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Eva Vélez
Miércoles, 30 de diciembre 2015, 11:05
A muchas mujeres de la etnia Chaouia, que viven en los argelinos montes Aurés, antiguamente les hacían tatuajes en el rostro como símbolo de belleza. En la actualidad, sufren el hostigamiento de los musulmanes ortodoxos, para quienes es pecado esta práctica sobre la piel.
Muchas de ellas se arrepienten, pero el tatuaje ahí permanece, indeleble.
"Tatuarse la cara era la regla, lo que marcaba la moda", contó Fatma Tarnouni, que recordó sus años de juventud. "Para ser hermosa tenías que tatuarte. Así que yo lo hice", explicó.
Para evitar las represalias, los guardianes de la fe les exigen donaciones. "Tuve que entregar todas mis joyas de plata, llorando", asegura Aisha Djelal, de 73 años.
No obstante, estas mujeres no sólo son víctimas de los nuevos imperativos morales y estéticos. También sufrían los del pasado. Si bien algunas se tatuaban voluntariamente, otras eran forzadas.
"Todavía me acuerdo. Fue muy doloroso y lloraba sin parar. No quería que me tatuaran", confirmó Djena Benzahra, que ahora tiene 74 años, pero que tenía sólo nueve cuando su madre la obligó.
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