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JOSÉ ÁNGEL CAPERÁN
Jueves, 12 de agosto 2010, 05:11
Las soluciones rápidas, fáciles e indoloras nos hacen egocéntricos y débiles. Inmaduro es el adjetivo que me viene a la cabeza cuando conozco los casos de deportistas condenados al ostracismo tras un caso de dopaje. Hace poco vi un reportaje en televisión sobre el incremento de los niños medicados sin más miramientos por problemas conductuales. Mirando hacia cualquier lado veo personas que desconocen su capacidad para ser mejores, en todo: en la escuela, en el deporte y en la vida en general. Podemos hacer pesas y tener músculos más fuertes, ¿por qué no hacemos pesas de nuestra personalidad? ¿Por qué hemos olvidado esta habilidad? Del mismo modo que los jabalíes se han olvidado de cazar y bajan, cual guiris de vacaciones, al 'buffet libre' de los contenedores de basura de los pueblos, entramos en una dinámica muy peligrosa pues somos más tontos en un mundo más difícil. Nos hemos domesticado en una vida que sigue siendo tan o más salvaje que antes de que existieran los antidepresivos, los ansiolíticos o incluso la EPO. ¿Qué nos ha movido a domesticarnos? La necesidad de conseguir resultados rápidos con mínima implicación y sin esfuerzo ha hecho que la vía del entrenamiento psicológico haya estado apartada como algo elitista o de objetivos abstractos.
El deporte profesional es como una 'minivida' que abarca una adolescencia deportiva, una edad adulta y un final. Quien aproveche bien este simulacro de vida sin duda se enganchará con más recursos psicológicos a la vida post-deporte y será mejor, más maduro y se conocerá a sí mismo perfectamente (cosa rara en la mayoría de la gente). Sin embargo, el dopaje se convierte en un atajo que da resultados a corto plazo pero que hace estragos en la personalidad. Ojo, aquí cito el dopaje pero que cada uno se mire a sí mismo o mire a su alrededor y compruebe los efectos de la evitación rápida de un sufrimiento que trasciende los plazos de los prospectos.
Siempre he dicho que el dopaje es un autoengaño de terribles consecuencias para la vida real, y digo vida real porque cuando acaba la vida deportiva empieza la vida de la calle, donde las marcas, las medallas o los títulos no garantizan un sueldo a final de mes ni muchísimo menos. Cuando la persona se acostumbra a tomar atajos y encima consigue el éxito pasajero -pero éxito, al fin y al cabo- es esta consecuencia extraordinaria lo que convierte tomar atajos en un hábito. ¿Y qué atajos se toman en la vida real después del deporte? Todos hemos visto las trágicas consecuencias en deportistas retirados que no pudieron seguir el ritmo de la vida real pero, sin necesidad de llegar a este extremo, nos encontramos con personajes ególatras, de difícil trato y más aún difícil convivencia. Son 'deportistas sin deporte', fuera de lugar y en permanente frustración. Es absurdo arriesgar no ya sólo la salud sino la propia personalidad que se ha de evolucionar mediante la maduración en situaciones de superación personal continuas, que le permitirá ser un adulto en la vida real tras la retirada deportiva. Lo dañino es, de repente con 33 años, nacer a la vida real, un bebé de 33 años creciendo entre la frialdad e incomprensión de su entorno ¿Resultado? Un niño malo.
Sin embargo, la psicología de cada uno nos permite, incluso cayendo en la tentación de los atajos, salir adelante utilizando mecanismos de defensa interesantes. Uno no puede vivir sabiéndose un mentiroso, un inmaduro o un cobarde. La persona acaba digiriendo la mentira hasta diluirse por completo. Este principio es válido para los tramposos del deporte, pero también para todos los que se autoengañan en el mundo real. Hay un fenómeno psicológico que se llama amnesia selectiva en que los dopados llegan a creerse sus marcas y títulos y a sufrir amnesia, real, cuando se ponen a nombrar cuántas veces se les ha administrado la sustancia dopante. Es como si desconectaran su memoria mientras lo hacen para no sentirse unos farsantes. Y las frases que justifican el uso del dopaje son, por ejemplo: 'Sólo estoy haciéndome justicia a mí mismo, sé que me lo merezco, es sólo una manera de esquivar la mala suerte, pero lo valgo, lo juro'. El mejor farsante es aquél que cree que lo que dice es verdad, y tenga por seguro el lector que todos podemos creernos nuestras mentiras a poco que encontremos una justificación emotiva y trascendental para tal embuste. A decir verdad, no existen las mentiras sino la mala habilidad para convencerse a uno mismo. Si uno no logra encontrar una razón de peso para mentir, se llamará a sí mismo mentiroso. Preguntémonos cuántas veces, por evitar esfuerzos o decepciones, nos hemos inventado una etiqueta, un 'no puedo', un 'yo no valgo' y nos la hemos creído y hecho nuestra, olvidando incluso cómo nació esa incapacidad.
El deporte de competición es la mejor manera de crecer psicológicamente. Un deportista, como cualquier persona que quiera alcanzar sus límites, debe estar, ineludiblemente, abierto e interesado en aprender. Trabajar psicológicamente el rendimiento es el único dopaje legal, pero quizá el más selectivo con su clientela por la necesidad de tener esa motivación hacia el aprendizaje y buscar una trascendencia positiva para la vida real. El deportista profesional tiene que estar seguro de que este tiempo invertido le aportará algo más que éxito pasajero y buenos recuerdos. La vida actual no te permite empezar de cero fácilmente y peor aún cuando sólo sabemos vivir de una manera, huyendo.
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