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Doña Letizia, lavando con una vecina de Boal.
Doña Letizia, pruebas superadas

Doña Letizia, pruebas superadas

Mostró en Asturias su nueva actitud: la de una reina

ROSA IGLESIAS

Domingo, 26 de octubre 2014, 02:53

En principio a un segundo le sigue otro. Es sencillo, parece fácil. La realidad viene a demostrar que ni era tan fácil ni tan sencillo. Allá por 1973, un día cualquiera de agosto comienza la crisis del petróleo, y eso que tiene tan poquísimo que ver con la moda, hizo tambalear los cimientos de lo que hasta el momento era el 'universo fashion', aunque por supuesto no tenía ese apelativo tan snob y gastado. Las casas de alta costura radicadas en España se tambalearon con él y cayeron una tras otra. Algunas cerraron definitivamente sus puertas, otras mutaron en simples salones de modistería de élite. Y resultó que aquella crisis, que comenzó en un lejano lugar del mundo y que explotó ante el desorden del sistema petrolífero, económico. acabó con una forma de entender la moda, la confección, el estilo y hasta el modo de gestionar nuestros armarios.

Antes de la debacle, las mujeres sabían exactamente qué ponerse en cada ocasión. En función, naturalmente, de su rango, posición económica y necesidades. Por eso las fotos antiguas son maravillosas y hacen casi siempre justicia a sus protagonistas. Porque en lo relativo a la moda la calidad, el clasicismo, la categoría, no solo perdura, sino que mejora. En cada esquina había una modista que tenía también su rango. Era una mujer un poco artista y otro poco artesana, capaz de manejar volúmenes en función de la necesidad, no del apremio del momento. Y manejar lanas, sedas, alpacas y un sinfín de tejidos nobles con justicia.

Doña Letizia nace justo un año antes de que esa pequeña parte de ese sistema se fundiera. Todas las generaciones criadas a partir del esa fatídica crisis tenemos una relación con la moda muy diferente a la de nuestras madres y nuestras abuelas. Porque con la agonía y muerte del doble faz, el mundo empezó a ser mucho más pesado, por mucho que el tergal se instalara en nuestra vida.

Miles de segundos y de vueltas hicieron que vestirse ahora sea una tarea facilísima y heróica al tiempo. Porque la oferta es enorme, farragosa, complicada. Porque no hay un libro de estilo en el que diga qué ponerse y a qué hora: como acertar, como gustarle a todo el mundo. Es necesario, pues, tirar de consejos que a veces son de cachemir y te sirven y otras, opiniones bastardas 100% acrílicas. Mil ojos sobre uno (una) no facilitan que el prueba/error lleve a un lugar de confort.

Siempre se dijo que el Rey Felipe VI ofrecía su discurso más importante en los Premios Príncipe. Y que la entonces princesa ofrecía su mejor cara y estrenaba un importante atuendo para el acto. En los archivos vemos a la nueva soberana no solo con diferentes atuendos, sino con distintas actitudes, con estilos variados. Porque además de no tener libro de instrucciones que marque con exactitud los tiempos, nadie, ni siquiera una princesa, está libre de los vaivenes personales y sobre todo emocionales que tanto tienen que decir no ya a la hora de vestirse -porque todo el mundo se viste y ya está- si no de transmitir, de ofrecer un mensaje. Y ese mensaje ha de ser ni más ni menos que el reflejo de lo que tu cabeza y tu corazón quieren darle al mundo, que es más que mostrarle. La ropa es una carta de presentación de tu actitud, de tu interés, de tu educación y hasta de tu formación. De tu respeto hacia los demás, del orden con el que planteas tu vida y tú trabajo.

Doña Letizia mostró en esta ocasión en los Premios Príncipe una cara nueva, distinta. La ropa no preocupa cuando te sabes bien vestida. Ese es el momento de empezar a sonreír. Y cuando sonríes, recibes más de lo que das. Y, como en los cuentos, el traje te sienta mejor. El jueves la Reina asistió al concierto vestida de tal. A doña Letizia le gusta mostrar sus brazos, lucir sus hombros. A su modisto de cabecera, escotar sisas sin que la tijera llegue a hacerlas americanas. Ese corte que Halston interpretaba magistralmente justo cuando arreciaba la crisis setentera. A veces, casi siempre, menos es menos y más, más. Pero la pedrería no hace un traje importante, hace un modelo recargado si no se equilibra.

Sobrio conjunto para las audiencias, en blanco y negro, que son colores de moda. Que favorecen sin epatar, que no molestan, ni ofenden. Se agradece este año la ausencia de rebecas, de chaquetitas para recibir. Ya no hace frío, Alteza. Y repetir, porque reciclar es otra cosa, es de obligado cumplimiento, enseñanza aprendida de aquel fatídico 1973. Pero ha de hacerse con una mirada nueva, un complemento distinto. No aburrirse, divertirse incluso pasa por reinterpretar, hacer diferente lo igual. Dicen que los dos piezas como el del viernes por la mañana restan frescura. Quizá cuando mil ojos te apuntan y quinientas opiniones te disparan. Pero solo te caes al principio.

Nada que decir del soberbio vestido de la ceremonia. Y nada que decir es mucho decir. Porque el modelo de Varela, siempre Varela, aunque apuntando a la baja, sospecho. Era un vestido nuevo con su punto vintage. Brillante, con la caída exacta, el largo adecuado, el color digno de una ceremonia esencial. Como importantes, son los trajes elegidos para visitar el pueblo ejemplar. Seleccionados con vocación de comodidad y de mimetizarse con el entorno rural. Bonita cazadora azul, sin adjetivo detrás. Porque ya no existe el modo rockero, cine subtitulado, merienda con amigos. Parece acabada la era de un estilo para cada ocasión. Porque las reinas han de tener un estilo y adecuar sus atuendos a la ocasión. El viceversa no vale. Básicamente porque no funciona y convierte al personaje en muñeco de pim pam pum. Las crisis se terminan y siempre dejaron algo bueno. Aunque solo sea un camino por delante, para llenarlo de vestidos bonitos y ocasiones únicas.

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