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J. R. ENGUITA
Domingo, 19 de diciembre 2010, 13:45
Pocas veces una trayectoria política, sobre todo la de quien tuvo protagonismo en los convulsos años 30 del pasado siglo, concita tantos elogios desde todas las fuerzas del espectro político como la de Rafael Luis Fernández Álvarez. El primer presidente autonómico del Principado, fallecido ayer en su domicilio de Oviedo a los 97 años de edad, fue puesto, por parte de representantes de todos los partidos y de los más diversos ámbitos de la sociedad asturiana, como ejemplo de la reconciliación que supuso la Transición española. Un espíritu que Fernández encarnó como nadie tanto por su prudencia como por su talante negociador y dialogante, según coinciden quienes trabajaron con él, tanto desde sus propias filas como desde otras formaciones políticas, en la puesta en marcha de la comunidad autónoma asturiana hace ya tres décadas.
Nacido en Oviedo el 17 de septiembre de 1913, era hijo de un obrero de la Fábrica de Armas y de una mujer que servía comidas en la plaza de El Fontán. Estudió Derecho en la Universidad de Oviedo y amplió sus estudios sobre Economía Política en Bélgica. Estuvo casado con Purificación Tomás, con quien tuvo cinco hijos y de la que enviudó en 1990, y volvió a contraer matrimonio hace catorce años con Belén Torrecillas. Aquejado en los últimos años de la enfermedad de alzheimer, aún conservaba un cargo honorífico, la Presidencia de la Federación Socialista Asturiana.
Rafael Fernández fue testigo de excepción de gran parte de la historia del socialismo asturiano. Inició su militancia muy joven, a la edad de 17 años, en las Juventudes Socialistas, organización de la que llegó a ser secretario general en 1932. Vivió muy de cerca los tumultuosos acontecimientos que sacudieron a su partido y a toda España en esos años, señaladamente la revolución de octubre de 1934 en Asturias y la Guerra Civil. Uno de los más destacados dirigentes de la FSA en aquella época, Belarmino Tomás, se convertiría en su suegro cuando, ya iniciada la contienda, se casó en Gijón con su hija Purificación, en abril de 1937. Un matrimonio que representaba en sí las tensiones políticas de la época: «Rafael estaba en la línea más largocaballerista, mientras que Pura se adscribía más a la de Indalecio Prieto», relataba ayer el eurodiputado Antonio Masip, uno de los dirigentes socialistas que tuvo un trato más cercano con el matrimonio Fernández-Tomás durante la Transición y los primeros años de la democracia.
En una Asturias que pronto quedaría aislada de la zona en la que se mantenía el Gobierno de la República, Belarmino Tomás se convirtió en el máximo responsable de gobernar la región, siendo presidente del Comité de Asturias del Frente Popular, del Consejo Interprovincial de Asturias y León y del sucesor de este último organismo, el Consejo Soberano de Asturias y León, constituido el 25 de agosto de 1937 y que acuñó su propia moneda, conocida popularmente como los 'belarminos'. Rafael Fernández fue esos años directo colaborador de su suegro, como consejero de Hacienda primero y, tras crearse el Consejo Soberano, como titular de Interior, permutando su cargo con el dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas Luis Roca de Albornoz.
Derrota y exilio
El 20 de octubre de 1937, con la Brigada Navarra del general Solchaga a las puertas de Gijón, el Consejo Soberano celebra su última reunión y decide la evacuación inmediata por vía marítima. Rafael Fernández parte hacia Francia, pero volvería a España a través de Cataluña para continuar participando en la guerra.
La toma de Barcelona por las tropas franquistas a finales de enero de 1939 marca el principio del fin de la Guerra Civil y también el del exilio para la familia del dirigente socialista asturiano, que junto a su mujer y su primer hijo, de apenas unas semanas de vida, formó parte de la marea humana que esos días se dirigió a la frontera francesa para huir del nuevo régimen que se iba a implantar en España. La huida resultó trágica: los Fernández se perdieron en la línea de la frontera, no contaban con los alimentos adecuados para un bebé, y el niño murió poco después de alcanzar el país vecino.
Tras permanecer en un campo de refugiados francés, Rafael Fernández y Purificación Tomás se marchan a México, donde empiezan una nueva vida en el exilio. Él desempeña varios empleos y se mantiene alejado de la vida política, mientras que ella sí que continúa con cierta actividad, como la edición de una revista feminista. En Ciudad de México tienen un restaurante, 'El Hórreo', con los dos hermanos de Pura, Cursicino y Agripino.
