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JOSÉ ÁNGEL CAPERÁN
Viernes, 12 de noviembre 2010, 03:26
Quién no ha sentido miedo al comenzar cualquier proyecto laboral o al tomar una decisión difícil? Es absolutamente normal sentir miedo ante un resultado que no podemos predecir al cien por ciento. Uno se inspira en algo y se ve a sí mismo viviendo lo que al principio es un sueño. Con esta idea latente comienza a estudiar y profundizar para que el sueño se torne en visión y la visión en objetivo. Sin embargo, siempre hay miedo, pero lo que en Nueva York es riesgo, aquí se torna en temeridad. Además, tenemos un extra dramático que no es más que la vulnerabilidad, casi genética, que tenemos ante las opiniones de la gente: mi padre, mi madre, mi amigo funcionario y la vecina de arriba. Estas personas pertenecen a otro paradigma, el del trabajo para toda la vida, agua pasada.
Hoy en día, debemos ser ya conscientes de que nace un nuevo paradigma, que es el del cambio continuo y el de la responsabilidad individual. Políticamente incorrecto. ¿Cuántas buenas ideas se han ido al garete tras comentarlo con nuestros padres? La respuesta habitual era -ay, hijo dónde te vas a meter.; mira Fulanito, que se colocó en el Ayuntamiento y vive como un rey-. Tras estas conversaciones, el 95% de los inminentes emprendedores vuelven a estudiar sus eternas oposiciones.
Un padre no puede sentir que su hijo es un perdedor por no tener un trabajo fijo o por no poder vivir y trabajar en su ciudad natal; sin embargo, lo siente. En la cultura anglosajona, el individuo es dueño exclusivo de su vida y de la consecuencia de sus decisiones desde que se va de casa terminada la adolescencia. Hace unos días, escuchaba en la radio testimonios de la llamada 'generación perdida'. Se llama así a los actuales treintañeros sobrecualificados que no encuentran un empleo acorde a su preparación académica y han de conformarse con trabajos de nivel inferior. Escuchando una tras otra las quejas, lamentaciones y reproches, yo me preguntaba: este chico o esta chica, con dos carreras universitarias., ¿cómo es posible que tras haber invertido tanto tiempo aprendiendo, se supone, no hayan sacado una idea para sobrevivir por ellos mismos? ¿Para qué sirve una carrera? ¿Acaso es una mera licencia para superar un proceso de selección de personal?
No puede uno ir a la universidad como quien va al instituto. Debe haber un aprendizaje significativo, es decir, cada cosa que escucho en clase, cada cosa que leo en una bibliografía, lo vinculo a una idea inicial, quizá al principio idealista, pero clase a clase, curso a curso, el proyecto va cogiendo forma, corrigiéndose y reinventándose hasta acabar con un proyecto final de carrera que se convierta en mi idea a punto de caramelo. El problema de la universidad no son los medios ni los profesores; el problema es la actitud y la motivación con la que un estudiante acude a las aulas. El instituto y la universidad están demasiado cerca en el tiempo, se debería trabajar antes, en cualquier cosa, un par de años por lo menos, para que desapareciera el infantilismo que impera actualmente en los adolescentes tardíos; una especie de Servicio Laboral Obligatorio. No esperemos que un niñato de Bachillerato se convierta en un emprendedor de un año para otro.
Hemos educado y fomentado una juventud narcotizada, que vive como adultos sin merecerlo, es decir, gastan como adultos sin tener sueldo y exigen derechos como adultos sin tener deberes. Un ingeniero recién titulado, de 28 años, con su padre sujetándole la carpeta y presentando a su hijo en una entrevista de trabajo, ante la pregunta: «¿cuánto quieres ganar?», responde: «yo no he estudiado siete años para ser mileurista, me imagino que, para empezar, andaremos por unos 1.500 limpios, ¿no?». El padre asiente con la cabeza. Le estaban ofreciendo una beca universitaria de 450 euros.
Otro problema es tomarse la Universidad como una segunda parte del Bachillerato: «sigo estudiando porque si no qué otra cosa voy a hacer». Cualquier ratón de biblioteca puede obtener un título universitario; siendo un buen memorizador, podrá finalizar el 95% de las carreras universitarias actuales.
Me encuentro con padres destrozados por ver cómo sus ejemplares hijos y eternos estudiantes no encuentran trabajo y caen una y otra vez en reproches del tipo: «¿Quién te mandaría estudiar eso que no tiene futuro?». Deberían preguntarles: «¿Es que no has aprendido nada?». Hace 20 años, cuando un título universitario era respetado, los mediocres eran conscientes de ello y sabían sacarse las castañas del fuego antes de perder el tiempo. Hoy en día, los mediocres no saben que son mediocres, nadie les dice nada, nadie les dice que, si no están aprendiendo, lo deben dejar; mejor dicho, si no se les ocurren nuevas ideas en la Universidad, mejor dejarlo. A los enfermos de 'titulitis' (dícese del síndrome de la inflamación de los títulos) se les permite acumular cursos y cursos sólo porque creen que tendrán más derecho que nadie a trabajar. Los padres no se atreven a llamar mediocres a sus hijos ni los académicos han logrado encontrar un método de evaluación del aprendizaje que valore la innovación y motivación por encima de la capacidad memorística. Si uno estudia y estudia, se pasa horas y horas escuchando y leyendo sobre un tema que le interesa, y no es capaz de visualizar un proyecto laboral que dependa exclusivamente de su esfuerzo y de su valía., apaga y vámonos.
Ante este vacío de ideas sé consciente de que se está produciendo una criba silenciosa; si no la ves, será el mercado el que te la mostrará en toda su crudeza.
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