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PACHÉ MERAYO
Domingo, 6 de febrero 2011, 03:08
El reciente hallazgo bajo las capas de pintura del primer retrato que Goya realizó a Jovellanos, donde las técnicas modernas de restauración han hallado a una joven y misteriosa mujer, que parece haber pertenecido a la nobleza dieciochesca, lleva la mirada casi inevitablemente a la segunda obra en la que el de Fuendetodos consolidó el gesto del prohombre asturiano y actor principal de la ilustración española. No se sabe si subyace detrás de sus pinceladas otro cuadro desechado por Goya, algo habitual en el primer periodo de su trayectoria, pero eso no merma los múltiples enigmas que, estudio tras estudio, han ido desvelando los investigadores. Sin ser el retrato oficial de Jovellanos, habla profundamente de su personalidad, de sus pasiones y hasta de aquello que critica. Por él pagó en 1798, 6.000 reales. Desde 1974 está en el Prado, pero se espera que vuelva salir de sus dependencias para venir a Gijón y ser la estrella de la exposición que el 15 de abril abre sus puertas en el Palacio Revillagigedo y el Museo Casa Natal. Su traslado ya ha sido solicitado desde la Sociedad Estatal de Acción Cultural (denominación actual de la anterior Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, del Ministerio de Cultura) al Museo del Prado.
Pero la aprobación del préstamo aún no ha llegado. «Estamos en ello», manifestaba escuetamente Marcelo Santori, coordinador en Madrid de la exposición, que en Asturias cuenta con cuatro profesores de la Universidad de Oviedo, todos vinculados al Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, como sus expertos comisarios. Empezando por su director, Álvaro Ruiz de la Peña, que pone la doctrina literaria al servicio de la causa; la filóloga Elena de Lorenzo, también experta en Literatura; el profesor de Historia Económica Joaquín Ocampo Suárez-Valdés y el catedrático de Geografía Ramón Alvargonzález.
Si, finalmente, la respuesta de la principal pinacoteca nacional -que tampoco ha querido manifestarse sobre la decisión- es afirmativa, el magnífico segundo retrato de Goya a Jovellanos visitará Gijón por segunda vez. Ya lo hizo en 1998, no en el Revillagigedo, sino en el entonces casi recién remodelado Centro de Cultura Antiguo Instituto. Situado en la misma sala que el retrato de la Condesa de Chinchón, otro de los tesoros del aragonés, y muy cerca del gesto displicente de Godoy -primero aliado, luego enemigo de Jovellanos-, su impresionante luz oblicua y sus maestras pinceladas fueron un auténtico encuentro con la belleza. Pero hay mucho más en este cuadro.
1. El encargo
De 255 centímetros de alto por 133 de ancho, este bello retrato fue encargado en 1798 para conmemorar el nombramiento del ilustrado como ministro de Gracia y Justicia. Precisamente para celebrar los 250 años transcurridos desde aquel título se dejó contemplar en Gijón, en una exposición extraordinaria de lienzos de Goya, que reunió el director de la Real Academia de Historia, Gonzálo Anes, a petición del entonces vicepresidente primero del Gobierno, Francisco Álvarez- Cascos.
2. La rúbrica de Goya
Firmado en los papeles que soporta en su mano derecha, con un explícito 'Jove-Llanos por Goya', culmina, según los especialistas, el llamado retrato intelectual goyesco, cargado de símbolos. En palabras del historiador Juan J. Luna, revela en cada una de sus marcas la profunda preocupación de Jovellanos, al que «describe con una hondura psicológica», sólo propia de un artista genial como Goya.
3. La pose de Jovellanos
Javier González Santos, autor del libro 'Jovellanos, aficionado y coleccionista', va más allá y asegura que este cuadro en el que el prócer aparece melancólico y pensativo, apoyando su rostro sobre la mano izquierda, es «el retrato autobiográfico de alguien que, abatido y desencantado por la estéril labor frente al ministerio, apuesta decididamente por el papel de la educación como regeneradora del orden social y garante de la justicia, la libertad y el progreso de los pueblos».
