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Domingo, 26 de noviembre 2006, 13:25
Fue un verano largo, tanto que duró más de cincuenta años. Pero como todos los veranos, tenía que llegar a su fin. Y ese final ya ha llegado. Todo empezó el mes de julio de 1954 cuando, por iniciativa de la Organización Sindical de aquel entonces, y bajo el impulso del piloñés Servando Sánchez Eguíbar, empezó a funcionar un innovador proyecto: una ciudad de vacaciones en la localidad de Perlora para que los trabajadores con menos recursos pudiesen disfrutar, al menos, de un merecido descanso junto a sus familias en la costa asturiana. Las cuotas de los trabajadores y los empresarios sirvieron para levantar un complejo en el que el buque insignia era la Residencia Jacobo Campuzano, con más de 90 habitaciones. A su alrededor, hasta 273 chalés que, en manos de instituciones y empresas, servirían para el disfrute compartido de trabajadores de toda España. La minería e industrias asturianas fueron las principales beneficiarias del complejo turístico.
Pero para que todo funcionase se emplearon allí camareros, cocineros, responsables de mantenimiento y limpieza, conserjes... En el mayor momento de esplendor de Perlora, en las décadas de los sesenta y los setenta del siglo pasado, llegaron a trabajar 220 trabajadores al servicio de los veraneantes. En ocasiones llegaban a atender a la vez a 1.500 personas, que eran tratadas a cuerpo de rey.
Algunos de esos trabajadores empezaron allí siendo niños y allí se hicieron mayores. Se casaron y siguieron trabajando juntos hasta la jubilación. Ahora, el complejo turístico dejará de ser lo que fue y su explotación saldrá a concurso próximamente. Los trabajadores, ahora funcionarios del Principado, serán reubicados en otros puestos. Aquel verano que empezó en 1954 se acaba definitivamente. Cierto es que en noviembre de 2005, cuando el edificio principal fue derribado (aquejado de aluminosis, explicaron), muchos advirtieron ya el principio del fin. «Cuando se derribó la residencia fue como si se me cayera el mundo encima», lamenta casi llorosa Maruja Aparicio Alonso.
Visitantes ilustres
En su memoria, como en la de muchos otros, conserva imágenes de multitud de familias de trabajadores anónimos que pasaron allí sus vacaciones y también el recuerdo de visitantes ilustres. «Vinieron un par de veces los reyes, cuando aún eran príncipes», rememora. También el padre de don Juan Carlos se sentó a 'su mesa' (allí trabajó como camarera primero y como gobernanta después durante 48 años), acompañado de un espectacular séquito. Entre ellos, ministros como Fernández Sordo, López-Bravo o Arias Navarro, siendo ya presidente, entre muchos otros directores de empresas, gobernadores civiles y diputados. De menú disfrutaron de fabes con almejes, merluza con salsa de calamar y arroz con leche.
Desde el año 1958 hasta 2006 aquel fue el hogar de Maruja, y así lo sentía ella. «Era como la casa materna». Allí conoció también a Manuel García Vega, que trabajaba de vigilante. Y la cosa acabó en boda. Ahora ambos están ya jubilados, pero ven con pena el declive definitivo del que fuera el centro de su vida durante tantos años.
Una gran familia
Y es que esa es una idea fija en la mente de todos los que compartieron esos años en Perlora, que identifican con una gran familia a todos los que allí trabajaban. «Cuando se preguntaba cuantos había para comer, contestábamos: 500 y la familia», recuerda Juan Hevia. La primera cifra era la de los residentes de ese día. «La familia», los trabajadores del centro. Hevia empezó a los 17 años a trabajar en Perlora, donde aún hoy se ocupa del mantenimiento. Como otros, piensa que la relación entre todos ellos tenía algo especial. «Ahora nos quedaremos sin nada», lamenta.
Todo son vivencias, anécdotas y recuerdos, la mayoría buenos. Uno tras otro, los trabajadores de Perlora rememoran detalles. Desde aquellos comedores repletos, en los que cada familia tenía asignada siempre la misma mesa colmada de comida casera, con una atención digna de un hotel de cinco estrellas. Junto al edificio principal se construyó otro pabellón a finales de los años 70, con 30 habitaciones más. También había una clínica, servicio de correos para los residentes, bares y chiringuitos que, en un principio, eran atendidos por el personal... Y, como no, la playa. Una pequeña ciudad pensada para que el que llegase, se sintiese como en casa.
A partir de 1974 puede decirse que el desarrollo cesó. El esplendor de Perlora ya había pasado. Tras un periodo de transición, con la llegada de la democracia la gestión pasó primero al Ministerio de Trabajo y, posteriormente, al Principado de Asturias. A partir de ahí, bien por la falta de rentabilidad o bien por la falta de inversiones, todo se fue deteriorando. Luego se derribó la residencia, se anunció el cierre y la puesta en marcha del concurso de explotación.
«Cuando cayó la residencia no pude evitar llorar», recuerda Amador Martín, uno de los conserjes del complejo, que antes estuvo doce años de pinche de cocina y otros 14 de vigilante. En total, 36 años en Perlora. Y también se casó en la ciudad con Brígida Espeso, empleada a su vez del complejo.
Los trabajadores que restan por irse o jubilarse, ahora huérfanos de veraneantes, siguen siendo funcionarios del Principado, así que suponen que serán reubicados en otros puestos. Pero lejos de casa. «Lo más cerca será Gijón, Oviedo o Avilés. Pero no es sólo eso. Yo llegué aquí con 16 años y ahora tengo 53. Cuando tenga que irme... será muy duro», se teme Martín.
Ellos son sólo unos pocos. Muchos otros trabajadores no quisieron hablar, o no pudieron. Virgilio, Pepita, Luisi, Julio... Pero a todos ellos les une un dolor común, que es el de ver cómo se acaba un pedazo de historia. Si alguna empresa se interesa por el complejo, seguramente la Ciudad de Vacaciones de Perlora resurgirá. Pero ya nada será lo mismo. Ni los residentes, ni la familia. MÁS IMÁGENES EN:
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