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Un edificio monumental
SERGIO BARRAGÁN PINTOR Y ARQUITECTO

Un edificio monumental

En su estudio se entrelazan el arte y la técnica y se perfilan los nuevos rumbos que combinan la figuración y la abstracción. Es arquitecto y pintor. O, mejor, pintor y arquitecto. Su próxima obra, una exposición de óleos en la cuna del mármol: Carrara

ALBERTO PIQUERO

Sábado, 26 de marzo 2011, 04:09

Es como un ciclón, si acaso los vientos huracanados pueden viajar en varias direcciones a la vez. A los seis años recibió su primer diploma, entregado por el Ayuntamiento de Madrid a un dibujo que tenía como motivo a los dos grandes personajes cervantinos y universales, Don Quijote y Sancho Panza, y Sergio Barragán (Zaragoza, 1958) ofrece la impresión de que pudiera desfacer tantos entuertos como Alonso Quijano. Por cada pregunta, responde con respuestas plurales y entrecruzadas, de modo que no resulta extraño que confiese en un momento dado que pinta sus cuadros de cinco en cinco. No podría ser de otra manera. Se excusa acudiendo al recuerdo de un catedrático de la Escuela de Arquitectos de Madrid por el que profesa admiración, Francisco Javier Sáenz de Oiza, ya fallecido.Según relata, podía comenzar una lección hablando de la cimentación de los edificios para desembocar en la proyección de la sombra de un alfiler. Sin embargo, no tiene empacho en admitir que con Moneo «me dormía». Su temperamento se le asoma cuando tras intentar en vano en cincuenta o cien ocasiones poner el punto final en la pintura de un lienzo, no logra que la mano sea lo suficientemente fiel al pensamiento. «Otras veces sale a la primera». Pero todo cuanto expresa lo hace con enorme sencillez, sin que haya el más mínimo atisbo de retórica. Ahí se parece al Licenciado Vidriera, de nuevo en tierras cervantinas. La desmesura es por completo limpia y transparente. Del mismo modo que evoca a Sáenz de Oiza, podría haber asumido -y asume- la herencia recibida de su padre, el ingeniero de caminos, premio nacional en su especialidad e inventor Manuel Barragán Sebastián. Él mismo quiso probar la suerte en esa rama universitaria, pero pronto comprendió que la pintura y la arquitectura -por este orden- eran la verdadera llamada. Y en eso está ahora, porque prepara la exposición de sus cuadros en los Giorni D'Arte de Carrara, del 9 al 17 de abril, de la mano de la galería Javier Román. Nacido en Aragón, la familia se trasladó a Madrid cuando Sergio Barragán contaba cuatro años. Y en la capital de España transcurrieron tres décadas más -con temporadas en la verde Irlanda incluidas-, que configuraron su formación como pintor y arquitecto, hasta que se le cruzó el destino amoroso asturiana -el vínculo se rompería después- y se afincó en Gijón.El currículum que posee y que ya había alcanzado cotas cimeras en Madrid es tan impresionante como inabarcable en realizaciones arquitectónicas. Baste mencionar a modo de pincelada -lo que viene muy al caso- que su firma ha rubricado en el Principado la remodelación de la Universidad Laboral, del Teatro Jovellanos o del nuevo Centro de Interpretación de Tito Bustillo. Pintor, arquitecto y empresario, en el lugar en el que recibe a EL COMERCIO, el estudio Barragán y asociados, entrelaza las tres dedicaciones. Y así es, en efecto, a salvo de los cuadros que ya ha remitido a Carrara, pero de los que existen reproducciones fotográficas en un enorme panel. ¿Y cómo lo combina todo? El secreto, dice, es «trabajar a tres turnos», lo que elimina de un plumazo el sueño, o lo reserva para soñar despierto. En lo que respecta a la posible incompatibilidad entre la libertad creativa y las exigencias restrictivas empresariales y contables, señala la sabiduría de la ingeniera asociada y directora de programas: Noelia Mendes, quien asiste a la conversación y sonríe amablemente.Los títulos de los lienzos que se expondrán en Carrara orientan acerca de las líneas que inspiran estas obras: 'Constructivismo', 'Deconstrucción', 'Ensueño geométrico', 'Improvisación', 'Inteligencia', 'Neoconstructivismo'... ¿La imaginación es una libertad pictórica primordial? «Entiendo la imaginación como sentimiento», replica. Lo que ya se adivina -energía incesante- es la nueva etapa pictórica en la que se está introduciendo, que titula 'De la figuración a la abstracción', y de la que existe un primer ejemplo colgado sobre el tabique bajo el que germinan tres plantas exóticas, un aloe vera, un tronco de Brasil y un cactus; en la pared aledaña a la ovalada mesa de trabajo: un desnudo femenino. En otro extremo, sobre un armario repleto de libros y documentos, la maqueta del castillo bávaro de Neuschwanstein, que sirvió de modelo a Walt Disney para dibujar su correspondiente en 'La bella durmiente'. El rigor no riñe con las pequeñas fantasías.Barragán defiende que «la pintura abstracta no tiene nada que ver con la figuración». Aboga por Gustav Klimt y asegura haber contemplado hasta la extenuación la película protagonizada por John Malkovich. Y abomina de la propensión actual que hace intervenir constantemente a los ordenadores en el proceso artístico: «No se puede perder la mano». De Van Gogh -que opone a Rembrandt-, destaca «la autenticidad cromática, tan diferente a la producción 'industrial' que ahora se estila». Y yendo a los orígenes, a las pinturas rupestres -no olvidemos su intervención en Tito Bustillo-, considera que «con la luz de que disponían, sólo iluminados por el fuego, aquellos artistas han plasmado realizaciones extraordinarias. Eran esenciales y usaban los pigmentos que ellos mismos creaban». No descarta explorar esa última vertiente, a la búsqueda de sus propios recursos. De Picasso, se reserva alguna objeción: «No me gusta todo lo que ha hecho».Pero, sin solución de continuidad, proclama que «fue un genio mayor». Pudo ver con sus ojos los retratos menores que el genial malagueño compuso del marido de La Chunga -vecinos suyos, en Madrid-. «Con tres colores primarios y cuatro trazos configuraba un rostro y una expresión por completo vivos. Eso es saber pintar». De la devoción picassiana da fe su interpretación del cuadro titulado 'La cocina', originalmente en blanco y negro, que Sergio Barragán ha dotado de policromía. Al lado, su 'Autorretrato', que deja entrever la complejidad y el espíritu diáfano -no hay contradicción- del pintor y arquitecto, geometría de color. En páginas de hace algún tiempo, declaró a EL COMERCIO que «la profesión de arquitecto es muy dura, como ascender a un 8.000». Y se reitera en que la pintura es «mi alimento espiritual». Tampoco hay duda de que Sergio Barragán mismo es un edificio monumental.

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