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El escultor Ramón Muriedas posa junto a una obra su última exposición, en 2009, en la localidad cántabra de Arnuero. :: SANE
«Me gustaría haberla hecho mejor»
GIJÓN

«Me gustaría haberla hecho mejor»

Muriedas confiesa 40 años después que concibió la obra «influido por una gripe horrible» Ramón Muriedas Mazorra Autor del 'Monumento a la madre del emigrante'

ADRIÁN AUSÍN

Domingo, 12 de septiembre 2010, 04:21

La voz de Ramón Muriedas suena rugosa al otro lado del teléfono. A sus 72 años, el autor de 'Monumento a la madre del emigrante' recibe con sorpresa, un tanto ajeno a la actualidad, la información acerca del 40 aniversario de la escultura de El Rinconín, que ha pasado con el devenir del tiempo de ser denostada -e incluso bombardeada- a convertirse en una seña de identidad de Gijón. «¡Cuarenta años! Pues no. No pensaba que hubiera pasado ese tiempo», confesaba ayer ante la llamada de EL COMERCIO. Desde su retiro, a caballo entre Santander y Villacarriedo, su localidad natal, el prestigioso escultor abre las puertas de la memoria para este periódico.

-18 de septiembre de 1970. El 'Monumento a la madre del emigrante' se inaugura en El Rinconín. ¿Recuerda aquella fecha?

-Pues creo que no pude estar. Tuve un costipado tremendo y me iba a casar por esas fechas. Estaba (y estoy) soltero. El alcalde, Ignacio Bertrand, era un hombre muy simpático, un caballero, bien educado, correcto, cariñoso, un poco de otra época.

-¿Había sido un encargo personal?

-Me parece que sí, hubo alguien en medio que me llamó. La idea era hacer un monumento a la madre del emigrante, del muchacho que se iba con 12, 14, 15 años en toda cornisa desde Francia a Galicia. Pobres y tristones, que luego volvían poderosos y triunfantes, sanos y simpáticos. Es la historia tan bonita de la indianería que ya no existe. Las Indias en ese sentido se acabaron.

-Hubo alternativas a la 'Madre' gijonesa.

-Yo había hecho tres bocetos de un metro en barro cocido que me gustaban mucho. Una la compró precisamente un indiano asturiano residente en California: es una mujer con un pañuelito en la cabeza, que le da el viento y le lleva un poco hacia atrás. Y la otra la tiene Álvaro Pombo, el escritor: una mujer con los brazos cruzados a la que también da el viento. Muy bonita.

-La de aquí ha acabado por ser una seña de identidad gijonesa.

-Me alegro, aunque yo no acabo de estar contento, me gustaban más las otras dos. Cuando estaba todo terminado, se vino abajo porque estaba mal fabricada la armadura, hubo que volver a hacer todo deprisa y corriendo porque era la inauguración, fue cuando me puse tan malo y se aceleró todo. Pero luego salió bien.

-¿Cuál es su relación con Asturias?

-Siempre estuve muy vinculado. Mi padre, que se murió cuando yo tenía 6 años, fue notario en Posada de Llanes y ahí conservamos unos amigos, los Carrera, una gente estupenda, fieles a la amistad. Tengo idea de que pasé alguna temporada en Posada de Llanes, iba en bici a pueblos cercanos... Muchos recuerdos entrañables, de esos que gusta tener. También recuerdo examinarme de Bachiller en Oviedo dos veces (la primera cateé). Iba a casa de los Voto (con uve), amigos de mi madre al lado del parque San Francisco. Oviedo es una ciudad muy bonita y muy cuidada... Y después Gijón: sé que había estado pero no tengo las ideas muy claras. Soy una persona de 72 años y tengo en la cabeza un jaleo entre 'antes y después'.

-Usted volvió a Gijón en 1989 para exponer en el Barjola.

-Ahhh! Cómo pasan los años... Pensé que fue más cercano. Quedé muy contento de la gente. Recuerdo que expuse figuras pequeñas, idóneas para la capilla, que también era pequeña.

-Volvamos al Rinconín. ¿Se inspiró en una persona en concreto a la hora de concebir su 'madre'?

-Nunca he tenido unas ideas muy concretas en el sentido de tal mujer de una determinada forma, con una determinada falda. Fui a generalizar, una mujer que es un símbolo: la madre, la hermana, la prima, la tía-abuela del emigrante. Una figura que se viene repitiendo desde siglos y siglos. Más bien una abstracción.

-Su rostro, sus manos y sus pies guardan una clara desproporción.

-Los pies me encantan, un pie importante y bello es esencial en la figura humana, sea hombre, mujer o niño. El rostro es un poco abstracto. Y la mirada es muy importante.

-Ese realismo desgarrado característico de su obra, ¿alcanza su máxima expresión en esta figura?

-No le puedo decir. La obra de un artista, de cualquier artista, tiene siempre unos rasgos, una identidad.

-¿Y cómo definiría la suya?

