

Secciones
Servicios
Destacamos
Paché Merayo
Miércoles, 25 de junio 2014, 00:20
Carlos López Otín, ya es, además de uno de los científicos más laureados de la Universidad de Oviedo y con la trayectoria investigadora más rentabilizada en conclusiones prácticas, un miembro de honor del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA). Su nombramiento es un hecho desde 2013, pero ayer se celebró el solemne acto de investidura. Un acto que él, un gran divulgador de conocimiento, invirtió, tras contar su viaje iniciático hacia la ciencia, en «lanzar unas cuantas semillas» de saber. Su objetivo, tan ambicioso como intensos fueron los aplausos que recibió, se centró en dar respuesta a una gran pregunta: ¿Qué es la vida?
Para lograrlo empezó advirtiendo que «es tan compleja que casi no la podemos entender». Después regresó a los tiempos en que se empezaron a dar los primeros pasos para descifrar su esencia. Habló del tiempo en que la redondez de la Tierra fue noticia, de cuando los pobladores del mar lograron aposentarse en suelo seco.
Volvió a Darwin y revisó sus mayores conclusiones, «que la naturaleza no tiene propósito y que su diseño no es inteligente». Prueba de ello, dijo, son «los miles de niños que nacen cada día con enfermedades hereditarias».
Elogió a Newton («el mayor científico de todos los tiempos»). A Einstein y a varios notables premios nobel, mientras describía «la emoción de descubrir». Algo que no nos diferencia de otras especies. Sí, sin embargo, la conciencia «de que no somos inmortales». Aunque hubo un tiempo, contó, anterior a la transición del cerebro animal en cerebro humano. Un tiempo anterior a las tres mutaciones que hemos sufrido para convertirnos en lo que somos.
Y en ese proceso de evolución entra un factor que se enrosca en nuestro ADN, la cultura. Un elemento que «se mueve más rápido que la bioquímica». Ambas se encontraron en su conferencia en varias ocasiones. Ya que las creencias religiosas o paganas también participan en la ecuación de la vida. «Lo sobrenatural siempre ha sobrevivido a la hora de explicar la vida», apuntó, asegurando que la ciencia viaja por otras latitudes. A ellas le ha dedicado este bioquímico, experto en biología molecular, los 27 años que lleva trabajando en Asturias. Un tiempo en el que ha ido acumulando orgullos. Propios y también ajenos, por cada uno de sus discípulos y colaboradores que también mencionó. Un tiempo en el que ha llegado a varios deducciones. Una de ellas «que la biología es una de las humanidades más florecientes del siglo XXI». Otras más empíricas: «Que aunque genéticamente seamos prácticamente iguales a los chimpancés, lo cierto es que ni uno solo de nosotros es igual a otro, porque con los mismos mimbres construimos hombres diferentes». Afirmación que le valió para adentrarse en el universo en el que más esfuerzos ha invertido: el de las enfermedades hereditarias.
Entender sus claves es uno de sus principales retos. Por el camino ya ha logrado descifrar, con sus colaboradores, casi 400 genomas del paisaje genético de la leucemia linfática. «En 2015 serán 500». Y toda la información que ha ido acumulando le sirve para asegurar con rotundidad que «no hay dos cánceres iguales, por lo que los tratamientos tampoco pueden ser iguales». Por eso en su laboratorio se están creando ratones mutantes con diferentes patologías y por eso admite que en un futuro muy cercano («en Inglaterra están a punto de aprobarlo») se evitarán nacimientos de niños enfermos logrando su gestación a partir de tres progenitores.
Al acto no faltaron los consejeros de Educación y Sanidad, Ana González y Faustino Blanco, respectivamente, junto con destacados miembros de la Universidad de Oviedo y colaboradores del investigador. Entre todos ellos abarrotaron el salón de actos.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.