Todo eso cuenta este retrato de Jovellanos y lo hace casi de modo íntimo. Al parecer, no pretendía el modelo convertir este magnífico lienzo en una representación oficial. De hecho, la manera en el que va vestido, impropia para un caballero de la época que va a ser retratado, y menos si se trataba, como era el caso, de un ministro, hace reparar en este punto, que unido a la carga en profundidad que emiten sus muchos mensajes subliminales llevan a pensar que fue un encargo para disfrute privado.
4. La presencia de la diosa
Uno de esos mensajes aparece a la izquierda de Jovellanos, en la llamativa presencia de Minerva, diosa de la sabiduría y protectora de las artes, que explicita la relación del prócer con estos conceptos. Según González Santos, es una de las claves esenciales del cuadro «que había pasado inadvertida». Recuerda el profesor de la Universidad de Oviedo y miembro también del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, que el modelo de estatua al que recurre Goya, una variante del 'Atenea Parthenos de Fidias', escultor griego del siglo V antes de Cristo, «guarda cierto parentesco con una estatuilla de mármol del escultor italiano del fines del siglo XVIII, Carlo Albacine.
5. El escudo del Instituto
A la presencia Minerva se suma el detalle sobre el que Goya, probablemente atendiendo al reclamo de Jovellanos, hace reposar la mano izquierda de la escultura. Si se amplía la imagen de manera excepcional se puede contemplar bajo esa extremidad el escudo del Real Instituto Jovellanos, que reposa, finalmente en la mesa. Dicho escudo, recuerda González Santos, fue creado por el pintor madrileño Luis Paret y quedó grabado para la historia por Blas Ametller, en 1794.
6. Los papeles y las plumas
En la misma mesa en la que reposan Minerva y el emblema del instituto jovellanista, Goya despliega varios papeles y plumas, que, junto a la carta que sostiene Jovellanos en la mano, símbolo de su actividad intelectual, «indicarían la frenética labor del político». Otros retratos de ilustres personajes ponen más hincapié en el gesto, los ropajes o el escenario. Goya se centra en la personalidad y lo hace con estos singulares detalles.
7. El capricho de la razón
Es sabido que la relación entre Goya y Jovellanos era muy estrecha, como lo es también que el político era un apasionado de las artes en general. Céan Bermudez, su ayudante y gran amigo, escribe en las 'Memorias para la vida de Jovellanos', la primera biografía impresa (1814) del intelectual: «No es de extrañar que alguien tan instruido en las Ciencias como don Gaspar de Jove Llanos, lo estuviese también en las bellas artes». Esta verdad parece estar detrás de otra de las claves de su bello retrato.
Aquella que interpreta su postura de abandono y ensoñación como una personalización del famoso capricho de Goya 'El suelo de la razón produce monstruos'. «La actitud pudo ser sugerida por el propio retratado o bien derivar de una estampa francesa de una colección de modelos alegóricos del comportamiento humano que Goya conocía perfectamente», explica González Santos.
8. El precio del siglo XVIII
Se sabe de puño y letra del propio Jovellanos que llegó a pagar por este retrato 6.000 reales de 1798. Pero lo que se preguntan algunos es si con esa cantidad, realmente abultada para la época, abonó también el ilustrado algunos otros encargos hechos a Goya. El autor de 'Jovellanos aficionado y coleccionista' cree que, posiblemente, el retrato de Saavedra, «pintado por esas fechas», entrara en ese importe.
9. El valor del siglo XXI
Se cree que este cuadro pasó por diferentes manos hasta llegar en la década de los setenta al Estado. No se sabe lo que entonces se pagó por él, pero sí que años más tarde, la Condesa de Chinchón llegó a las colecciones del Prado tras abonar 3.000 millones de las viejas pesetas. Por el primer retrato de Jovellanos, el que permanece en el Bellas Artes de Asturias, se pagaron 500 millones, también de pesetas. Pero nadie sabe el valor que en la actualidad podría tener éste segundo, infinitamente mejor.
10. La historia
Tras su encargo a Goya y a la muerte de Jovellanos fue legado por disposición testamentaria a Arias Saavedra, en su familia permaneció varias generaciones. En 1877 se propone su venta al Prado, que es rechazada. En consecuencia el cuadro acabó en poder del anticuario madrileño Mariano Santamaría, de cuya colección pasó a la duquesa de las Torres. Más adelante fue de la vizcondesa de Irueste y a sus herederos se lo compró el Ministerio de Educación en 1974, destinándolo al Museo del Prado.
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