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'Deseo' y 'Tierra del fuego', dos ejemplos de su inconfundible estilo

'Deseo' y 'Tierra del fuego', dos ejemplos de su inconfundible estilo

La celebración del mundo se combina de modo magistral con la nostalgia y con el sentimiento de pérdida en todos sus matices

elcomercio.es

Jueves, 8 de junio 2017, 12:52

El poeta polaco galardonado con el Princesa de las Letras 2017 Adam Zagajewsky tiene una extensa obra poética, destacando dos poemas, 'Deseo' y 'Tierra del fuego'. Zagajewski es un poeta muy visual, de palabras que se transforman imágenes en la retina del lector. Poeta exiliado, la suya no es, sin embargo, una poesía del exilio. Se le considera una de las figuras más relevantes y con más repercusión internacional de la nueva generación de poetas polacos.

En 'Tierra del fuego' se perfilan una gran cantidad de escenarios: ciudades invernales, bosques, alguna playa... su mirada se detiene en una gran variedad de lugares comunes, descubriendo en ellos atisbos de belleza, de verdades ocultas por dondequiera que pasa. Se desliza por todas y cada una de estas situaciones, sorprendiéndose como un viajero.

El valor de la poesía para Zagajewski reside en ese gran poder de actualizar una experiencia y comprenderla, pues como dice el primer poema, 'Concha':

Un poema es capaz de retener el eco

de la tormenta, como la concha que tocó Orfeo

al escapar. El tiempo arrebata la vida,

y devuelve la memoria, dorada por las llamas

y negra por las ascuas

Su poesía es atemporal, abierta y libre:

Iba por una ciudad medieval,

por la tarde o al alba,

era muy joven o bastante viejo.

No llevaba ningún reloj

ni calendario, sólo la terca sangre

que medía una eterna lejanía.

Podía volver a empezar

esta propia o impropia vida,

todo parecía sencillo,

las ventanas no cerraban del todo,

los destinos ajenos, entreabiertos.

En primavera o al comienzo del verano,

muros calientes,

un viento suave como la piel de una naranja,

era muy joven o bastante viejo,

podía escoger, podía vivir.

En 'Deseo', habla con una voz clara sobre la realidad cotidiana que el autor siempre sabe enriquecer en condensadas ráfagas verbales.

MI HERMANO MAYOR.

Con que tranquilidad avanzamos

a través de días y meses,

y cantamos en voz baja

una negra canción de cuna,

cuán fácil los lobos secuestran

a nuestros hermanos,

con qué levedad

respira la muerte,

con qué rapidez

navegan los barcos

por las arterias.

LA MAJESTUOSIDAD DEL SUEÑO.

El sueño, cual veranda de una casa rural,

te descubre el bosque, las sombras

y el interior de los recuerdos.

El sueño es un espíritu libre de obligaciones,

la orgullosa capital de la poesía y el teatro.

El sueño es un pensamiento aún sin encarnar

que la envidiosa realidad apenas alimenta.

El sueño es la Asiria severa y valiente.

El sueño es la Toscana vista al alba,

cuando los finos árboles beben tinta

de la negra tierra; y es la ciudad

que respira en largos cigarrillos de tristeza.

El sueño visita hospitales y cárceles,

consuela a los afligidos

como una monja de corazón puro.

El sueño se apaga, cansado;

muere plácido, sin rencor

y sin heredero, como Norwid.

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