-Pues ahora estoy en el dibujo, dibujos pequeños, lo que más me entretiene y me gusta. Recuerdo uno que es una casa al fondo y delante una familia y dos perros... Quizá por nuestra historia familiar... No se sabe muy bien por qué te salen esos dibujos... Me influyó muchísimo lo de mi padre. Te sientes más desprotegido, ves los problemas de la madre con seis hijos. Gracias a Dios, estamos muy unidos. La familia es algo muy esencial, muy verídico, muy auténtico y te ayuda a vivir. A veces hay peleas, pero al final viene la paz.

-La Madre del Emigrante también provocó sus 'peleas': recibió críticas, un bombazo y bautizos como 'lloca' o 'muyerona' antes de ser querida.

-Me ha llegado. Lo viví de una manera un poco pánfila en el sentido de que había hecho mi obligación y eso lo he heredado de mi padre y de mi madre, mejor o peor. Ahora bien, a toro pasado, me hubiera gustado haberlo hecho mejor. Creo que influyó mucho esa especie de gripe horrible que cogí. Luego la hicieron muy bien los Hermanos Codina, magníficos fundidores. En cuestión de altura, con medio metro más habría ganado.

-En esta ciudad pasó lo mismo con el 'Elogio' de Chillida.

-Algo leí. Además, traté a Chillida en una época. En París, cuando yo exponía, me animó muchísimo. Un encanto de persona. Se portó muy bien conmigo y sentí mucho su muerte.

-Se inspiró en una emigración a América que ya es historia. Ahora los asturianos emigran a Madrid. ¿Valdría con girar la pieza al Sur para adaptarla al siglo XXI?

-(Risas) Quizás no sea mala idea girarla... Mi abuelo, Ramón Muriedas Herrera, emigró a Irlanda, Inglaterra, Italia... Con 15 años viajó por toda Europa. Tengo cartas suyas desde muchos sitios, facturas de hoteles, eran chavales curiosos y ambiciosos en el buen sentido de la palabra, gente con mucha raza.

-Ahora que los hijos no se van de casa hasta los 30 años...

-¡O los 50 años! Quizá habría que hacer un homenaje a los padres o los abuelos. Ha cambiado todo, ha cambiado mucho.

-Sin embargo, parece seguir viendo el arte desde la misma óptica.

-Yo creo que sí. Y mis dibujos también reflejan eso. Esa historia: paternidad, maternidad, amistad entre personas, antipatías también... Un poco la filosofía de mi obra.

-La mirada, en toda su escultura, resulta crucial. ¿Cómo es?

-Más bien triste. La vida, aunque es maravillosa, alegre y vital, tiene los desgarros propios de escenas, de aventuras, de historias que pueden ser tristes. Te retratas un poco en los otros, en los que pintas en tu obra. Es un retrato de lo que es la vida, que es muy variada.

-Tras muchos años en Madrid, ha vuelto a su Cantabria natal.

-Llevo aquí cuatro o cinco meses. Estoy contento. Madrid es una ciudad que me recibió muy bien. Llegué con 23 años y tras dificultades típicas para consolidarme, compré mi casa y las cosas me fueron muy bien.

-Y alterna Santander con el palacete de Villacarriedo, su pueblo natal.

-Lo visito. Estuve tres semanas en verano, es de la familia de mi madre. La original era del siglo XV, la que se ve ahora es del XVII. Tiene un gran patio, jardines, una huerta... un palacio en realidad. Y allí nos reunimos.

-¿Y su quehacer diario?

-Estoy volcado en el dibujo y la lectura. Repito mucho las lecturas. Últimamente, releo a Antón Menchaca, un libro de recuerdos magnífico.

-En 2009 expuso en el observatorio de arte de Arnuero.

-Unos amigos me animaron. Las exposiciones me dan pereza. Resultó bien, aunque no se vendió una escoba porque la situación está pachucha. Y no puedes bajar el caché porque es como defraudar a la gente. Hace cuatro años expuse en Madrid y se vendió muy bien.

-¿Qué papel juega Benito, su perro, en todo esto?

-Pues es el galgo más bonito de Europa y de Cueto. Me lo regalaron hace siete años, es gris y tiene el pecho blanco. Te hace compañía. Es casi como una persona, la manera de mirar, si coges la correa... Y también se refleja en algunas de mis esculturas.

-En sus escenas familiares algunos personajes parecen repetirse. ¿Se inspira en su propia familia?

-Sí, en lo más cercano a mí. Salen primas, amigas... mis vivencias.

-Y si todos estos personajes hablaran, ¿qué dirían de usted?

-Qué cosas me pregunta... Son cosas muy peligrosas... Ahora me dedico a poner esta casa simpática, con alguna antigüedad... He comprado un retrato de una señora sentada en una silla isabelina... Aquí está enfrente de mí. Y tengo un reclinatorio de caoba que vi en un anticuario entre cuarentamil trastos, una preciosidad, romántico, de Napoleón III... En Cueto teníamos propiedades y se malvendieron en su día para alimentar a los seis hermanos. Yo me quedé con esto, y ahora tengo mi casa, aquí en el Sardinero, veo el mar, que es una preciosidad, y hay bastante verde alrededor de la casa.

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