente a la ONU y le piden que pare a la aviación fascista alemana, puesto que, de lo contrario, matarían a los rehenes que tenían en un barco como medida de autodefensa.
Así, al pueblo asturiano, a los trabajadores, a esa generación curtida durante medio siglo, no le tembló el pulso a la hora de defender la II República hasta el final.
«Allí, Carlitos, en el edificio número 3 de la calle de San Bernardo, se desarrollo todo». Nicanor y su nieto se levantaron y siguieron su camino. Lola los esperaba para cenar.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Los libros vuelven a la Biblioteca Municipal de Santander
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.