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Triana Martínez, a su llegada a la Audiencia Provincial de León.
Un mismo atuendo, dos formas de afrontar el juicio

Un mismo atuendo, dos formas de afrontar el juicio

A la agente Raquel Gago «le han caído diez años encima, está atravesando una grave depresión», según aseguran sus allegados

OLAYA SUÁREZ

Miércoles, 20 de enero 2016, 03:58

¿Dónde empieza Triana y dónde Montserrat? Nadie lo sabe. La compleja relación entre madre e hija se ejemplifica en la forma en la que ayer a primera ahora llegaron a la Audiencia Provincial de León después de 20 meses en prisión acusadas de haber matado a Isabel Carrasco «por hacer un bien a la humanidad». Se apearon del furgón policial vestidas de forma casi idéntica, únicamente diferenciadas por las zapatillas deportivas que calzaba la hija. Gorros de lana grises calados hasta los ojos, plumíferos azules largos y bufandas con las que ocultaban sus rostros. Un atuendo muy similar al que el día de autos vestía Montserrat y que le ha servido para que la Fiscalía y la acusación particular aprecien el agravante de disfraz. «No es una yihadista, es verdad que mató, pero no le da igual todo», contradijo el abogado de la defensa para convencer a los nueve miembros del jurado popular de que el intento de disimular su apariencia no es causa para que la condena se vea incrementada.

De poco o nada les sirvió a madre e hija intentar que las decenas de cámaras que las esperaban en la calle no grabasen sus caras. Dentro, en la sala de vistas, despojadas de la ropa de abrigo, se las pudo ver también uniformadas: negro riguroso, sin maquillar y con el único adorno de unos pequeños pendientes, en ambos casos, y de una cadena con una cruz que lucía la madre. Lejos quedan los muchos signos de opulencia con las que ambas se paseaban por León y Gijón: bolsos caros, joyas, un coche de alta gama biplaza que conducía la hija o los 6.000 euros que pagó la madre para alojarse en el mismo hotel que Michelle Obama en Marbella. Y todo cuando el padre y marido, el único que ingresaba dinero en la familia -un sueldo de Policía de la escala superior que ronda los 2.000 euros mensuales- tenía que hacer malabarismos para llegar a fin de mes por los gustos caros de las dos, tal y como quedó acreditado en la primera sesión de la vista oral.

Si de atuendo lucían igual, la actitud era bien distinta. Triana permaneció durante las más de siete horas del juicio absorta, con la mirada perdida y con el cuerpo totalmente rígido. Ni un movimiento ni gesto ante ninguno de los relatos de los abogados de las acusaciones y tampoco al del letrado de su defensa en el que reiteraba que no tenía nada que ver con la planificación ni la ejecución del crimen.

Su madre, por el contrario, se mostró mucho más relajada y aunque se emocionó hasta el llanto al recordar en su declaración a la amiga gijonesa de su hija que se suicidó y a los hijos de dos compañeros del marido que también fallecieron en las mismas circunstancias, su discurso llegó a rozar la comicidad en muchos puntos. Como cuando dijo que el silenciador del revólver lo compró «después de estar viendo una peli y que me diese la idea» o cuando exclamó «¡Sólo me faltaba eso!», al ser preguntada si traficaba con marihuana, pese a tener una condena de año y medio de cárcel como autora de un delito contra la salud pública. La misma pena recae sobre Triana.

La tercera procesada, la policía local Raquel Gago, en libertad provisional por los mismos hechos, mostró una imagen demacrada y no cruzó ni una sola mirada con las otras dos acusadas. «Le han caído diez años encima, está atravesando una grave depresión», aseguran sus allegados. Una de las dudas que queda por despejar es el móvil que llevó a Raquel Gago a participar en la intención y ejecución de «un plan digno de los mejores sicarios», en palabras del fiscal.

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