![La tragedia de ser soso](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/pre2017/multimedia/prensa/noticias/201009/23/fotos/4607144.jpg)
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JOSÉ ÁNGEL CAPERÁN
Jueves, 23 de septiembre 2010, 05:14
Si han pensado alguna vez en destacar en algo y no lo han consiguido quizá no fuera por no ser el mejor, sino porque no han sabido esconder con otras virtudes su mediocridad. Distingamos claramente entre ser persona y ser personaje. Rafa Nadal es, sin lugar a dudas, un personaje. Quizá no es técnicamente el mejor tenista de la historia, título que debe recaer en Federer, sin embargo, suple esta carencia con una megavirtud que es su espíritu de lucha. Una persona carismática, es decir, un personaje, es aquel que puede tener sólo una cualidad positiva, pero que está tan desarrollada que ensombrece cualquier defecto convirtiendo en sobresaliente cualquier cualidad notable.
En la misma semana que Nadal conseguía el Open USA, el antihéroe Pedro Martínez de la Rosa era apartado de Sauber simplemente por tener menos tirón que un bañador de franela. Sin duda que el bueno de Pedro es un gran piloto, extremadamente educado y buena persona, pero en algo se equivoca: De la Rosa ha elegido un deporte que es un espectáculo. Hoy en día, todos los deportes profesionales son espectáculos y si no llegan a serlo mueren. Si tomas la decisión de entrar en el 'show business' de la Fórmula 1 has de ser un 'showman' o, por lo menos, no intentar evitarlo. En esto Alonso y Hamilton escribieron el guión de un 'culebrón' con dimes y diretes que hizo alcanzar los máximos niveles de audiencia y atraer a los patrocinadores hacia ellos. Era casi la revancha de la batalla de Trafalgar, divertidísimo. Después de tanto dinero y tiempo invertido en hacerse un hueco en este mundillo, Pedro obvió que no todo es pilotar. Hay que crearse un personaje, hay que ser único, tienes que provocar odios y amores en la misma intensidad. Quizá esto no se enseña en los entrenamientos, pero cuando uno entra en el espectáculo deportivo debe saber que su supervivencia dependerá en gran medida de las emociones que despierte.
Sin embargo, nos encontramos con ejemplos en el deporte cuyo carisma poco tiene que ver con sus resultados deportivos, pero sí con su habilidad publicitaria: Kournikova era al adalid del carisma ajeno a los resultados. Para lograrlo, a veces no hay siquiera que hablar. Su físico lo dice todo. Si no no se explica que una tenista que su máximo éxito fue llegar a ser la séptima del mundo se haya convertido en una leyenda y todavía hoy, ya retirada, esté patrocinada por Adidas. Asimismo, poca gente recuerda que Carlos Moyá fue número uno del mundo. Sólo nos acordamos, y esto le ha salvado, del nombre de sus famosas novias y de su imagen de surfero de Santa Mónica, suficiente para que Nike siga contando con él aun hundido en la clasificación mundial. John McEnroe es el tenista más carismático de la historia, no por sus resultados, que fueron muy buenos, sino porque su mayor cualidad fue siempre ser odioso. Pero, ¡ojo!, era el tenista más detestable de la historia. Recuerden que si tienen una cualidad que pueden hacerle ser 'el más' de la historia, explótenla al máximo si ustedes quieren ser una leyenda. Comparen al engreído por excelencia, Jorge Lorenzo, y al niño bueno, Dani Pedrosa. ¿Quién tiene más tirón? No hay comparación posible, Lorenzo es un personaje poderoso; el insípido Pedrosa es sólo una bella persona. ¿Injusticia? No, estrategia.
Si sólo nos dedicamos a ser personas, habrá gente que nos querrá mucho y poca o ninguna gente que nos odiará, pero el quid de la cuestión es que habrá una abrumadora mayoría para la que seremos indiferentes, invisibles. Si un deportista, un artista o un político quiere convertirse en un personaje, tener carisma y, tocando el cielo de la imagen, ser incluso una leyenda, ha de provocar una intensa emoción -da igual negativa que positiva- en la mayoría de la gente. La indiferencia no es una emoción, es la muerte social.
Dentro del deporte nos encontramos con un caso paradigmático en cuanto a explotación de la imagen y creación de una reputación legendaria. ¿Se acuerdan de Nancy Kerrigan? Probablemente no, salvo que sean aficionados al patinaje artístico. Fue plata olímpica en Lillehammer. ¿Se acuerdan de Tonya Harding? Igual les suena. Fue novena en la misma Olimpiada. Tonya Harding tiene el doble de entradas en Google que la Kerrigan, de la que nadie ha vuelto a hablar. Pues bien, Tonya Harding se vio envuelta en el encargo de una paliza a su rival justo dos meses antes de los Juegos. Tonya era una de las favoritas al ser la primera americana en realizar un triple axel. La final olímpica se bautizó como «la lucha entre el bien y el mal, entre la bella y la bestia». Nunca antes el patinaje artístico había alcanzado aquellas audiencias. Incluso en España fue un hito. Era como ver a Joan Collins compitiendo contra la noña de la rubia del pelo cardado que nadie recuerda cómo se llamaba. Tonya fue expulsada del patinaje, pero se convirtió, para bien o para mal, en una leyenda. Incluso hizo un cameo en 'Los Simpson'. No me entienda mal, no quiero decir que Pedro Martínez de la Rosa debería sabotear a sus rivales como una mala copia de 'Piernodoyuna', pero desde luego que hasta que no entienda que un deportista de élite debe provocar emociones -de cualquier signo- y ser único, no volverá a correr. De todas maneras, no todo el mundo quiere ser una estrella. A veces, lo único que queremos es vivir haciendo lo que nos gusta. Así todo, a menudo, lo que nos gusta a nosotros también gusta a otros y no nos queda más remedio que competir por ello. Muchas veces rompiendo el tablero e inventando el juego de nuevo.
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