Allí reciben a principios de los setenta la visita de Felipe González, entonces un joven sevillano empeñado en la reconstrucción del PSOE, aun cuando todavía no había accedido a la Secretaría General del partido. Consiguió convencer a Rafael Fernández de que volviese a implicarse, después de más de treinta años, en la actividad política y el ovetense presidió un congreso de la Unión General de Trabajadores en Toulouse, en el que los partidarios de González se impusieron a los de Rodolfo Llopis, al igual que sucedería en el partido entre los congresos de 1972 y 1974.
Después del conocido cónclave de Suresnes en el que el dirigente sevillano se convierte en líder de los socialistas españoles, Fernández vuelve a Asturias a tratar de reconstruir la formación en la región, contactando con dirigentes como Emilio Barbón o el que luego sería alcalde de Laviana Pablo García. Tras algunos viajes puntuales tanto de Fernández como de su mujer, deciden comprarse una casa en Oviedo y se trasladan definitivamente en 1976.
Senador y presidente
A sus 63 años, el dirigente socialista inicia una segunda y prolongada etapa de vida pública, la que le haría pasar a la historia de Asturias como primer presidente del Principado. Su primer cargo electo, no obstante, sería de ámbito nacional: senador en las Cortes constituyentes. Se presentó a las primeras elecciones democráticas, en junio de 1977, no bajo las siglas del PSOE, sino en una coalición denominada Por un Senado Democrático, que presentaba también a Atanasio Corte, de Izquierda Democrática, y a Wenceslao Roces, del PCE, y que resultó triunfante en las urnas.
A raíz de esos comicios se organiza, en las dependencias de la Diputación Provincial, la Asamblea de Parlamentarios Asturianos, de la que formaban parte los diez diputados (Dolores Ibárruri, 'La Pasionaria', entre ellos) y los cuatro senadores electos, y de la que se decidió por consenso que presidiera Fernández. Este organismo enlaza con el Consejo Regional de Asturias, que en 1978 se convirtió en el Gobierno preautonómico de la región, y que también presidió el dirigente socialista.
Durante esos años de elaboración de los primeros estatutos de autonomía se dio una bicefalia de órganos de poder en Asturias entre el Consejo Regional y la Diputación Provincial, en manos de UCD a través de Agustín José Antuña. Pero con la aprobación del Estatuto (el 30 de diciembre de 1981) se determina que esta última se integrará en la recién nacida comunidad autónoma. El primer gobierno de la misma debía salir de la votación que al efecto celebrase la Junta General del Principado, denominación histórica que se recuperó para el primer Parlamento autonómico, que se constituyó el 6 de marzo de 1982, con representación proporcional a la que los distintos partidos habían obtenido en las elecciones de 1979.
Ningún grupo tenía mayoría absoluta y la negociación no fue fácil. Según rememora Antonio Masip, «el PSOE era la minoría mayoritaria, pero necesitaba del PCA para superar a la unión de UCD y Alianza Popular. En Madrid no querían que formásemos un gobierno conjunto con el Partido Comunista, pero Gerardo Iglesias y Víctor Zapico bloqueaban el acuerdo si no tenían representación en el Ejecutivo». Al final, prosigue el eurodiputado, «se llegó a un arreglo en casa de Veneranda Manzano, que había sido diputada socialista en la República y que tenía muy buenas relaciones con el PCE en el exilio. Allí tomaron un café Rafael Fernández y Horacio Fernández Inguanzo, y llegaron al acuerdo de que el PCA tendría un consejero, en vez de los dos que pedía». El 19 de mayo se forma el primer Gobierno autónomo del Principado de Asturias, con Rafael Fernández como presidente.
Para las primeras elecciones autonómicas democráticas, sin embargo, la FSA apostó por la renovación y eligió como cabeza de lista a Pedro de Silva. Fernández dejó paso a las nuevas generaciones pero siguió presentándose a todas las elecciones al Senado hasta 1996, saliendo siempre elegido, incluso en ese última año, en que la victoria fue para el PP. En 2000 dejó su escaño en la Cámara Alta y puso fin con ello a una de las principales trayectorias políticas del siglo XX en Asturias.
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